lunes, 18 de julio de 2011

La política de Maquiavelo


Nicolás Maquiavelo fue un escritor y estadista florentino. Nacido en 1469 en el seno de una familia noble empobrecida, Nicolás Maquiavelo vivió en Florencia en tiempos de Lorenzo y Pedro de Médicis. Tras la caída de Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la segunda cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que Nicolás Maquiavelo ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y César Borgia, entre otros. Su actividad diplomática desempeñó un papel decisivo en la formación de su pensamiento político, centrado en el funcionamiento del Estado y en la psicología de sus gobernantes. Su principal objetivo político fue preservar la soberanía de Florencia, siempre amenazada por las grandes potencias europeas, y para conseguirlo Maquiavelo creó la milicia nacional en 1505.

Maquiavelo intentó sin éxito propiciar el acercamiento de posiciones entre Luis XII de Francia y el papa Julio II, cuyo enfrentamiento terminó con la derrota de los franceses y el regreso de los Médicis a Florencia (1512).

Como consecuencia de este giro político, Maquiavelo cayó en desgracia, fue acusado de traición encarcelado y levemente torturado (1513). Tras recuperar la libertad se retiró a una casa de su propiedad en las afueras de Florencia, donde emprendió la redacción de sus obras, entre ellas su obra maestra, El Príncipe, que terminó en 1513 y dedicó a Lorenzo de Médicis (a pesar de ello, sólo sería publicada después de su muerte).

Los principados: cómo se adquieren y cómo se conservan.
Maquiavelo publica El príncipe como una obra destinada a la instrucción de los gobernantes para bien dirigir sus Estados. Los objetivos principales de esta obra son revelados por el autor en sus primeras páginas como el esclarecer la esencia de los principados, cuáles son sus tipos, cómo se adquieren y cómo se mantienen.

Los principados pueden ser, según Maquiavelo, hereditarios o nuevos, o bien con características especiales como en los principados civiles o en los eclesiásticos. Pero el problema de cómo conquistarlos y mantenerlos no surge especialmente sino en los principados nuevos. Tanto en los principados eclesiásticos como en los hereditarios la toma y mantenimiento del poder se consigue fácilmente mientras no se rompa con las tradiciones o mecanismos inherentes a esas instituciones.

Maquiavelo centrará su estudio en los principados nuevos, los cuales pueden ser mixtos o enteramente nuevos. Los primeros son aquellos en que lo conquistado se agrega a un principado ya existente y depende de él, como sucede en las colonias; los segundos, constituyen un principado nuevo porque quien lo conquista no posee otro ni hará que este se halle subordinado a otro, sino que le impondrá su propio gobierno. 

Las dificultades para conquistar o conservar un principado nuevo, sea mixto o enteramente nuevo, residen principalmente tanto en la naturaleza de lo conquistado como en la manera de adquirirlo. Según esto, las estrategias para conquistar y conservar un estado no pueden ser las mismas si se trata de un estado republicano, que si se trata de uno aristocrático o de uno despótico; por otra parte, la manera en que es adquirido ese estado condiciona muchas veces su conservación, puesto que no tiene las mismas consecuencias posibles adquirir un principado por las propias armas (por la propia virtud) que por las armas de otro (es decir, por la fortuna), o por el consentimiento de los ciudadanos que por medio de crímenes.

En el caso de los principados republicanos, acostumbrados a vivir según sus propias leyes y en libertad, Maquiavelo señala jerárquicamente tres modos de conquistarlos: primero, destruyéndolos; segundo, radicarse en ellos, y, por último, dejarlos regirse por sus propias leyes obligándolos a pagar un tributo y estableciendo en ellos un gobierno que vele por lo conquistado. De estas tres, la primera es la forma más recomendable de dominar a un principado que por su condición histórica de libertad difícilmente renunciará a ella, tornándose el pueblo en una fuente perenne de conflictos contra el nuevo príncipe. En contraste, nos dice Maquiavelo:

[…] cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas.

Los estados aristocráticos ofrecen una mayor facilidad para ser conquistados que los republicanos y despóticos, ya que el poder está divido en ellos en distintas familias nobles y es fácil que se presente la ocasión de que algunas de ellas faciliten a un extranjero poderoso la posesión del estado esperando compartirlo. Pero una vez conquistado, el estado aristocrático se vuelve algo difícil de conservar, precisamente por la misma división del poder entre los nobles.

En contraste con este principado aristocrático, el despótico es muy difícil de conquistar pero fácil de conservar. Por el hecho de estar dirigido por un solo hombre, se halla más unido: el pueblo y la milicia tienen pocos o ningún reparo en legitimarlo y defenderlo. Para conquistarlos es preciso borrar la línea dinástica del monarca, además de vencer a una milicia bien determinada. Pero una vez conseguido nada puede impedir que se conserve dicho principado como algo propio. Maquiavelo pone como ejemplo paradigmático de este tipo de estado al entonces reino turco:

Las razones de la dificultad para apoderarse del reino del Turco residen en que no se puede esperar ser llamado por los príncipes del Estado, ni confiar en que su rebelión facilitará la empresa. Porque siendo esclavos y deudores del príncipe, no es nada fácil sobornarlos; y aunque se lo consiguiese, de poca utilidad sería, ya que, por las razones enumeradas, los traidores no podrían arrastrar consigo al pueblo. De donde quien piense en atacar al Turco reflexione antes en que hallará al Estado unido, y confíe más en sus propias fuerzas que en las intrigas ajenas. Pero una vez vencido y derrotado en campo abierto de manera que no pueda rehacer sus ejércitos, ya no hay que temer sino a la familia del príncipe; y extinguida ésta, no queda nadie que signifique peligro, pues nadie goza de crédito en el pueblo; y como antes de la victoria el vencedor no podía esperar nada de los ministros del príncipe, nada debe temer después de ella.

En cuanto a la manera de adquirir un principado, siempre será mejor haberlo hecho por las propias armas, es decir, gracias al propio esfuerzo o la propia virtud. Los que adquieren estados gracias al favor de otro dependerán siempre de la suerte de él y no de sí mismos, si una vez en posesión del principado no se realicen las acciones necesarias para quedar en posesión de él de manera tal que sólo dependa de su voluntad el conservarlo. 

Maquiavelo ilustra el caso de los hombres que se hacen del poder por su virtud con los ejemplos de fundadores de estados como Moisés y Rómulo. Para ellos, la principal dificultad en la creación del nuevo estado es la implementación de las nuevas leyes, puesto que afectan a los que anteriormente se beneficiaban de las antiguas y los mismos que podrían ser beneficiados con las nuevas pueden mostrarse escépticos o temerosos. Además, es preciso que a la aplicación de dichas leyes se agregue la coerción de las armas, para obligar a los gobernados a cumplirlas.

Las “virtudes” del príncipe.
Uno de los rasgos distintivos de la teoría política de Maquiavelo es que hace una separación clara entre los principios de la acción política que debe seguir un gobernante y los principios morales o éticos. Es quizás el primer pensador que le otorga un carácter autónomo a la política, independiente de la ética. Esto, hoy en día puede parecernos algo muy lamentable y, sin embargo, creo que tanto para su tiempo como para el nuestro constituye un acierto, pues nos revela la realidad de siempre de la política y su conexión con la ética. Quizás, nos obliga a plantearnos una cuestión muy necesaria hoy en día: ¿cómo es posible hacer más ética a la política? 

Para Maquiavelo, la virtud moral no es algo necesario en el gobernante, sino al contrario, algo que puede constituir un obstáculo para realizar correctamente los fines políticos. Sin embargo, el príncipe debe al menos aparentar ser virtuoso, porque esto le asegura el favor del pueblo o por lo menos no lo pone justificadamente en su contra. Pero, si es preciso que un gobernante sea bondadoso en algunos casos, en muchos otros es preciso que sea cruel si quiere mantener la estabilidad del estado. Así, castigando a unos cuantos en forma ejemplar, evita un mal mayor. Esto pone en evidencia la distinta naturaleza entre las acciones políticas y las acciones morales. El fin de la política no es directamente el bien individual, sino el bien del estado, su estabilidad; pero esto, indirectamente, también es un bien individual.

La práctica de la crueldad por parte de los príncipes debe realizarse en la medida adecuada, de manera que no lleguen a ser odiosos a los ojos de sus súbditos. Por esto, Maquiavelo recomendaba que los actos de extrema crueldad fuesen poco frecuentes, así como las acciones bondadosas o en que se da esperanza de bienestar al pueblo deben ser siempre duraderas y continuas. La propia naturaleza humana, según Maquiavelo, justifica la mayor conveniencia para el príncipe en ser temido que en ser amado, como explica en las siguientes líneas de su opúsculo:

Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado […]

Es, pues, más seguro para el gobernante ser temido, puesto que el amor no depende de él, sino de la volubilidad del pueblo, mientras que el miedo que este último pueda tenerle (por el cual puede bien controlarlo) depende enteramente de él como príncipe. Y siempre es mejor depender de las propias fuerzas que de las de otros. 

Y así como con el amor ocurre con otras virtudes, como la prodigalidad o cumplir con la palabra: no son mejores que sus contrarios, la avaricia y el engaño, cuando de lo que se trata es de conservar la estabilidad del estado. Es preferible para el príncipe ser reputado como avaro, si con ello se evita empobrecer al estado y, “con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quien le hace la guerra, y puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo”. Entonces, en realidad, será tenido por más pródigo. En cuanto a cumplir con la palabra empeñada, Maquiavelo nos dice que:

[…] un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos.

Conclusiones.
A modo de conclusión cabría destacar la importancia que da Maquiavelo a la actividad frente a la fortuna: ésta última, dice en otro de los pasajes de El príncipe, se entrega sólo a los hombres resueltos, y es un mero lujo que desaprovecha frecuentemente el hombre vulgar. El príncipe, pues, debe ser un hombre activo, virtuoso. Pero esta virtud carece de un sentido moral, adoptando otro, el sentido político, el del bien del estado. Así pues, las acciones políticas no pueden atarse, necesariamente, a finalidades morales, sino que siguen sus propios mecanismos, independientes de la moral.

Maquiavelo, con su conocimiento de la Historia supo desentrañar las leyes que hacen que un príncipe logre sus conquistas y las conserve; pero nos mostró a la vez las relaciones que tienen esas leyes con la psique de los individuos. El conocimiento de Maquiavelo sobre las pasiones humanas, que son comunes tanto a gobernantes como a gobernados, es decisivo en los preceptos que nos ofrece en su libro. El cual es una contribución realista a la interpretación de la esencia de la actividad política.

Fuente: Podcast Filosofía




1 comentario:

  1. Por lo bien que
    Maquiavelo aconsejo mantener el poder con estrategias diferentes, si los gobernados son buenos o son malos: Si son bueno por el amor y si son malos por el temor.
    Pero en nuestros tiempos y si la educación del ser humano en
    de todas las edades pugna por hacerlo competente y lleno de valores morales para la convivencia. Bajo estas premisas y condiciones creo que conservar el poder es más bien efecto de dar ejemplo de practica de competencias, valores morales y de convivencia.

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