lunes, 22 de febrero de 2010

El problema de la Existencia en el pensamiento de Antonio Caso


Introducción.

A continuación haré un breve comentario al ensayo “La existencia como economía, desinterés y caridad”, escrito y reescrito por el filósofo mexicano Antonio Caso en tres ediciones distintas a lo largo de treinta años. Al decir del filósofo José Gaos, ésta debió ser una obra de especial importancia para Caso, en vista del cuidado que tuvo siempre de rectificarla, al incorporar a ella ideas de los avances científicos y filosóficos de que iba teniendo noticia.

Expondré cada una de las formas de existencia de que trata el ensayo por separado. Particularmente, mis comentarios estarán orientados hacia aclarar en qué medida está en consideración, ya sea implícita o explícitamente, la sociabilidad como factor esencial de la existencia propiamente humana, dentro de la argumentación dada por Caso acerca de las distintas formas de existencia, es decir: como economía, como desinterés y como caridad.


La existencia como economía.


Antonio Caso califica a la existencia humana como económica en tanto se ocupa meramente de la satisfacción de necesidades biológicas. La existencia como economía puede ser comparada, en cierto modo, con la existencia animal. Caso ha insinuado en su ensayo esta analogía. Pero, no siendo más que eso (una analogía), es preciso determinar sus límites, esto es, preguntarnos: ¿Hasta qué punto se puede decir que es una forma de existencia propia de las bestias? ¿Acaso no se distinguen, por el mero hecho de ser humanos, los deseos humanos de los apetitos animales?
Caso da primordial importancia a dos funciones biológicas, que son la nutrición y la reproducción, como mecanismos que definen mejor la esencia de la vida. Vivir, en el sentido biológico, implica reformarse constantemente en un proceso de intercambio de materiales, así como de información, con el entorno. Esto es la nutrición, o bien, la percepción, viéndola del lado cognitivo. Es un proceso de apropiación y acaparamiento, de lucha del individuo con el entorno por conservarse. Y, cuando el individuo crece y se desarrolla en este proceso, aumentando sus fuerzas, emplea éstas para la proliferación de la especie, en la reproducción. En esto, a través del deseo sexual del individuo, es la propia especie quien expresa su conato, ya que, como dice Spinoza: «Cada cosa, en cuanto está en ella, se esfuerza por perseverar en su ser» .

Este esfuerzo por perseverar en el propio ser, que Spinoza considera esencial de toda cosa, Caso lo atribuye exclusivamente a las cosas vivas, dándole además un carácter metafísico, como lo que hace trascender a la vida de la mera materia inerte.

«Nosotros proponemos esta hipótesis: la energía vital, esa realidad original e irreductible, de que trata Driesch, es el egoísmo consciente o inconsciente… Lo que no vive ignora el egoísmo; está “más allá del bien y del mal”. El reino de la vida es el espíritu de dominación. Hace suyo lo inerte, lo inanimado (y lo animado también). Le impone su sello, su forma. Lo tiraniza para ser» .

Egoísmo o esfuerzo por perseverar en el propio ser, eso es la esencia de la vida. Egoísmo inconsciente, en el caso de los animales, y consciente en el caso del ser humano. Para el filósofo mexicano, la consciencia no exime al egoísmo humano de nada y parece equipararlo con el egoísmo animal. La existencia egoísta es la existencia como economía.

Cabe, sin embargo, hacer la siguiente aclaración a lo expuesto por Caso. Aunque es evidente que el ser humano, en tanto que ser vivo, comparte ciertas funciones biológicas con los animales, la consciencia propiamente humana determina una separación considerable entre su conducta y la conducta animal. Su egoísmo será también distinto al egoísmo animal. La consciencia, gestada en medio de una cultura y de la convivencia social, produce en el individuo, desde sus primeros pasos, una separación del mundo meramente natural. Por ello, el egoísmo del hombre, aún el más ruin que pueda haber, es de una naturaleza radicalmente distinta al egoísmo de una bestia.

Ahora bien, es el modo del egoísmo humano lo que aquí interesa describir, como lo que el maestro Caso ha denominado «existencia como economía». Ya queda dicho que no puede limitarse al mero disfrute de los deseos de la nutrición y la reproducción. Puesto que el ser humano ha llevado al límite extremo el prurito vital de la apropiación y la utilización, inventando herramientas con que transformar y dominar su entorno natural, e inventando el lenguaje con que transformarse y dominarse a sí mismo, su existencia es muy compleja. La existencia como economía implica este afán de autoconservación bajo esta condición de un mundo de herramientas y lenguaje para dominar. Por esto, el egoísmo humano tiene un carácter de dominio más perfeccionado que el egoísmo animal, y cualitativamente distinto, pues trasciende la animalidad desde el momento en que se apropia de humanidad con el uso de herramientas y lenguaje, en un contexto social de cooperación.

No obstante esta distinción entre egoísmo consciente e inconsciente, es reconocible la distinción que hace Antonio Caso de la existencia humana egoísta de otras formas de existencia humana. Sin embargo, como trataré de mostrar más adelante, esas formas superiores de existencia, que son el desinterés y la caridad, se fundan necesariamente sobre la condición fundamental de la existencia humana que la separa de la existencia animal: el uso de herramientas y del lenguaje, que originan la consciencia humana.

La existencia económica corresponde a lo que Spinoza denominaba «el orden común de la naturaleza», es decir, a la circunstancia de ser primordialmente determinado el ser humano a actuar por una causa externa. Lo cual implica también, según el filósofo holandés, existir como un individuo pasional o afectivo, y, en el orden del conocimiento, como un individuo imaginativo en vez de racional. Y las circunstancias que expresan la existencia humana como economía no son solamente aquellas en que el ser humano satisface sus necesidades biológicas, individuales, sino también otras en las que tiene que entablar relaciones con otros individuos y que son de carácter cultural. Nuestro medio no es la naturaleza en sí, sino un mundo hecho por el hombre, la naturaleza humanizada.

Particularmente, la existencia económica se expresa en las pasiones humanas. La fórmula de la vida como afán de máximo provecho con el menor esfuerzo, que nos ofrece Antonio Caso, se ajusta perfectamente al fenómeno de las pasiones. Vivirlas, significa estar atado al deseo de evitar el mal y buscar el bien; significa tener una necesidad egoísta. Esto lleva, según Caso, a la lucha o a los conflictos entre los individuos por imponer su propia ley. En términos de la filosofía de Spinoza, esto queda expresado así: «En cuanto que los hombres soportan afectos que son pasiones, pueden ser contrarios entre sí» .

A su vez, Caso expresa lo anterior en los siguientes términos:

«Si se supone un ideal moral construido con datos exclusivamente biológicos (pero postulando la existencia del espíritu, de la mente), para realizar el aprovechamiento máximo […] este ideal se formularía, si no nos equivocamos, en la asimilación del mundo, en el aprovechamiento cósmico, para una economía individual y su descendencia, su raza, su especie, su entidad […] Por esto, la filosofía del imperialismo es la apoteosis de la vida pura, fuera del derecho; de la libertad pura fuera de la justicia; del poder sin verdadero amor ni finalidad moral; de la existencia como economía» .

El ensalzamiento de la vida en sentido biológico, es decir, de la existencia como economía, conduce a una lucha de todos contra todos, a la competencia, al más puro egoísmo humano, o, en pocas palabras: a la guerra.

Rosa Krauze, en su estudio de la filosofía de Caso, expone el vínculo que hubo entre la circunstancia histórica vivida por el filósofo mexicano y esta consideración del egoísmo en su ensayo, publicado en 1915 y en 1919.

«Es natural que en medio de sus disquisiciones filosóficas se hallara presente el egoísmo, con todas sus secuelas y bajo la forma que entonces adoptó en la realidad mexicana. […] Tampoco podía olvidar, por otra parte, los conflictos internacionales. La primera guerra mundial lo conmovió en la misma forma que las guerras de su patria y fue motivo de comentarios y artículos cuyo sólo título nos revela la intención premeditada» .

Ante la realidad histórica contemplada por Antonio Caso, éste hizo una denuncia al modo de pensamiento y de vida centrada en lo económico, es decir, en el egoísmo, que sólo busca tener, hacer del mundo un objeto de consumo o posesión. Y dentro de ese modo de pensamiento se hallaba también la ciencia.


La existencia como desinterés.

Pero, Caso postula, además del afán humano egoísta de poseer, a cierta energía vital excesiva; es decir, que se halla por encima de la necesaria para existir económicamente. Aún en los animales, esta energía se manifiesta en el juego, pero adquiere el fin poco noble de servir para el entrenamiento del animal en sus capacidades útiles para la sobrevivencia. Ni siquiera en esa situación de exceso de energía el animal logra salir de su existencia meramente egoísta. En el hombre, en cambio, este exceso de energía vital condiciona la posibilidad de generar una actividad artística.

La actividad artística es la antítesis de la actividad económica, puesto que sigue la fórmula del máximo esfuerzo realizado con el mínimo provecho. Vista desde la perspectiva biológica, la actividad artística es un despilfarro. El arte se halla orientado hacia la creación desde la actividad propia del individuo, sin condicionamientos por parte de las cosas exteriores, como ocurre en la actividad económica. Por este hecho de no tener su origen en una necesidad por las cosas, se dice que es una actividad desinteresada. Estar interesado equivale a confundirse con el objeto de nuestro deseo y, por tanto, a no conocerlo ni conocernos adecuadamente. Mediante el desinterés se consigue un discernimiento entre uno mismo y los objetos de nuestro deseo. Se ve entonces a las cosas tal como son en sí.

Hay aquí también un punto de coincidencia entre Caso y Spinoza, quien afirmó que: «La idea de un modo cualquiera con que el cuerpo humano es afectado por los cuerpos exteriores, debe implicar la naturaleza del cuerpo humano y, a la vez, la naturaleza del cuerpo exterior» . Y, sólo una forma de conocimiento que tuviera su origen en una determinación interna, es decir, desde el propio individuo, correspondería con un conocimiento adecuado de las cosas y de uno mismo. Pero Spinoza considera a la razón como una de estas determinaciones internas (junto con la ciencia intuitiva). Caso, en cambio, dirá que la razón es interesada; limitada a establecer relaciones entre cosas, no capta a las cosas en su singularidad.

Caso, siguiendo a Schopenhauer, atribuye al arte la intuición como modo de conocimiento de la realidad. La energía que excede a la necesaria en la existencia como economía es tan sólo la base para que se forme esta intuición, como modo de conocimiento. Y, esta energía excesiva en el genio artístico es moderada en el hombre común, aunque también es capaz de contemplación estética. Esto, gracias a que otra condición de la actividad artística es también la lucha librada en la conciencia del individuo acerca de la elección entre una existencia económica o una estética, hasta cierto punto independientemente del exceso de energía vital. Sería por demás contradictorio que una forma de conducta tan distinta de la económica, egoísta o biológica, como es el arte, tuviese por fundamento una mera condición fisiológica; en cambio, la asociación entre individuos humanos, que engendra en cada uno un sentido común de las cosas, también posibilita la actividad desinteresada, desligada del objeto: hombre y objeto toman distancia uno respecto del otro gracias a la asociación entre los individuos humanos. Por ello, no es sólo una condición fisiológica lo que determina la actividad artística, sino también una condición social; el desinterés tiene también su origen en la tendencia humana de autoconocerse en el otro.

Sin embargo, en el arte, el desinterés no es un desprendimiento activo, sino más bien pasivo, puesto que se establece en las condiciones fisiológicas y sociales dadas, localizadas en el individuo. Consiste simplemente en el ejercicio de una facultad ya dada, y sus productos no trascienden la existencia individual.

«En el arte se rompe el círculo del interés vital; y, como consecuencia inmediata, el alma, desligada de su cárcel biológica, refleja el mundo que se ocultaba a su egoísmo. Porque era egoísta no conocía. Porque pensaba en sí misma, porque quería para sus propios designios cuanto existe, lo ignoraba todo. Ahora ha cesado de querer, por eso principia a conocer lo que la rodea y tiene otros bienes» .

En el arte se conocen las cosas de un modo desinteresado, tal como son en sí mismas. Y esto constituye un avance respecto a la existencia biológica, pero no significa que represente el valor humano más elevado. Un desprendimiento perfecto, que dé lugar a un desinterés máximo, ya no es mero desinterés: es la existencia como caridad.


La existencia como caridad.

Caso inicia su exposición de la existencia como caridad preguntándose acerca del fin último de la existencia humana. Ciertamente, dice, nada que se destruya a sí mismo puede ser un fin en sí. La vida económica no puede serlo, puesto que es insaciable, incrementando ella misma, eternamente, una necesidad. Pero tampoco la vida artística puede ser un fin en sí, pues vale preguntarse: ¿Para qué los triunfos efímeros que el individuo tiene sobre su medio y sobre los demás en la creación estética? Los valores implícitos en estas formas de existencia humana no conducen al bien soberano de que hablaba Spinoza. Este «bien soberano» es siempre un bien individual. Un bien que para el filósofo holandés representaba «el supremo esfuerzo del alma y su suprema virtud» . Mas para el filósofo mexicano, el bien es un entusiasmo. Éste no representa ningún esfuerzo racional, ningún afán.

«La caridad no se demuestra ni colige. Es la experiencia fundamental religiosa y moral. Consiste en salir de uno mismo, en darse a los demás, en brindarse y prodigarse sin miedo de sufrir agotamiento. […] El caritativo no puede querer ser fuerte, porque ya lo es mejor que otro ninguno. Pensar en la propia fuerza es indigno de quien es sobrenaturalmente fuerte […] Sólo quieren más poder los débiles sin ingenuidad, sin caridad, sin humildad; los moralistas del exterminio y la convalecencia»

En la caridad como otra forma de existencia humana se manifiesta de manera más pura aquello que antes había definido como la esencia de lo humano: la sociabilidad. Vivir conforme a esta condición de la existencia propiamente humana debe ser el fin último del hombre. No se trata aquí de la vida contemplativa que planteaba Aristóteles; esa vida conforme a la razón, como lo más propio del ser humano, que era también su virtud. La virtud, la esencia humana, para Antonio Caso, se fundamenta en el amor, en la sociabilidad.

Y en esto tiene también un punto de comparación con el filósofo holandés, quien menciona en su Ética que todas las acciones de los hombres, en tanto que son libres, surgen de lo que él llamó fortaleza .

Ésta se divide a su vez en firmeza y generosidad. La firmeza consiste en la capacidad del individuo de actuar libremente, mientras que la generosidad corresponde con el esfuerzo del individuo por ayudar a los demás hombres y unirlos a sí por medio de la amistad. En tanto se siguen de la libertad del hombre, estas virtudes son el fundamento de toda virtud particular.

La fortaleza del hombre libre no está referida meramente al cuerpo, a lo biológico o físico, sino al hombre mismo en su totalidad, a la persona, que es mente y cuerpo. En cierto modo, es admisible emplear el lenguaje de Caso y decir que es una fuerza sobrenatural, puesto que es expresión de un ente que ha trascendido, aunque relativamente, a la naturaleza.


Bibliografía.

1.-Caso, A. La existencia como economía, como desinterés y como caridad. UNAM. México. 1989.
2.-Krauze, R. La filosofía de Antonio Caso. UNAM. México. 1990.
3.-Spinoza, B. Ética. Trad. Atilano Domínguez. Ed. Trotta. Madrid. 2005.
4.-Spinoza, B. La reforma del entendimiento. Trad. Alfonso Castaño Piñán. Ed. Aguilar. Buenos Aires. 1959.

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