domingo, 17 de febrero de 2013

Cosmovisión náhuatl


Lectura de un pasaje del texto “Filosofía náhuatl”, de Miguel León-Portilla, en torno al tema de la imagen náhuatl del universo. [Duración 13:34].



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Bibliografía: 
León-Portilla, Miguel. La filosofía náhuatl. UNAM. México. 1983.

sábado, 9 de febrero de 2013

La impostora



Por Mauricio Enríquez

Jacqueline era tal vez la muchacha más hermosa de la prepa, pues entre todos los mancebos era admirada como un verdadero símbolo sexual. A mí en particular, me llegó primero su fama que las saetas de su amor, con las que seducía a sus víctimas. La veía lejana, envuelta en una nube de chismes: que si anda con fulano, que si engañó a mengano, que era la culpable de varias riñas entre adolescentes celosos, o peor, la culpable de que varios cayeran en las tétricas garras de la locura. “Todos son dichos infundados, producto de una imaginación colectiva”, pensaba, mientras me mantenía expectante. Y la miraba a la distancia, tan frágil, sin explicarme cómo podía causar tanto revuelo.


Era de un cabello rubio que llegaba a alcanzar la perfecta curvatura de sus senos, blanca su faz, en que solía brillar una roja sonrisa. Su cuerpo era firme y flexible a la vez, ideal para los ejercicios del amor. Pero su alma parecía estar llena de vanidad. Esa fue mi primera impresión, como hombre de elevados ideales de cultura. Jacqueline me parecía superficial, como la belleza de una flor pasajera. Yo, en cambio, estaba sediento de las aventuras del ser humano en su más plena expresión, como cuerpo y alma.


Una vez se acercó a mí para que la auxiliara en una tarea de matemáticas. Eso me permitió conocerla mejor. Sus ojos brillaban como dos místicas joyas, alimentando mi espíritu de su presencia, que poco a poco se me fue tornando más necesaria. Y creí descubrir para mi gran sorpresa lo semejantes que éramos. Me parecía exactamente el tipo de mujer que siempre había deseado en lo más profundo de mí, tanto que ni yo mismo lo sabía. Había caído en su red de seducción. La necesitaba: su simple presencia llenaba de un extraño alborozo mi corazón. Pero, ¿cómo se había producido en mí tal conversión?


Nos hicimos novios. Y cuando caminaba con Jacqueline tomados de la mano, veía en las miradas de los demás el efecto del poder que representábamos juntos. Era muy distinto a cuando lo ven a uno solo. Más que el evidente lazo que nos unía, era otro, más profundo y secreto el que los llenaba de terror al vernos. Y cuando algunos de mis compañeros de la prepa me advirtieron que estaba siendo utilizado por Jacqueline, sólo pude pensar que me lo decían por envidia. 


-Príamo, esa mujer es una hechicera. Te tiene hipnotizado. Estás soñando con los ojos abiertos. ¡Despierta!


Pero yo no hacía caso, convencido del amor de Jacqueline. Aún tendría que vivir en carne propia otras terribles experiencias para tomar consciencia de lo que me estaba pasando.


***


Con Jacqueline aprendí a vivir en el presente, el de los placeres del amor, y nada más. Las primeras semanas esto fue para mí una agradable novedad que no me negué a disfrutar. Pero luego, volvió a mí ese espíritu idealista que me había caracterizado siempre. Me di cuenta que con Jacqueline estaba perdiendo el sentido de ciertos valores como el amor al trabajo creativo, una de mis preocupaciones fundamentales. De repente, me pareció vislumbrar que mi futuro era un desierto de posibilidades: sólo mi apego a ella aparecía, ninguna conquista en cuestiones profesionales. Su amor me absorbía por entero, haciéndome inútil para cualquier otra cosa que no fuera estar a su lado. Este terrible presagio me llenaba de espanto y de dolor el alma. Era como si estuviera muerto; como si fuera un muerto viviente en los brazos de Jacqueline.


Entre los paseos que acostumbrábamos hacer estaba ir al lago. En una de esas excursiones descubrí algo que jamás hubiese imaginado de mi novia. Yacíamos a la deriva en el centro del inmenso lago, recostados dentro del bote. El cielo estaba despejado, mostrando el azul desteñido del atardecer. Su cabeza en mi pecho, escuchando el vano latir de mi corazón. Y entonces rompí el silencio diciendo:


-¿Cómo crees que serán tus hijos?


Era una simple pregunta. Pero Jacqueline reaccionó a ella con un comportamiento que no le conocía hasta ese momento. Se veía incómoda con la pregunta, a punto quizás de enojarse.


-No crees que somos muy jóvenes para pensar en esas cosas –me contestó, esquiva, y tratando de cubrir su molestia con una falsa sonrisa.


-Con sólo pensarlo no se pierde nada… Quería saber tu opinión al respecto.


-Pues, ahora creo que es algo estúpido e innecesario. Mi cuerpo es joven y hermoso, ¡por qué pensar en la manera en que ha de destruirse!


Y volvimos al silencio, pero ahora estábamos sentados: ella de espaldas a mí y yo con la mirada puesta en las incipientes ondas que morían en el seno del lago. Le daba la razón hasta cierto punto. Pero, ¿por qué no dijo nada acerca del placer de la crianza? Empecé a sospechar que no estaba tan equivocado cuando vislumbré la frivolidad de Jacqueline, que ahora se me revelaba en toda su crudeza. Este hallazgo, junto con sentirme un muerto viviente en sus brazos, me afligía sobremanera.


***


Era el laboratorio de Biología de la prepa, helado y sombrío, como siempre. Yo caminaba entre las mesas que sostenían incontables matraces, mecheros, balanzas, botellas con reactivos, entre otros utensilios y materiales. El aspecto de todo era vetusto y descuidado. En particular me sentí movido hacia una mesa que me quedaba de frente, aparentemente iluminada por unas lámparas propias. Al acercarme, advertí que la luz de estas bañaba una serie de botellones como de dos litros de capacidad. Detrás de la mesa se hallaba un espejo grande que desde mi posición reflejaba la única entrada y salida del laboratorio.


Examiné los primeros botellones uno por uno. Todos contenían fetos humanos en distintas fases de desarrollo, que servían para ilustrar las clases de embriología. Pero al observar el último botellón, advertí que su contenido no era un embrión, sino otra cosa que no lograba distinguir por la turbiedad del formol en que estaba sumergido. “¿Qué es esto?” –pensaba mientras movía el botellón para captar mejor su contenido. Y, ¡cuál fue mi sorpresa al darme cuenta que se trataba de un pene! Solté horrorizado el botellón, porque no sólo era un pene, sino que era el mío. 


-¡Príamo! –oí la voz de Jacqueline, que acababa de entrar sin que lo advirtiera.


Pero cuando volteé a verla por el espejo lo que miré fue a una mujer parecida a ella, pero como cuarenta años mayor, con el rostro ajado por la vejez. Y grité un grito tan grande que estremeció el mundo entero, mientras con mis dos manos cubría angustiado mi entrepierna…


Desperté llorando. Y lo primero que hice fue una prueba táctil. Había sido una pesadilla: afortunadamente todo estaba en su lugar. Pero continué llorando por un par de minutos, aún bajo el efecto de aquella horrible escena. Al poco rato, mis padres tocaban a mi puerta preguntando si estaba bien, y desde mi ventana pude darme cuenta de cierto barullo en la calle. Algunos vecinos se habían despertado, encendiendo las luces de sus casas y saliendo a ver qué era lo que había provocado aquel terrible grito: un grito de muerte.


***


Ese mismo día, al amanecer, decidí huir de mi propia casa para investigar el pasado de Jacqueline. Era tanto el pánico que me había producido aquella pesadilla que no podía quedarme a discutirlo con mis padres. Empecé por visitar la prepa anterior de Jacqueline. Ella misma me lo había contado: estaba en una ciudad cercana a la nuestra, donde justamente sabía que se había mudado un antiguo compañero de la secundaria. Así que permanecí con él por una semana. 


En la anterior prepa de Jacqueline me dijeron los que la habían conocido que en realidad sabían muy poco de ella, puesto que también había llegado con ellos procedente de otra institución, y no había durado mucho entre ellos tampoco. Me contaron también de un novio que tuvo, con quien anduvo tres meses, y que ahora estaba en un sanatorio psiquiátrico. 


-¿Qué le pasó? –pregunté. 


-Dicen que su mal es una degeneración del trastorno obsesivo-compulsivo –me contaba una amiga del ex novio de Jacqueline-. Le sobrevino después de que Jacqueline cortó con él. No podía vivir sin ella. Aunque no sabría decir si es mejor su estado actual que el anterior. Era una piltrafa de persona. Pendiente en todo momento de la voluntad de su dueña.


Como no podía trasladarme a la otra escuela en que había estudiado para seguir obteniendo más información sobre su vida, tuve que buscar el apoyo de un experto en informática. La buscaría por internet, en qué prepas había estado y, también, indagaría si habían tenido alguna clase de estudio psicológico alumnos de esas mismas escuelas. Los resultados obtenidos fueron tan extraordinarios como espeluznantes. El nombre completo de Jacqueline aparecía en más de cien prepas en el país durante los últimos quince años. Y lo más extraordinario era que las distintas fotografías mostraban exactamente el mismo rostro adolescente. ¿Cómo era eso posible? 


En cuanto a los alumnos que solicitaron estudios psicológicos de esas escuelas, cerca del 80% lo hicieron durante el periodo en que ella se encontraba allí. Con internet no podía inferir si ellos habían sido sus novios, pero ese 80% ¿no es demasiada coincidencia? Además, conocía como su novio los efectos obsesivos de su fascinación sobre los hombres, y con mi investigación de campo había descubierto a un ex novio suyo que había terminado en el manicomio. Era altamente factible que ella fuera la causa de sus trastornos, además de que hubiera sido vía el noviazgo como los habría alterado.


Al cabo de una semana reuní toda la evidencia obtenida de mi investigación y me preparé para regresar a casa. No esperaba que ninguna autoridad castigase a Jacqueline, pues, desgraciadamente no tenía nada concreto contra ella. Pero al menos podía persuadir a algunos con la información recabada para que evitaran su perniciosa compañía. 


-¿Dónde has estado todos estos días? –me dijeron mis amigos, luego de la severa reprimenda que recibí de mis padres al regresar.


-Huyendo de Jacqueline… Ya te contaré luego…


-¿Qué dices? ¿Ella no estaba contigo?


-No –le contesté intrigado.


-Pues aquí todos creíamos que se habían marchado juntos. Como desaparecieron al mismo tiempo.


Sin duda que al advertir mi ausencia debió pensar que sospechaba de su engaño y decidió irse a otro lado. De cualquier modo, yo me daría la tarea de informar a quienes éramos más cercanos a ella, por si algún día volviera a nuestras vidas.