martes, 18 de febrero de 2014

El método como camino verdadero


Eduardo Nicol
Eduardo Nicol (1907-1990)

Por Flor de María Campos.

Para Kant, una de las necesidades más próximas a todo ser humano debería consistir en "atreverse a pensar". Esta sentencia engloba una búsqueda guiada por la razón hacia las aguas turbulentas de la verdad; un buscar libre de las ataduras que suponen las pautas determinadas por los demás y aventurarse a ejercitar la capacidad cognoscitiva que se encuentra presente en todo ser racional.

Sin embargo, aun cuando exista la disposición, no todos piensan de manera correcta. Sucede que esta es una idea que se ha cosechado a lo largo de la historia del pensamiento humano y que se fortalece durante los años escolares de todo individuo. Se dice y se repite que nuestra condición humana es suficiente para posibilitar en nosotros el pensamiento, sin embargo, se trata tan solo de la posibilidad pero no del hecho. Mantenernos en la creencia de que todos piensan ha sido una de las razones por las cuales se ha relegado esta actividad como algo secundario que, mas que fungir como motor para el desarrollo de las sociedades actuales, ha servido como accesorio complementario para las ciencias que se han colocado en la cúspide de las explicaciones a los misterios del mundo.

Oscar de la Borbolla menciona en su libro La rebeldía del pensar (2008) que decir que "no todos piensan" o "no todos saben pensar" es equivalente a decir que "no todos pintan" o "no todos saben pintar". “Embadurnar un lienzo no es pintar; amontonar enunciados, tampoco es pensar.” 1 Ya también Descartes hacía mención de ello en su controversial Discurso del método (2009), cuando en sus primeras líneas enfatizaba que aun cuando todos presumían de tener el ingenio bueno, lo principal consistía en aplicarlo bien.

Pero entonces, ¿existe acaso una manera correcta de pensar?, ¿se trata de alguna fórmula mágica o una serie de reglas que enderecen el camino de la mal lograda humanidad? Puede que las preguntas se presenten de una manera vaga e imprecisa y con cierta dificultad para ser respondidas, pero en realidad al punto al que quiero llegar es a la necesidad que tiene la filosofía, encargada principalmente del desarrollo y la construcción del pensamiento correcto, del método.

Pero, ¿por qué el método? ¿Por qué necesita la filosofía -y por ende nuestra cabeza para pensar correctamente- un método?


El desarrollo de la filosofía a través del tiempo se ha visto acechada por una gran variedad de métodos. Como menciona Eduardo Nicol, todos los pensadores desde Platón han declarado la necesidad de que la filosofía tenga un método y de que sea dado para todos y para siempre. Curiosamente, es evidente que cada pensador se ha aventurado a afirmar que su método es el único válido2. Desde que Sócrates pretende instaurar con su mayéutica la vía para acceder a la verdad de las cosas, las propuestas no han parado de llegar e incluso algunos métodos se muestran como contrarios y algunos otros simplemente cambian algunos aspectos para diferenciarse de su predecesor. Pero, más allá de la vanidad que supone la búsqueda del método para cada pensador, deben existir otras razones que expliquen por qué el proceder de la filosofía debe ser metódico.

Antes que nada, etimológicamente hablando, tenemos que "método" tiene su origen en dos vocablos griegos: por un lado meta y por el otro odós. Me interesa rescatar el segundo término que significa "camino" pero sobre todo la idea parmenídea de "camino" que retoma Eduardo Nicol en su ensayo Fenomenología y Dialéctica (1973). Aquí, el filósofo catalán nos menciona una de las primeras apariciones del término odós en la filosofía griega, la cual se remonta al Poema de Parménides. El filósofo griego distingue dos caminos para la conducción del hombre, uno del acierto y el otro del error. Y justo aquí radica la importancia de retomar el término "camino" pues Parménides, puntualiza Nicol, contrario a lo que muchos podríamos pensar, hace un uso bastante literal de éste: un sendero que hay que recorrer para llegar a un punto.

Un primer vistazo, arrojaría que estos dos caminos, a los que se hace mención, hacen referencia a la doxa y a la episteme que más adelante trataría Platón en sus Diálogos. Sin embargo resulta aún mejor que, como se dijo anteriormente, “[…] en el lenguaje de Parménides, el camino de la verdad y el camino del error no son metáforas para ilustrar la diferencia entre el acierto y el desacierto en el conocimiento. Lo que expresan es la pluralidad en los caminos de la existencia humana.”3 Hasta aquí no hay nada de llamativo o novedoso en el uso que Parménides le da a la palabra odós; lo que le da un carácter filosófico es el adjetivo que cualifica uno de los caminos y que propiamente los distingue: un camino "verdadero". Esta es una de mis partes favoritas de la idea que rescata Nicol puesto que la diferenciación que hace sobre el camino del error y del acierto no es necesariamente con respecto a que uno sea el "bueno" y el otro el "malo", por decirlo de alguna manera. Los caminos se distinguen porque uno de ellos, una de las vías posibles se recorre verdaderamente, el otro no. ¿Qué se entiende aquí por "verdaderamente"?

Se trata de algo bastante interesante, que tiene relación con la raíz etimológica de la palabra "filosofía" y que además permitirá diferenciar al método filosófico de cualquier otro como el científico. Filosofía es amor por la sabiduría, ¿qué tiene esto que ver con la importancia del método o del camino verdadero?

“Pero el camino de la verdad y el camino de la opinión representan más bien disposiciones básicas, de las cuales van surgiendo aquellas particulares posiciones. Las disposiciones las llamamos hoy vocaciones y son formas de vida. Parménides las llamó caminos.”4 Una de esas disposiciones ―o caminos― es verdadero, pero no porque sea el correcto o el "bueno" sino porque su característica principal es que se mueve desinteresadamente ante las cosas, para ofrecerlas en su razón, para ofrecerlas en-sí mismas, es decir, en su verdad. 

El discurrir metódico surge a partir de la necesidad ―¿vital?― de querer llegar a la verdad pero de una manera auténtica, haciendo uso del pensamiento en su máximo esplendor, de la reflexión y de la crítica. Por mero amor a la sabiduría.

Precisamente esto es lo que cabría señalar como una de las razones fundamentales del método: que es una exigencia de la vida misma de quien busca la sabiduría. Ya decía Sócrates que la exigencia de una vida metódica, autoconducida, es necesaria y primordial para poder vivir bien, con sapiencia. “Pues el hombre, además de vivir, quiere saber por saber, quiere conocer la verdad sin interés práctico” 5Eso es principalmente lo que lo distinguirá de otros métodos. Pero, ¿es que acaso no es la misma importancia la que envuelve al método utilizado en las ciencias y el utilizado en la filosofía?

El problema con el método que se utiliza en las demás ciencias está en que éste se ha convertido en un mero instrumento de trabajo, un elemento técnico que lejos de relacionarse directamente con su búsqueda, sirve como un simple medio. “Si hay una falla en el método vocacional, el método técnico no basta para constituir una ciencia auténtica. No basta siquiera la razón de verdad, si no funciona por amor de verdad.” 6 Por otro lado, una de sus principales herramientas es la deducción. La deducción, claro está, sí implica algunos elementos del pensar como son la relación y la comparación pero, como es bien sabido, no es suficiente establecer relaciones para afirmar que se está llevando a cabo el acto de pensar.


CONCLUSIONES

Sucede que la gran mayoría de los pensadores se han enfocado en imponer su método, siendo su finalidad establecer la mejor de las vías para conducirse hacia la verdad. Es decir, dan por sentado que la filosofía necesita de un método pero, ¿se habrán preguntado por qué?
Curiosamente la gran mayoría apela a la importancia que supone esa búsqueda pero pocos se cuestionan sobre la importancia del camino como tal. Y es que, como bien dice Nicol, la meta no es la verdad sino la sapiencia.

Esa quimera que hemos nombrado como verdad, ha vuelto loco al más racional de los filósofos por el estéril deseo de aprehenderla, olvidando el verdadero motivo que los mantiene dentro de este camino de soledades: el amor por la sabiduría. Quizá es una de las razones más románticas ―en el sentido negativo del término― pero la única que nos guiará desinteresadamente.

Efectivamente, no todos piensan, pero no porque no se conduzcan de manera racional o sistemática, sino porque sus pretensiones se encasillan en el pragmatismo del conocimiento olvidándose casi por completo de la vocación.


ACERVO CONSULTADO

De la Borbolla, Oscar, La rebeldía del pensar, Ed. Patria, México, 2008

Nicol, Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista de Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973 pp. 40-63, URL http://dianoia.filosoficas.unam.mx/files/3013/6996/8716/DIA73_Nicol.pdf, 20 de diciembre de 2013

______________, “El discurso sobre el método”, en Revistes Catalanes amb Accés Obert, pp. 125-132, URL http://www.raco.cat/index.php/enrahonar/article/viewFile/42515/191527, 26 de diciembre de 2013

García Morente, Manuel, La filosofía de Bergson, Porrúa, México, 2009
1 De la Borbolla, Oscar, La rebeldía del pensar, Grupo Patria Cultural, México, 2008, p.12.
2 Cfr. Nicol, Eduardo, “El discurso sobre el método”, en Revistes Catalanes amb Accés Obert, Barcelona, 2006, p. 126.
3 Nicol, Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista de Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973, p. 46.
4 Ibíd., p.47.
5 García Morente, Manuel, La filosofía de Bergson, Editorial Porrúa, México, 2009, p.21.

6 Nicol, Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista de Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973, p.48