viernes, 29 de julio de 2011

Concepto e importancia ética de la valentía





Podemos empezar diciendo que la “valentía” o “valor” es un concepto de muy larga tradición filosófica, pero que tal vez en el último siglo ha perdido cierta presencia en las propuestas filosóficas, en las propuestas éticas. Aristóteles lo definió como el justo medio entre dos sentimientos viciosos, que son la temeridad y la cobardía. En la temeridad se actúa con excesiva confianza ante los peligros, corriendo demasiados riesgos, mientras que en la cobardía se peca por exceso de miedo ante esos mismos peligros. Pero el valor no cae en estos extremos, porque es la capacidad humana de actuar frente a los posibles o seguros peligros aunque se tenga miedo, y sin caer en falsas expectativas acerca de la consecución del fin que se propone. La acción debe estar fundamentada en un cálculo racional de la factibilidad del fin.

Por esto, la definición aristotélica de la valentía se refiere principalmente al sentimiento del miedo, es decir, se refiere a que uno debe conducirse de tal manera que no caiga en un exceso o defecto de este sentimiento, sino que a través de la consideración racional de las situaciones convirtamos ese miedo en acción. Spinoza, otro gran filósofo de la moral, escribió en su Ética que una pasión deja de ser pasión (y, por tanto, se convierte en acción), cuando nos formamos de ella una idea clara y distinta. Esto confirma en cierto modo la postura aristotélica de la consideración racional de las situaciones para no caer en los extremos pasionales del miedo y la excesiva confianza: mientras la acción de la mente construya ideas adecuadas de la realidad, en la cual estamos implícitos nosotros mismos, nuestra conducta tendrá la posibilidad de ser más activa que pasiva.

Particularmente, ¿qué posición puede tener la valentía entre las otras virtudes morales? Me atrevo a pensar que en su aparente singularidad de referirse concretamente al modo adecuado en que el ser humano puede manejar el sentimiento del miedo tiene, sin embargo, una función central en el desarrollo de todas las otras virtudes, incluyendo la de la justicia. Aristóteles consideraba que la justicia era la virtud fundamental del hombre, la que englobaba todas las demás, y que además se practica no teniendo meramente como fin a uno mismo sino también a los demás. Así, ser justo es dar a cada quien el lugar que le corresponde, ser responsable ante su dignidad; y mucho de esto se consigue según Aristóteles a través del cumplimiento de las leyes del Estado. Pero si la práctica de la justicia depende de la práctica de las demás virtudes, en ello debe tener un lugar especial la práctica de la valentía porque el miedo suele ser el obstáculo más común para poder realizar acciones virtuosas. Esta virtud puede consistir en el motor principal para el desarrollo de todas las otras virtudes.

Volviendo a hacer la comparación con el pensamiento de Spinoza, la valentía sería, quizás, como lo que él denominó “firmeza”: la capacidad del individuo humano de actuar según su propia naturaleza racional; mientras que la justicia correspondería con lo que el llamaba “generosidad”, que es la capacidad de unirse a los otros por lazos de amistad y solidaridad. Firmeza y generosidad constituyen para Spinoza la “fortaleza” del ser humano, que es la base de su virtud. 

Dadas estas consideraciones del concepto de valentía, como, por ejemplo, que es el motor de desarrollo de las demás virtudes humanas puede afirmarse que ella misma no completa su propio desarrollo hasta no lograr el de todas las demás, o bien, que va evolucionando hacia otra forma de virtud cualitativamente distinta. Así, se puede ser valiente en la realización de ciertas virtudes mientras que en otras no, cuando no se ha practicado el valor con todas. Y como nadie suele negar el valor que una persona emplea al practicar una virtud por el hecho de no sepa ser valiente en otra, convendremos en llamar valentía a esa virtud de actuar racionalmente en situaciones en que seamos afectados por el miedo, independientemente de que esta capacidad la hayamos puesto en práctica en todas las situaciones o no.

Pero, ¿cómo llamar entonces al valor practicado hasta el extremo de desarrollar todas las virtudes humanas? ¿Santidad? ¿Bondad? ¿Heroísmo? Creo que no sería muy adecuado llamarlo “santidad”, puesto que el desarrollo pleno de las virtudes humanas no es algo que vaya necesariamente ligado a ninguna visión religiosa. Y en cuanto al término de “bondad”, cualquiera puede advertir que está demasiado cargado de un sentido vulgar: comúnmente llamamos “bueno” a quien tiene alguna virtud moral, pero no todas las virtudes morales. Quizás el más acertado sería el de “Heroísmo”, es decir, “la condición del ‘héroe’”. La imagen del héroe se asocia comúnmente a la valentía expresada en actos de gran relevancia. Los héroes son, por ejemplo, los que lucharon por forjar una nación yéndoles en ello, en muchos casos, su propia vida. A esta noción común del héroe y del heroísmo sólo habría que agregar que en ellos su amor por el prójimo no sólo se manifiesta en sus actos políticos, públicos, exteriores, sino también en las relaciones particulares que sostienen con los individuos humanos con quienes se encuentran en su cotidianidad, y aún con ellos mismos.





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