martes, 24 de abril de 2012

En torno al concepto de "virtud"


Introducción
La palabra virtud está en desuso en la actualidad. Asociada por lo general a lo religioso connota el sentido de “santidad”. Sin embargo, el sentido del término tiene un origen griego en la palabra areté, cuyo significado es “excelencia” en alguna clase de actividad humana, o bien, simplemente: excelencia humana. De hecho, en la antigua Grecia se hablaba de virtudes políticas, intelectuales y morales, así como en los distintos oficios que desempeñaban los griegos, lo cual indica su naturaleza mundana y no precisamente divina. Para los griegos, la educación era el medio por el cual se formaban en los ciudadanos esas virtudes necesarias para mantener el orden social existente.

Platón y Aristóteles fueron quienes dieron en ese tiempo la mejor precisión filosófica del término. El primero hablaba de cuatro virtudes fundamentales en la polis griega: valentía, templanza, prudencia y justicia. Las tres primeras correspondían, por decirlo así, a tres clases sociales: la de los guerreros, la de los artesanos y la de los gobernantes. La justicia, en cambio, es inherente a todo el cuerpo de la polis, como la armonía entre las diferentes clases, y donde cada integrante de su clase social cumple adecuadamente su función. La justicia, por esto, tiene el carácter de virtud fundamental, ya que su existencia depende de la existencia de las otras tres. Pero, además, Platón considera que cada virtud corresponde con una parte del alma del individuo: la valentía con su parte irascible, la templanza con su parte concupiscible y la prudencia con su parte racional. De aquí que Platón considere implícitamente que la perfección moral del individuo no puede lograrse si este se ciñe a una sola clase social con su sola virtud, sin desarrollar la virtud fundamental de la justicia, que aboga por el bien común de la polis en su totalidad.

Por su parte, Aristóteles definió la virtud como la actitud proporcionada del individuo o ciudadano en lo que respecta a su conducta o emociones, además de tener la capacidad de desarrollar tal actitud de manera libre y consciente. Lo contrario a las virtudes, para Aristóteles, son los vicios; éstos son la desproporción, ya sea en las acciones o en las emociones. Por ejemplo, la valentía es una virtud porque corresponde a una actitud proporcionada respecto a la emoción del miedo. El valiente no incurre en una debilidad de carácter al actuar cobardemente, es decir, al dejarse dominar por el miedo y no afirmar su racionalidad. La virtud moral se funda en la racionalidad, en la consideración objetiva de las situaciones y saber qué hacer en función de ello. Y esta consideración objetiva debe valorar tanto los excesos como los defectos: si la cobardía (exceso de miedo) es el vicio contrario a la valentía, también lo es la temeridad. En esta el hombre yerra por defecto del sentimiento del miedo, siendo tan irracional como el cobarde.

En la era moderna nos encontramos con una definición de virtud que contempla más de cerca la naturaleza individual del hombre antes que su naturaleza social, aunque sin dejar de hacer esto último. Spinoza define la virtud del individuo humano como su potencia, su poder, la capacidad que tiene de autoconservarse y afirmarse, expresado en lo que él llama conato ó deseo. El deseo es el esfuerzo consciente del hombre por perseverar en su ser y es su esencia, al igual que su virtud. Y, no obstante que esta definición parece equiparar a la virtud con el egoísmo, no es así; en todo caso, la virtud es compatible con el amor a sí mismo, que no es contrario o excluyente con el amor a los demás. Lo más digno de amor para un ser humano sano es otro ser humano sano, antes que cualquier otra cosa de la realidad, ya sea viva o de naturaleza inerte. Y esto ocurre porque sólo en la relación humana el ser humano se realiza como ser humano, es decir, afirma sus potencialidades, lo que está en su ser y quiere realizar. Para Spinoza sería una falsa alternativa la de amarse a sí mismo o amar a nuestros semejantes.

Podría enunciar en otros términos el concepto spinoziano de virtud de la siguiente manera: “virtud es la capacidad del individuo de actuar conforme a su deseo cuando tiene de sus pasiones una idea clara y distinta”. En las pasiones, no es el individuo quien determina en forma libre su conducta, sino las afecciones que hay en él de las cosas exteriores. Estas afecciones operan en él de manera automática sin que sea consciente de cómo se originan. Pero cuando a través del pensamiento el individuo toma consciencia de las causas que originan sus afecciones, entonces dejan de ser pasiones y pueden ser acciones, es decir, el hombre puede tener control sobre esas energías que lo dominan. En esto consiste la libertad humana. No obstante, aunque la realización de la libertad pasa por la comprensión de sus determinaciones afectivas, ello no es suficiente: las pasiones sólo pueden reducirse o anularse por oposición con otras pasiones. Sólo cuando nuestro conocimiento de las pasiones que nos esclavizan puede generar otras pasiones contrarias a ellas, sólo entonces puede realizarse la libertad del individuo. No basta saber lo que es bueno para ser bueno. El conocimiento es una herramienta útil para el perfeccionamiento moral, es decir, del carácter, pero sólo en la capacidad de reorganización adecuada de este último podemos hablar de virtud.

Platón y Aristóteles coinciden en un planteamiento objetivista de las virtudes, basado en la consideración de que éstas provienen del orden social existente, de la polis. Poco podemos encontrar en ellos un fundamento psicológico de la virtud, no obstante algunas de sus afirmaciones acerca del alma humana. Esto se debe al limitado desarrollo de la psicología en ese tiempo. En Spinoza, por otro lado, vemos ya una fundamentación psicológica de la virtud. Respecto de las sociedades, Spinoza se atreve a sugerir que algunas de ellas pueden hacer parecer una virtud lo que en realidad es un vicio; por ejemplo, afirma que la ambición o la avaricia, en algunas sociedades pueden verse como actitudes normales, de ningún modo dignas de sanción moral, pero ser en realidad enfermedades mentales por el perjuicio que hacen al desarrollo de las potencialidades propiamente humanas. Así, el consenso social (la opinión pública) no puede ser el único criterio de la validez de las virtudes, sino que ha de estar en constante diálogo con el conocimiento que se tenga del alma humana. Someterse acríticamente es, en cierto sentido, promover el autoritarismo.

Virtud, Deber y Autoridad.
El deber es algo que está implícito en las consideraciones anteriores de la virtud, tanto en los griegos como en Spinoza. Cuando la persona no ha desarrollado aun la virtud necesita tomar un modelo de conducta y obligarse a seguirlo. Estas normas o modelos de conducta son lo que denominamos valores o ideales, son los proyectos de vida de un individuo o de un pueblo. Y para garantizar tanto su validez como su realización efectiva se precisa de una autoridad.

La autoridad, sin embargo, falla cuando no vela realmente por el interés de sus subalternos, sino por su propio interés. Entonces, la realización de lo que propone como autoridad se comprende como una acción violenta, autoritaria. Acción que se lleva a cabo en el marco de una cierta institución social que encabeza dicha autoridad. Porque es necesario precisar que las virtudes han de comprenderse siempre dentro de un marco institucional, entendiendo asimismo a la Sociedad o Estado como la totalidad de dichas instituciones vinculadas entre sí. En cuanto a las manifestaciones personales de esas virtudes, son producto de la interiorización en el individuo a través de su práctica y constituyen su manera peculiar de ver el mundo y de ser en él.

En esa interiorización de los valores propuestos por una sociedad a través de sus autoridades se forma en el individuo la conciencia. No sólo entendida ésta como conciencia moral, como la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo socialmente modelados, sino como el conjunto de funciones psicológicas propiamente humanas, que nos distingue de los animales. (Igualmente, hasta aquí el concepto de virtud no ha estado acotado al de virtud moral). Siguiendo a Erich Fromm podemos distinguir entre dos tipos de conciencia: una humanista y la otra autoritaria. La conciencia humanista se caracteriza por ubicar al individuo en las acciones que debe hacer para afirmar su ser, para desarrollar sus capacidades en la alegría y la felicidad; en cambio, la conciencia autoritaria impone el deber por el deber, sin considerar los efectos de sus valores sobre la persona. Mientras que la conciencia humanista afirma y propone en la persona valores que sirven a su desarrollo, la conciencia autoritaria sólo impone el valor de la obediencia: la primera está fundada en un conocimiento adecuado del hombre, mientras que la segunda en la mera necesidad de mantener un cierto orden social de dominación y explotación.

Por regla general, es en la contradicción entre las normas impuestas por una mala autoridad y las de un puñado de autoridades humanistas cuando se da la ocasión para un cambio en los valores establecidos y la posibilidad del desarrollo de “nuevas” virtudes, más adecuadas al ser del hombre, más auténticas. Y el espacio en que esto ocurre es el de las instituciones. Dentro de ellas, podría decirse, se da una reconstrucción cuando la participación democrática (de una multitud de conciencias humanistas) derrota a la imposición autoritaria. Generalizando esto a todas las instituciones podríamos afirmar la pertinencia de los llamados “pactos sociales”, de que han escrito algunos filósofos de la política. Podemos decir que dichos pactos son factibles bajo estas circunstancias, puesto que transformar el conjunto total de instituciones es transformar al Estado.

Esta lucha entre dominación y liberación, lucha de valores distintos, se configura del lado de la liberación gracias a la unidad entre autoridades humanistas (por lo general no oficiales, en el sentido de no estar insertadas en el seno de los poderes del Estado, y que fundan su autoridad en su competencia) y los ciudadanos comunes, pero que reconocen la necesidad de liberación y lo adecuado del proyecto que les ofrecen las autoridades humanistas. Estas autoridades aportan el valor intelectual de sus ideales, mientras que los ciudadanos les ofrecen su voluntad, la fuerza física necesaria para la transformación efectiva.

Virtud y Felicidad.
Según la definición spinoziana de virtud, ésta implica la actividad del individuo de acuerdo con su naturaleza o deseo, actividad que es tanto psíquica como física. Pero Spinoza también define en su Ética que la alegría es el tránsito del alma de un estado de perfección a otro de mayor perfección, y esto es inherente a la afirmación del ser del hombre, de su deseo. Por esto es que la práctica de la virtud implica en sí misma la alegría. Pero, como el mismo Spinoza dice, es un estado transitorio del alma humana, tan sólo vigente mientras se es activo.

La felicidad, por otro lado, ha de ser un estado del alma constante, que una vez adquirido por la persona se mantiene en ella. Más que ser intrínseca a actividades humanas específicas lo es con relación a la actividad general de ser creativo o productivo, de ser “virtuoso”. Si la pensamos en términos cuantitativos sería la medida de nuestra virtud. Entonces, la felicidad perfecta sería aquella que corresponde a una virtud perfecta, o la perfecta realización de la totalidad de potencialidades humanas en una persona. En cualquier otro caso estaremos frente a una mera alegría o simplemente una pequeña felicidad.

En Aristóteles, a diferencia de esta definición de Spinoza, la felicidad (así como la perfecta virtud) está limitada a la actividad puramente intelectual y se confirma en el tiempo, en la totalidad de la vida vivida por alguien conforme a la virtud. De tal modo, para Aristóteles sólo se alcanza la verdadera felicidad al morir.

Conclusiones.
En nuestros días podemos y debemos plantear una definición de la virtud que comprenda tanto su dimensión política o sociológica (Platón y Aristóteles) como su dimensión psicológica (Spinoza). La Ética debe buscar apoyo en ambas ciencias del hombre para formular sus conceptos y sus principios normativos. Sobre todo en estos días, en que quizás se ha hecho más necesario que en otros tiempos el progreso conjunto, armónico, de la vida social y personal. Que una cosa no excluya a la otra. Por ello, la síntesis del pensamiento de estos filósofos clásicos puede aportarnos algo.

Pero también se ve en lo dicho hasta aquí que es muy importante saber describir la dinámica del desarrollo ético, tanto a nivel social-histórico como a nivel individual o personal. Hemos discernido que este proceso se verifica en la contradicción entre lo individual y lo colectivo, entre la opresión y la libertad, entre la mala autoridad y la autoridad humanista, en el marco de las instituciones sociales. La Ética ha de tener cabida en todas ellas, puesto que en todas ellas están la virtud y los valores. La familia, la economía, el gobierno, la educación, los medios de comunicación, la ciencia, etc., todos ellos son ámbitos en los que la Ética puede y debe aplicarse en tanto que corresponden a algún aspecto de las potencialidades humanas, que puede estarse afirmando o negando, propiciando tristeza o alegría, felicidad o infelicidad.

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sábado, 21 de abril de 2012

Sobre la Cartilla Moral de Alfonso Reyes

El debate es una sección del programa Plaza de Armas, transmitido por el canal Capital 21, de la Ciudad de México. Esta sección se acoge al canon clásico de la mesa de discusión, pero haciéndolo con el propósito no ya de enfrascarse en la fórmula vacía y abstracta del diálogo ad infinitum mediante el que nunca se llega a cosa alguna, sino con el de ir a la raíz misma de las cuestiones. El programa es conducido por Ismael Carvallo.

En esta emisión se presenta la entrevista con Alejandro Mejía y Alfonso Vázquez, de la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM, para debatir en torno a "La Cartilla Moral". Éste es un texto preparado por el maestro Alfonso Reyes en el contexto de una campaña de alfabetización. Según el propio Reyes, en su prefacio de 1944 (Obras Completas, FCE, tomo XX), las lecciones no pudieron aprovecharse entonces. Varias décadas después, Andrés Manuel López Obrador ha puesto en circulación el texto de Reyes, proponiéndolo como documento de discusión en el contexto de su segunda campaña presidencial, de cara a las elecciones de este 2012.

jueves, 19 de abril de 2012

Diálogos con la Historia: La patria y sus constructores


Diálogos con la Historia es un programa de radio producido por la Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, conducido por el historiador Matías Lazcano Armienta.

En la presente emisión se ofrece la entrevista con el filósofo Claudio Bustos Salgado, de la Escuela de Filosofía y Letras de la UAS, realizada el 13 de septiembre de 2011, en torno al concepto de "patria" y de los fundadores de la "patria mexicana". 


jueves, 5 de abril de 2012

El "qué" y el "para qué" de los valores en México


Introducción
En estos días está muy de moda hablar acerca de los “valores”, pero, ¿nos hemos detenido un momento a reflexionar acerca de qué son y qué función cumplen en nuestra vida individual y social? En torno a este tema es que voy a discurrir a continuación, asumiendo una perspectiva personal.

En el uso común que hacemos del término “valor” entendemos por ello un fin que es considerado por consenso social como algo “bueno”, o bien algo “preferible”. Así, por ejemplo, sabemos que es preferible las más de las veces ser “veraz” a ser “mentiroso”, por lo que la “veracidad” es un valor; o bien, juzgamos que es mejor ser “justo”, dando a cada quien lo que le corresponde. Y estas valoraciones consideran, ya sea implícita o explícitamente, las consecuencias negativas que conllevaría el infringir la norma que está expresada en el valor. Es decir, si siempre miento, ¿qué consecuencias traería esto a la vida social en que se halla inscrita mi vida personal? No es difícil ver que ello haría que no existiera la confianza mutua y, por tanto, los conflictos interpersonales serían siempre inminentes. Los valores, pues, como fines normativos de la conducta humana tienen la función de conservar un cierto orden social y cultural, evitando que con su cumplimiento dicho orden se disuelva.

Los ejemplos mencionados son valores de tipo ético, pero también existen valores religiosos, estéticos, políticos, económicos, etc. Sin embargo, en todos ellos también hallamos la característica de ser fines normativos que el ser humano se plantea a sí mismo. Y por tener este origen humano, podemos afirmar que son también mutables en la misma forma en que lo es el Hombre. Los valores tienen un carácter histórico, al igual que la naturaleza humana. Por esto mismo es que también llegan a constituir un problema para el Hombre, puesto que hay momentos en que su historicidad nos orilla a preguntarnos por los valores que hemos de asumir.

El ser humano es un ser eminentemente práctico y, por ello, los valores se inscriben dentro de la praxis del Hombre. Y por lo mismo podemos diferenciar dos tipos de valores: 1) aquellos que se asumen en una práctica reiterativa de la actividad humana, o bien, 2) los que deben construirse para transformar la propia vida sociocultural y, con ello, también la del individuo. En el primer caso nos encontramos con valores que tienden a mantener un sistema de cosas establecido (con pequeñas variantes a nivel individual), mientras que en el segundo caso los valores planteados sirven para cambiar dicho sistema, siguiendo una praxis creativa.

El carácter histórico de los valores nos habla de su relatividad, de que dependen en su existencia de condiciones geográficas y temporales en que se manifiestan otro tipo de condiciones como: económicas, sociales, culturales, tecnológicas, entre otras. Pero, por el hecho de tener un mismo origen, es decir, en el Hombre, también han de compartir todos algunos rasgos en común que puedan considerarse de índole universal. Además, dentro de cada contexto sociocultural-histórico, los valores pueden verse con ese carácter de universalidad, como válidos para todas las personas que conformen dicho contexto.

En nuestra situación actual, ¿qué valores hemos de asumir? ¿Los reiterativos o los creativos? ¿Existen ya entre nosotros o es todavía una tarea pendiente construirlos? ¿Qué forma tienen o deben tener esos valores como fundamento y qué función social han de cumplir?


Fundamento del valor
Como ya se ha dicho, los valores tienen un origen humano, por lo que para darnos una idea general de lo que son ellos, hemos de poseer también una idea precisa de lo que es el Hombre. Se ha mencionado ya su carácter práctico, aunque aún sin precisar lo que con estos términos queremos decir. Esto es algo que haré en seguida, pero añadiendo a este rasgo fundamental del Hombre su condición de criatura consciente, pasional y activa.

El carácter práctico del Hombre implica que como toda criatura se esfuerza por perseverar en su ser: su existencia se halla en una tensión constante contra la permanente posibilidad de morir. Pero el ser humano realiza esto con el auxilio de sus semejantes, siendo su vida individual una expresión de condiciones sociales. El lenguaje, las herramientas y las formas de interrelación que los hombres han inventado en sociedad constituyen su hogar, su mundo, el espacio en que se hallan seguros. Y estas invenciones humanas implican ya un proceso de valoración, del orden cognitivo-lingüístico, económico y ético, respectivamente, e interconectados entre sí. Así que el Hombre valora desde siempre, desde su mismo origen como ser práctico que es. Hasta podemos ser tentados a plantearnos la cuestión de si los valores son creación humana o el Hombre es producto de los valores. Sin embargo, caeríamos en un error, puesto que entre ambos términos no hay una relación genética, donde uno cree al otro, sino dialéctica: son dos aspectos diferenciados de lo mismo, que se influyen recíprocamente, bidireccionalmente.

También hay que decir que, a diferencia de otras criaturas que también desarrollan actividades “prácticas” (como las abejas que construyen su panal o como las aves sus nidos), el Hombre las desarrolla de manera consciente, las planea. Es un rasgo intrínseco del ser humano planear, modelar en su mente las cosas que ha de hacer antes de hacerlas: es un ser que siempre está proyectando sus actividades. Esta actividad humana consciente y transformadora es lo que anteriormente he denominado “praxis”. Por lo mismo he apuntado antes que los valores se inscriben dentro de la praxis humana.

Pero, ¿cómo se forman los valores en el individuo social, es decir, en la persona? Los valores cognitivo-lingüísticos, económicos y éticos, que son inseparables de la existencia social del Hombre se interiorizan en las nuevas generaciones en un proceso de aprendizaje, en un proceso educativo. Mediante la educación se inculcan los fines normativos que permiten a la persona adaptarse al mundo social en que vive, sosteniendo a la vez la existencia de dicho mundo social con su propia participación en él. Este aspecto educativo de la interiorización del valor en la persona puede verse hasta cierto punto como un hecho pasivo, en el sentido de que sólo reproduce o conserva los valores establecidos: no hay en ello, aparentemente, una actividad creativa. Sin embargo, a nivel individual, podemos afirmar que sí hay actividad por parte del sujeto; se requiere cierto esfuerzo pasar de ser un individuo impulsivo e insocial a uno reflexivo y sociable, lo cual se logra en este proceso educativo.

Sin embargo, el reto mayor lo representa la necesidad de transformar los valores existentes cuando éstos ya no responden a la realidad sociocultural presente. Entonces, valorar ya no es la “conformación educativa”, sino la “crítica y creación”. Pero esta última tarea no es posible realizarla individualmente, sino que se precisa de la confluencia de muchas personas en el Hombre colectivo. La actividad y creatividad por excelencia de la persona reside en su participación consciente en este proceso, en el cual afirma su carácter de ser histórico.


Los valores cognitivo-lingüísticos, económicos y sociales
En lo que se refiere a esos tres ámbitos fundamentales de la praxis humana ya mencionados: el cognitivo-lingüístico, el económico y el social, ¿qué nos hace falta lograr? Para responder la cuestión echemos un vistazo a las instituciones sociales en que se fincan esos valores.

En el caso de los valores cognitivo-lingüísticos, tendremos que observar el estado en que se encuentran las actividades intelectuales en la sociedad, particularmente las de la literatura, la filosofía y la historia, que son las que prioritariamente emplean como instrumento el lenguaje para la expresión de imágenes y conceptos de diversa complejidad. Habrá que preguntarnos qué tan instruida está esa sociedad en esas áreas de la cultura universal. Y con esto no sólo se involucra a su vez el aparato educativo, sino también con especial influencia, los medios masivos de comunicación. ¿En qué medida la televisión, la radio, la prensa o la internet procuran la difusión de esas disciplinas, contribuyendo a la formación de personas sensibles, reflexivas y críticas?

Los propios medios de comunicación en México han hecho patente las deficiencias en la educación de los mexicanos, particularmente en sus “hábitos de lectura”. De manera más discreta ha sido la difusión del intento de eliminar la filosofía de la enseñanza del bachillerato nacional. Por ello es evidente el atraso deliberado por el propio estado mexicano en la promoción de los valores cognitivo-lingüísticos en su sistema educativo.

Y por lo que se refiere a los medios de comunicación, lamentablemente vemos que la contribución es prácticamente nula; que lo que se nos ofrece son contenidos vacíos de conceptos o de imágenes profundas. En su lugar encontramos la información superficial, emociones estereotipadas, la falta de preguntas que promuevan por emulación la actitud reflexiva. Y todo esto debe tragárselo el individuo común, ya que no tiene un control sobre estos contenidos; quizás, la información de la Red se salve un poco de este juicio, puesto que alberga una mucho más amplia variedad de contenidos de los cuales se puede echar mano; sin embargo, porcentualmente, es la de menor utilización por las personas en México.

Además de imposibilitar a los individuos en sus potencialidades creativas, en su capacidad para planear imaginativamente y formular en el lenguaje sus proyectos, de cualquier índole que sea, la debilidad en los valores cognitivo-lingüísticos, sirve al propósito de mantener un estado de cosas “conveniente” para algunos. Pero, la verdad, resulta algo sumamente grotesco tal despilfarro de las energías creativas de un pueblo, sólo para que sus mediocres dirigentes no se vean en peligro de caer de su trono.

Pasando ahora al ámbito de lo económico nos encontramos con un pobre desarrollo, además de acciones sistemáticas para conservar dicho atraso. Sólo en el discurso demagógico de los políticos se habla del progreso económico de México, generalmente refiriéndose a la creación de empleos temporales, el fomento de la inversión extranjera o del turismo. Pero lo económico no es sólo lo que implica dinero, sino más bien la manera específica en que una sociedad se relaciona con la naturaleza y se organiza para sobrevivir conquistando de la naturaleza lo que necesite. Así, la tecnología, y la técnica correspondiente, que una sociedad crea para transformar la naturaleza a su favor son expresión de los valores económicos de dicha sociedad.

En el caso mexicano, tanto la tecnología como la técnica no son propias, sino adoptadas de otras naciones. Esto no les quita en nada su efectividad; no es eso, precisamente, lo criticable, sino que no exista un proyecto de desarrollo de tecnología y técnica propio: que se promueva sistemáticamente la dependencia tecnológica. No existe, pues, una industria nacional. El valor que se grita a los cuatro vientos es que México sea un mercado seguro que las industrias trasnacionales exploten, ya sea vendiéndonos sus productos y tecnología, o “dándonos empleo”. Son valores de la mediocridad impuestos por una clase social mediocre, aunque poseedora de poder “financiero” y político (la posesión de dichos poderes no guarda una relación necesaria con la excelencia humana). El pueblo de México se ha visto obligado a seguir sus fines mezquinos marginando los verdaderos intereses nacionales.

Los valores sociales, por otro lado, están implícitos en las relaciones sociales predominantes en el seno de cierta comunidad. Dichas relaciones sociales, a su vez, se inscriben dentro de ciertas instituciones, ejemplos: la familia, el sindicato, la escuela, el partido político, la empresa, la iglesia, etc. Cada una de estas instituciones se regula por ciertos códigos o reglas de conducta que deben acatar sus miembros; en tales reglas, cuyo fin es la buena conformación de la institución (su estabilidad) se comprenden ciertos valores sociales.

El “gobierno” es una más entre las instituciones sociales, encargada de la función de administrar el buen funcionamiento del resto de las instituciones (y de ella misma); es decir, siendo el Estado la totalidad de las instituciones sociales, debemos decir que el gobierno se encarga de garantizar el buen funcionamiento del Estado. Y, como decía Juan Jacobo Rousseau, el gobierno tiende al vicio de imponer sus intereses de cuerpo parcial dentro del Estado a los intereses del conjunto: esto es particularmente cierto en el caso mexicano. En el último siglo ha predominado la figura del Presidente por encima de los otros “poderes” del gobierno, es decir, del Congreso (poder legislativo) y del Poder Judicial. La figura principal ha sido el Presidente quien, como un monarca, hace y deshace a su voluntad en los asuntos del Estado. En los últimos dos sexenios la oposición a su poder, aunque existe, sigue siendo mínima.

La forma fundamental de los valores sociales es la del “bien común”, la del fin que cada una de las instituciones sociales tiene. Por ello, estos valores son también de naturaleza ética, además de política en el caso de los valores implícitos en la institución del gobierno, puesto que se refieren al bien de toda la sociedad. La tendencia a desviarse de este bien común y propender al bien particular es la “corrupción” de las instituciones. Pero, siendo esta tendencia algo natural en el individuo, dependerá de la forma en que se organicen las instituciones si estas pueden ser “sanas” o “corruptas”, y no tanto de la buena voluntad de sus miembros.

No hace falta mencionar el lugar que la corrupción ocupa dentro de nuestras instituciones, pues es de sobra aceptado que ello constituye uno de los problemas capitales de nuestra sociedad. Sin embargo, es de hacer notar que el gobierno se limite a la mera sanción judicial y convoque a los valores morales como remedio a semejante mal, mientras que el verdadero problema, que se halla en la mala organización de las instituciones que favorecen o al menos no impiden su propia corrupción, se deja intacto. Muerto el perro no se acaba todavía la rabia. Pero de esto tampoco es ignorante el gobierno.


Valores cognitivo-lingüísticos y transformación de valores
En el desarrollo de los valores ocupan un lugar clave los valores cognitivo-lingüísticos, como mediadores entre los valores económicos y los valores sociales. En realidad, las tres esferas del valor están estrechamente vinculadas. Si en un país como el nuestro, por ejemplo, predomina la actividad comercial sobre la industrial, esta esfera del valor económico determina o corresponde con otra cierta esfera de los valores sociales, pues se tendrán cierto tipo de relaciones sociales para esa actividad económica. Y los valores cognitivo-lingüísticos servirán tanto para el buen desempeño de la actividad económica como para el de las relaciones sociales inherentes.

Otras formas de actividad económica comunes son la actividad industrial y la de servicios profesionales. Ambas están organizadas en instituciones que requieren del conocimiento y de un sistema de términos, de un lenguaje específico. Tales instituciones pueden ser los sindicatos, los colegios de profesionistas o la empresa. Lenguaje y conocimiento siguen siendo elementos de especial importancia para la cohesión de las instituciones.

Pero, igualmente, son clave para cuando se requiere de la transformación de esas mismas instituciones, junto con la acción práctica colectiva. Y es que los valores sólo adquieren validez si emanan del consenso social. El hombre común puede saber lo que es mejor, aunque haga lo peor. El problema reside en qué normas seguir para que lo mejor pueda ser aprendido, y luego desarrollado, por él. Entonces, los valores se tornan en “virtudes”, en hábitos conscientes (interiorizados) del bien común.

Por lo dicho anteriormente acerca de los valores en México, se evidencia la necesidad de transformar los valores a través de la transformación de las mismas instituciones corruptas. Ello no es algo que se haga meramente en el discurso, en lo ideal, sino en hechos concretos. Se debe abandonar la práctica reiterativa de valores inoperantes y promover nuevos valores que sean útiles a la transformación de las instituciones sociales existentes. ¿Cuáles han de ser dichos valores? Esta es una cuestión que sólo podrá resolverse en colectivo, en una situación concreta, por los miembros de las instituciones que se pretenden transformar.

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