sábado, 12 de marzo de 2011

El Ejército y la Oligarquía mexicana

La democracia hoy en día es malentendida como la mera participación electoral de los ciudadanos, y esto tiene su causa en la necesidad de algunos sectores sociales de limitar el poder de acción de la gente. Esta noción de democracia, urdida por las clases sociales hegemónicas, es de las más antidemocráticas si por democracia hemos de entender el ejercicio de las voluntades colectivas a favor de ellas mismas.


Por otra parte, el Estado se organiza a través de sus instituciones, las cuales sirven para canalizar las pasiones de los individuos a favor del orden establecido. La familia, la escuela, las leyes, la policía y el ejército, y demás instituciones sociales, tienen esta función. En todas ellas nos encontramos con una figura de autoridad a la que se debe obedecer, teniendo en cuenta su capacidad para salvaguardar un valor compartido y aceptado colectivamente.


Pero, ¿qué ocurre cuando queda en entredicho la competencia de esas autoridades para salvaguardar esos valores? Esto puede pasar, por ejemplo, cuando no se aseguran algunos de los bienes fundamentales que todo Estado debe proporcionar a sus individuos, como son tener mínimamente los bienes materiales necesarios para vivir con dignidad, o bien, garantizarle su seguridad física, su vida. Cuando un Estado no garantiza estos derechos, pierde su razón de ser, y debe ser renovado. Como dos posibles respuestas de la sociedad y del gobierno a esta situación pueden ser: primero, la consecución de un pacto político que reivindique los derechos básicos de las mayorías, dando paso a la vez al crecimiento y desarrollo de una verdadera burguesía nacional; segundo, el apuntalamiento del sistema por medio de la fuerza policiaca y militar.


Lamentablemente, en México hemos optado y concedido hasta el momento esta última salida. A partir de las últimas elecciones presidenciales, la división política irreconciliable en el país se hizo más sensible. Y quienes “ganaron” no han hecho ninguna concesión ante sus opositores, antes se han apresurado a frenar el incipiente surgimiento democrático, manifestado sólo en las urnas de 2006, a través del despliegue militar por todo el país so pretexto de una “lucha contra el narcotráfico”.


La relevancia que cobra la figura institucional del Ejército en este escenario político obliga a hacer algunas reflexiones en torno a su naturaleza. El filósofo holandés Benito Espinoza (1632-1677) hizo lo propio en su época, mientras Holanda entraba en guerra con otros países como España, Francia e Inglaterra, así como por motivo de las luchas que al interior de Holanda le tocó presenciar. Mercedes Allendesalazar, siguiendo a Espinoza, caracteriza al ejército del siguiente modo:

[…] el ejército representa frente a las demás instituciones una institución muy particular porque encuentra las razones de su existencia en el recrudecimiento del conflicto y no en la búsqueda de unos lazos que garanticen un acuerdo. La actividad de este cuerpo tiene por finalidad reducir a la pasividad a los cuerpos que le rodean, ya sea un enemigo exterior, ya sean los propios ciudadanos, y esta pasividad es para Spinoza sinónimo de esclavitud […][1]


Gobernar explícitamente por la fuerza implica no el tener “ciudadanos”, que sólo lo son en la libertad, sino tener una especie moderna de “esclavos”. Es, por citar un ejemplo de nuestra propia historia, la situación de México durante el Porfiriato[2]. Hoy, esta situación parece repetirse en sus rasgos más generales: tenemos una oligarquía nacional que sirve a intereses extranjeros, principalmente de los E.U. Y aunque el grado aberrante de explotación humana del Porfiriato no existe hoy, esto se debe a la propia evolución del mundo en sus aspectos técnico-científico y de derechos humanos; sin embargo, la polarización en clases económicas opuestas se ha acentuado, principalmente entre la clase de trabajadores y pequeños y medianos propietarios por un lado, y de los grandes monopolistas y sus aliados políticos por otro.


El ejército mexicano, como todo ejército nacional, tiene la función de someter a la pasividad a cualquier movimiento, ya sea de sus propios ciudadanos o de un enemigo extranjero que atente contra la estabilidad del Estado. En esta capacidad de poder repeler una amenaza es donde se reconoce la fortaleza de un Estado. Esto es congruente con la idea de Espinoza de que la verdadera libertad del individuo está en su existir bajo las normas de una sociedad y no meramente bajo sus propias inclinaciones. Al margen del verdadero valor de dichas normas para todos los miembros del Estado, es decir, para toda la sociedad, es preciso hacer cumplir dichas normas “quieran o no quieran” los individuos. La salud del Estado depende de esta conformación de los individuos a las normas.


Lo anterior no debe confundirse con una actitud totalitaria o fascista. Para Espinoza son las instituciones sociales las que sirven para canalizar las pasiones de los individuos y conformarlos al orden social, pero la institucionalización de la violencia en la policía y el ejército no era para él una opción. El hecho de que exista un monopolio de la fuerza es lo que más desestabiliza al Estado, así como el afán expansionista es un indicio de “debilidad” en él:


El Estado más estable es aquel cuyas fuerzas le permiten defender sus posesiones sin desear las de otros y se esfuerza, por lo tanto, en evitar la guerra por todos los medios y preservar la paz con el mayor cuidado (Espinoza, B. Tratado político, VII-28).


La monopolización de la violencia en la institución de las fuerzas armadas significa la opresión de una clase social sobre otra al interior de una nación, así como el sometimiento de una nación a otra en el plano internacional. Al interior, la estabilidad es más probable cuando se inculca el respeto por las normas a través de la efectividad de otras instituciones (como la educación, por poner sólo un ejemplo), junto con la aplicación del derecho de todo ciudadano de portar armas y saber usarlas; en el plano internacional, la estabilidad sólo es posible habiendo pactos explícitos de paz entre los Estados, pues mientras no los haya serán naturalmente enemigos, sobre todo existiendo entre ellos una diferencia considerable de fuerzas.


Pero, la combinación de estos factores internos y externos de monopolio de la fuerza militar ha propiciado que en México vivamos hoy una situación de inestabilidad política. Por supuesto, no debe soslayarse el trasfondo económico que tiene esta situación, que en México resulta ser algo muy patético, ya que nos encontramos con una clase económica improductiva y parásita, por más que sean los más ricos del mundo. La riqueza financiera no significa riqueza productiva; esta no implica una cantidad sino una cualidad. En México hace falta el desarrollo de una verdadera burguesía, que no viva de lo que otros producen sino que sea creativa, y sobre todo que no pretenda tomar las instituciones del Estado para competir o llegar al extremo de ser los únicos, de borrar toda posibilidad de competencia. Esto sería contrariar el aspecto positivo de su naturaleza, puesto que la falta de competencia apagaría su creatividad.


¿Por qué la televisión, nuestro principal promotor ideológico, no forja en nuestras conciencias la idea de crear una industria nacional? En vez de eso nos repite que dependemos de la inversión estadounidense y debemos mantener esa dependencia, como si el desarrollo del país dependiera de esa inversión o de la mera creación de empleos. Esto último no es suficiente, y lo primero quizás ni siquiera sea necesario (antes bien, es dañino), sino que lo que se necesita es organizar el esfuerzo y la creatividad de los mexicanos hacia una emancipación económica, hacia la autosuficiencia tanto con respecto a otras naciones como entre las clases sociales que conforman a México. Pero la situación de dominio y explotación tanto al interior como en el plano internacional excluyen la posibilidad de toda competencia sana, fundada en el deseo de mejorar no sólo las cosas que el hombre utiliza para vivir su vida personal, sino también la calidad de las instituciones en que se gestan las relaciones con sus semejantes. Un espíritu así de competencia debería ser contrario a toda forma de opresión.


La televisión no expone semejante mensaje porque no conviene a los intereses parasitarios de la falsa burguesía que paga sus servicios, y que no puede subsistir sino a costa de una competencia desleal, o al menos tiene miedo de hacerlo por la vía sana. Y por esto mismo ha sacado el ejército a las calles, al vislumbrar la debacle en su competencia política desde las elecciones de 2006. La verdadera democracia no existe en nuestro país, puesto que las instituciones están en manos de los intereses de un pequeño grupo de hombres que presiden el poder económico; el gobierno no es un gobierno para el bien colectivo, sino primordialmente para este grupo. Vivimos, pues, una oligarquía.


Así, México no puede poner su esperanza sólo en el gobierno, sino que antes debe ponerla en la organización popular en torno a nuevas instituciones que garanticen el bien común y la libertad, es decir, sin autoridades despóticas, sino con autoridades que velen por el desarrollo libre y activo de los individuos. Aunque esto podría ser un proceso bastante lento si en ello no se comprometen también los políticos honestos, que tengan un verdadero interés por el bien común, y que propongan a su contraparte un nuevo pacto político. La decisión de sacar al ejército a las calles en vez de establecer acuerdos ha sido un grave error que todavía puede corregirse.


Sin duda que este problema no tiene sólo un origen interno, pues ya mencioné más arriba que el mal de la dominación se da también a escala internacional. No es muy atrevido afirmar la injerencia de las clases monopólicas estadounidenses en la economía mexicana (y por ende, en su política). Pero creo que esto no sería posible si antes no existiese en nuestro país esa clase conservadora y “malinchista” que tantos siglos hemos sufrido desde la conquista española. Por esto creo que es prioritaria la promoción de un acuerdo político nacional que verdaderamente convenga a las partes en conflicto. En ello está nuestro deber histórico, no en actuar en función de lo que haga o deje de hacer Estados Unidos, aunque ello implique una amenaza a nuestra seguridad nacional. Mucho más reales que esa amenaza son las desigualdades sociales y prácticas antidemocráticas que cotidianamente soportamos en México. A ello hay que atender.


[1] Allendesalazar Olaso, M. Spinoza: filosofía, pasiones y política. Alianza. Madrid. 1988. P. 109.
[2] Cfr. Kenneth Turner, J. México Bárbaro.