sábado, 27 de marzo de 2010

Educación y política en "Nuestra América", de José Martí.




En términos generales podemos afirmar que la educación es un instrumento social que sirve a la reproducción de la cultura. Por esto, considerando a la actividad política como un elemento de la cultura, tenemos que una educación adecuada es indispensable para hacer una buena actividad política. Desde Platón, se ha evidenciado esta estrecha relación entre educación y política. Y no es la excepción en la historia de nuestra América, desde la Independencia hasta la actualidad: la educación sigue siendo ese instrumento eficaz de conformación social.


En las siguientes líneas concentraré mi atención en el siglo XIX americano, y particularmente, hacia su final, con la aparición del texto "Nuestra América", de José Martí. Pretendo dar una descripción muy general de las características que en el siglo XIX tuvo la relación entre educación y política en la América Independiente y, de la propuesta que hace José Martí en su texto, que considero la más adecuada y todavía vigente.


Emancipación política vs. emancipación cultural.
Las revoluciones de independencia en América a principios del siglo XIX tuvieron el objetivo primordial de poner término a tres siglos de sometimiento del poder español sobre las distintas clases sociales que durante ese tiempo existían al interior de los virreinatos. Tal objetivo fue logrado, a medias, con el ascenso al poder de un gobierno republicano representado por criollos y mestizos, anteriormente relegados del ejercicio político. Sin embargo, esta nueva situación política de América planteó a sus individuos ciertas dificultades, tanto de orden práctico como filosófico.


Entre las dificultades de orden práctico se hallaba el modo como deberían constituirse los nuevos estados nacionales; entre las filosóficas, y estrechamente relacionadas con la anterior, estaba el problema de la definición identitaria como "hombres americanos". Tales hombres buscarían la solución al problema mirando hacia afuera, hacia Europa, hacia sus modelos políticos y culturales. Ya no a España, pero sí a Francia, Inglaterra y, posteriormente, a Estados Unidos. Las ataduras económicas y políticas, rotas en la lucha independentista habían dejado intactas, sin embargo, las ataduras mentales, ideológicas. Mentalmente, la América de habla hispana seguía siendo una colonia. Y en este afán por adoptar los valores europeos y participar en la historia universal, el hombre americano pondrá especial cuidado en la educación.


El doctor Mario Magallón explica la razón de esta tendencia hacia la educación:


"¿Por qué esta urgencia de reeducación de los latinoamericanos? Por la razón de que la América Latina había sido educada en la esclavitud y servidumbre, y sólo la educación propiciaría las vías para cortar los grilletes de una educación impuesta, por una autoimpuesta con sentido liberador" (Magallón, 1991: 116).


La situación de esclavitud que había marcado históricamente el carácter y las mentes de los hombres, obligaba a una "reeducación", o "educación autoimpuesta". La libertad consistía sólo en elegir entre los modelos de vida ya existentes, y no en "crear" modelos propios. Modelos de sociedad y de humanidad.


La filosofía europea que mayor influencia tuvo en la América del siglo XIX fue el "positivismo". Pensadores como Gabino Barreda y Justo Sierra, en México, o Juan Bautista Alberdi y Domingo Sarmiento, en Argentina, fueron de los representantes más identificados con esta filosofía. Pero, en éstos, empezó ya a privar el afán por imitar a Estados Unidos. Pretendían, en cierto modo, que América entera fuera como Estados Unidos, si es que los países que la formaban querían ser partícipes del progreso. Sin embargo, el positivismo no logró germinar cabalmente en nuestras tierras:


"Esta doctrina no había hecho del latinoamericano el yanqui del sur, de Justo Sierra, y mucho menos los Estados Unidos de América del Sur, de Sarmiento; esto quiere decir que los filósofos de esa época reflexionaron y pensaron equivocadamente, porque la filosofía adoptada era extraña a su experiencia histórica" (Magallón, 1991: 120).


La toma de conciencia de este error significó el despegue del verdadero filosofar latinoamericano, es decir, el que atiende a las propias circunstancias históricas y se cuida de no imitar sino, cuando mucho, "asimilar", en el sentido que a este témino le ha dado Leopoldo Zea. Significó la aparición de pensadores como Antonio Caso y José Vasconcelos en México; de Manuel Ugarte en Argentina; Manuel González Prada en Perú; y del cubano José Martí (Magallón, 1991: 122). De este último nos ocuparemos a continuación de manera especial.




Perspectiva de la Educación en "Nuestra América".
El texto que mejor resume el pensamiento político de José Martí es "Nuestra América". Publicado en 1891, contiene mucho del espíritu del pensamiento latinoamericano del siglo XIX, es decir: la preocupación por definir una forma de vida política propia, a través del establecimiento de un modelo educativo pertinente. Lo que distingue a este texto de otros del siglo XIX, pues corresponde con una expresión "tardía" del pensamiento independentista (la de la emancipación de Cuba, que aún se hallaba entonces bajo el poder español), es su mayor madurez. Aprovechando la experiencia histórico-cultural de otros países de latinoamérica, el pensador cubano buscará, antes que nada, una educación y una política que sean un reflejo de las condiciones reales latinoamericanas. El ánimo que orienta el pensamiento martiano en los rubros mencionados fue, sobre todo, la consolidación de un autoconocimiento.


"[...] el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible, donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas" (Martí, 2004: 58).






Este conocimiento sobre los propios elementos había sido ignorado por los dirigentes políticos que tomaron las riendas de los nuevos estados nacionales latinoamericanos. Contrastando esta actitud incluso con la de algunos hombres de la época colonial (como Vasco de Quiróga en la Nueva España, por ejemplo), que intentaron la educación de los indígenas respetando lo más posible sus propias costumbres y creencias. El siglo XIX significó más bien la violentación de las costumbres, creencias y formas de organización de los "hombres naturales" latinoamericanos, con la imposición ideológica del positivismo.


Sin embargo, estos hombres naturales acabaron por vencer sobre la imposición cultural. Pero, esta victoria, efectuada en el terreno de los hechos, no tenía su respectiva expresión cultural. El fracaso mismo de la imposición cultural europea y norteamericana (su incapacidad de integrar a los pueblos latinoamericanos en el "progreso") es un efecto de la victoria del hombre latinoamericano. Su lucha equivale tan sólo a una "resistencia", sin ninguna aportación productiva aún.


"[...] el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza" (Martí, 2004: 58).


Es preciso aclarar que el sentido que Martí da al concepto "hombre natural" no corresponde con el dado por el pensamiento europeo, de un individuo salvaje, incapaz de hacer la historia o la civilización. Más bien, Martí emplea estos términos para referirse a los individuos y colectividades de América que irrumpen en la historia resistiéndose a la imposición cultural y política europea. Para Martí no existe ese "buen salvaje" rousseaniano en América, el bárbaro, sino individuos y colectividades que tuvieron una historia truncada por el poder de occidente. Pero, ante esa situación, el hombre natural se indigna y protesta.


Los "letrados artificiales" fueron aquellos, criollos o no, que importaban las ideas occidentales que justificaban cierto modelo de vida política para América, pero, como ya se mencionó antes, inadecuado para las condiciones sociales, culturales, psicológicas incluso, de los pueblos americanos. Es por esta inadecuación el fracaso de dichos modelos, sobre los que el hombre natural, con su tradición cultural oral acaba por imponerse.


Arturo Andrés Roig, en un texto titulado "Ética y liberación: José Martí y el 'hombre natural'", alude a la contraposición entre tradición oral y tradición escrita, en "Nuestra América", en relación con el concepto de hombre natural:


"[...] Con él nos está hablando de un sujeto de derecho, enfrentado a un derecho, el establecido y expresado en los libros, es decir, un derecho, éste último, que goza de la fuerza institucional de la letra escrita; se trata, en otras palabras, del destructor de una eticidad que desde su ser 'natural' propone una nueva eticidad necesaria para un despliegue de la libertad humana".


Así, pues, el hombre natural de Martí es un agente histórico, a través del cual se despliega la libertad humana. Esto significa, en términos culturales, la transformación de lo oral hacia lo escrito, y no la imposición de éste sobre aquel. En términos éticos, Roig expresa la libertad en la contraposición de la moralidad y la eticidad, que se realiza en la transformación de la primera hacia la segunda, a través de su codificación cultural en el lenguaje. El desarrollo cultural propuesto por Martí tiene por base esencial la condición humana e histórica propia de los pueblos latinoamericanos.


"La Universidad europea ha de ceder a la Universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. [...] Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas" (Martí, 2004: 60).


He aquí lo que se mencionó más arriba como "autoconocimiento". Este debe ser el fin primordial de una verdadera educación. Conocer el mundo, sí, pero sobre la base sólida de un conocimiento propio. Así, los conocimientos y valores importados no se imponen o yuxtaponen a nuestra realidad, sino que son asimilados a nuestra propia mentalidad y carácter, tomando de ellos lo que primordialmente conviene a nuestras necesidades.


Del texto martiano podría interpretarse que, en realidad, lo político forma parte de lo cultural, que está subsumido por ello. Y si los hemos distinguido es tan sólo para destacar lo político, que aquí interesa sobre todo. La educación, por su parte, es el medio para reproducir la cultura o transformarla, por lo que se relaciona con lo político, lo artístico, lo económico, etc. Y para transformar es preciso el desarrollo de la creatividad. La educación autóctona propuesta por Martí debe aportar esta competencia de creatividad para el desarrollo de una cultura y una vida política propia.


"Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase para esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!" (Martí, 2004: 64).


La asimilación de la cultura occidental debe ser sólo un paso en el camino hacia la construcción de la propia identidad nacional y latinoamericana. Sobre esta asimilación es preciso agregar el esfuerzo original, la creación, que tiene su fundamento en las necesidades propias y en las propias condiciones objetivas. Pero, sobre todo si se trata de la identidad latinoamericana (aunque también para el desarrollo de la identidad nacional), las naciones deben mantener relaciones muy estrechas, formando una sola entidad. Martí revive el sueño bolivariano de la unidad latinoamericana, en un contexto histórico en que lo fundamental es hacer frente común al imperialismo estadounidense, en tanto constituya un obstáculo para el desarrollo de las naciones latinoamericanas:


"Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuerdo y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes!" (Martí, 2004: 56).




Conclusiones.
El proyecto educativo implícito en "Nuestra América", está directamente vinculado con un proyecto político. Se trata de crear modelos de sociedad originarios de la región latinoamericana, sobre la base del estudio y promoción de nuestra propia humanidad, de la cultura propia del hombre natural. Las sociedades latinoamericanas (y al decir esto incluimos sus gobiernos) deben ser reflejo, no fiel, pero sí predominante del ingenio de sus pobladores. El texto tiene el valor histórico de haber sido de los primeros en proponer semejante ideal, en medio de un afán de la época por imitar lo europeo, olvidando casi por completo la propia originalidad, viviendo una vida social y cultural ajena.


Es además destacable que su objetivo se haya extendido allende los límites nacionales, hacia una entidad regional compuesta por todas la repúblicas latinoamericanas, cuando otros se preocupaban tan sólo por sus asuntos internos. Y es de hecho esta consideración necesaria de la relación entre países latinoamericanos lo que le da más vigencia a las ideas plasmadas en el texto. Actualmente, los países latinoamericanos, a 119 años de la publicación de "Nuestra América", no han logrado aún esa unidad propuesta por Martí. Tampoco han consegido ese gobierno ni la cultura original que Martí propone. Por todo ello, la posibilidad de realización de las propuestas del texto sigue aún abierta.


En México, por ejemplo, a pesar del espíritu nacionalista que predominó después de la Revolución, no logró al final la creación de una cultura que alcanzara un valor de universalidad y la independencia en sentido económico está hoy muy lejos de haberse logrado. ¿Será necesaria, acaso, esa unidad latinoamericana de que habló Martí, para que su proyecto pueda ser factible en cada república?


La unidad latinoamericana se dará, tarde o temprano, y entonces, quizás se logren con mayor facilidad los ideales proyectados en "Nuestra América". Entonces, aparecerán con las nuevas formas de vida política y económica, una cultura propia.


Bibliografía:


1. Magallón, Mario. Dialéctica de la filosofía latinoamericana: una filosofía en la historia. UNAM. México. 1991.
2. Martí, José. Páginas escogidas. Ed. Época. México. 2004.


Páginas web:


Roig, Arturo Andrés. Ética y liberación: José Martí y el hombre natural.








sábado, 20 de marzo de 2010

Inés Arredondo: la verdad como invención creativa


Por Mauricio Enríquez
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La escritora Inés Arredondo representa, sin duda, un símbolo para la intelectualidad sinaloense en el terreno literario y, me atrevo a decir, también en el terreno filosófico. Su obra breve, pero profunda, forjada en el crisol de su propia existencia, revela el esfuerzo de una mente por transformar la vida, por practicar la propia libertad en la creación o recreación de esa vida. Siendo en este acto de creación donde radica la verdad.
Como ella misma escribe en su ensayo autobiográfico "La verdad o el presentimiento de la verdad", nació en Culiacán, Sinaloa (un 20 de marzo de 1928), pero "eligió" la infancia que vivió en Eldorado, una hacienda azucarera cercana a Culiacán; donde la relación con su abuelo materno, Francisco Arredondo, cobró especial importancia para ella.

"En Culiacán, en la escuela, con mis padres, me sentía incrustada en una realidad vasta, ajena, y que me parecía informe. En cambio, en Eldorado, la existencia de un orden básico hacía posible entrar a ser un elemento armónico en el momento mismo en que se aceptaba ese orden. En Eldorado se demostraba que si crear era cosa de locos, los locos tenían razón" (Arredondo, 2006: 3).

Inés Arredondo elige ese pasado como su verdadera niñez porque en él se vislumbra la alegría de crear. Afirma cómo Eldorado fue construido, árbol por árbol y sombra tras sombra, por dos hombres "locos" en complicidad con su abuelo. Hombres que no sólo inventaron un pueblo, sino también una manera de vivir.

Esther Avendaño-Chen, en su libro "Diálogo de voces en la narrativa de Inés Arredondo", explica quiénes fueron esos hombres:

"Eldorado perteneció a Joaquín Redo Balmaceda, senador porfirista por Sinaloa, cuyo capital fue uno de los más grandes de su tiempo, y a su hijo Diego Redo de la Vega; ambos fueron gobernadores del estado, terratenientes e industriales" (Avendaño-Chen, 2000: 25).

Sorprende este dato de los fundadores de Eldorado (1899), más por el vínculo que los unió a Francisco Arredondo, abuelo de Inés, ya que su padre fue un delahuertista tabasqueño de nombre Mario Camelo y Vega. A él, Inés Arredondo le reconoce haberla puesto en contacto por primera vez con la literatura, desde su niñez. No obstante, fue también quien se opuso a que estudiara la carrera de filosofía.

Respecto a las diferencias ideológicas entre padre y abuelo materno, ella confiesa no haber tenido conciencia de ello sino hasta en su juventud: "[...] desde que recuerdo, las personas que conocía resultaban muy personas, muy concretas, nunca abstractas representaciones de una raza o una clase social" (Arredondo, 2006: 6). El descubrimiento de las injusticias sociales, pese a su palpable realidad, no implicó para ella alinearse en alguna corriente de ideas acerca del mundo social, que le parecían abstractas. En todo caso, quizás, su lucha contra la injusticia, contra la opresión, era librada por ella en el ámbito de la conciencia y su expresión literaria. No en la fundación de conceptos, sino de valores.

A pesar de la oposición que tuvo de su padre a que estudiara filosofía, contó con el apoyo moral y económico de Francisco Arredondo, realizando dichos estudios entre 1947 y 1951, en la UNAM. Y aunque en un principio tenía la intención de estudiar especialmente filosofía, se cambió a literatura al iniciar su segundo año. Este cambio se atribuye a una crisis espiritual que sufrió, causada quizás por la ideas liberales y el ambiente universitario, no sólo laico, sino hasta negador de la idea de Dios, tan contrario a las ideas y al ambiente conservador y religioso en que educó su niñez y primera juventud. Al parecer, la falta de sentido de la existencia, producto de la crisis de la noción de Dios, la orilló a buscar un nuevo sentido de dicha existencia en la creación literaria más que en la profesión filosófica. Un sentido que, según la escritora pasaría a residir en el amor, en el "amor humano".

En 1953, se casa con el poeta Tomás Segovia. Este primer matrimonio significaría para ella diez años de trabajo literario en pareja, además de los tres hijos que con él engendró. Significó también la publicación de sus primeros cuentos, en la revista de la Universidad Nacional y en la Revista Mexicana de Literatura. En la primera, publica el cuento "El membrillo" (1957); mientras que en la segunda: "La señal" (núm. 1, enero-marzo, 1959), "La casa de los espejos" (núm. 12-15, junio-septiembre, 1960), "La Sunamita" (núm. 9-12, septiembre-diciembre, 1961), "Canción de cuna" (núm. 9-10, septiembre-octubre, 1964) y "Mariana" (núm. 5-6, mayo-junio, 1965). Todos estos cuentos pasarían después a formar parte de su primer libro, "La señal" (1965).

La Revista Mexicana de Literatura tuvo dos épocas: de 1955 a 1958, dirigida por Carlos Fuentes, Emilio Carballo y Tomás Segovia; y la segunda, en que participó Arredondo, fue de 1959 a 1965. Tal participación vincula a la sinaloense al grupo denominado "de la casa del lago" o "grupo de la Revista Mexicana de Literatura". Este grupo incluyó escritores como "Juan García Ponce, Juan Vicente Melo y José de la Colina. Coetáneos de la revista y en ocasiones sus colaboradores, fueron Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Elena Poniatowska y José Emilio Pacheco" (Avendaño-Chen, 2000: 40). Este grupo, heredero de una línea de pensamiento originada en el grupo "contemporáneos", al que pertenecieron Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen y José Gorostiza, se caracterizó por una actitud "universalista", opuesta (aunque no absolutamente), a las preocupaciones nacionalistas de la época, inscritas en los efectos de la "revolución institucional". Por esto mismo se caracterizaron por ser un grupo marginal de escritores.

Además de esta actitud universalista, el grupo de la Revista Mexicana de Literatura poseía otras características comunes. Los temas de sus obras, por ejemplo, convergían en el pasado personal, y en lo político tocaban tangencialmente el tema de la Revolución Mexicana y el movimiento del 68. La recurrencia de la intertextualidad era otra de sus características, que hacía de sus obras un concierto soterrado, oculto, de voces de distintos textos literarios.

En 1965, luego de residir algunos años en Uruguay, junto con sus tres hijos (Inés, Ana y Francisco), concreta en forma legal su separación con Tomás Segovia, aunque desde años atrás su relación ya era distante. Este año significó el inicio de una nueva etapa en su experiencia, que también coincide con el cierre de la Revista Mexicana de Literatura. Durante diez años a partir de entonces, Arredondo se dedicará a la docencia en la UNAM, en diversas áreas de la coordinación de humanidades: "profesora de la materia 'Siglos de Oro', maestra de literatura en la Escuela de Cine y colaboradora de Radio UNAM (1965-1968)" (Avendaño-Chen, 2000: 31). Además, desempeña cargos en la Biblioteca Nacional y en la Escuela Nacional Preparatoria; y escribe su primer libro de cuentos: "La señal".

En 1979 publica su segundo libro: "Río subterráneo". Con éste se hace acreedora al "Premio Xavier Villaurrutia". Y su último libro de cuentos fue "Los espejos", que apareció en 1988, un año antes de su muerte. También se cuenta entre sus textos importantes su tesis de maestría "Acercamiento a Jorge Cuesta".
Llama la atención la distancia temporal entre sus libros de cuentos, la cual no era debida a inactividad literaria, sino a una especie de desinterés por publicar. Esta actitud es congruente con la idea que la autora tenía de la literatura como expresión de las "vivencias", que no sólo está conformada por historias, sino por un "sentido de la existencia". No es difícil concluir que la escritora sinaloense daba primacía al vivir (y expresar adecuadamente la vida) por encima de figurar como una escritora prolija. Sin embargo, es esta misma discresión en su actividad literaria, lo que propició por algunas décadas el escaso estudio de su obra que, sin embargo, últimamente ha ido en aumento.

"Si creo que en la vida es posible escoger del total informe de sucesos y actos que vivimos, aquellos pocos e insustituibles con los cuales se puede interpretar y dar sentido a la vida, creo también que ordenar unos hechos en el terreno literario es una disciplina que viene de otra más profunda en la cual también lo fundamental es la búsqueda de sentido. No sentido como anhelo o dirección, o meta, sino como verdad o presentimiento de verdad" (Arredondo, 2006: 7).

Esos hechos, o más bien símbolos, que son elegidos para su literatura como expresiones de la existencia pasan por temas como el incesto, la transgresión, la libertad, la muerte, lo erótico, etc. Todos ellos, abordados desde una perspectiva filosófica y femenina, sin que esta consideración de género menoscabe la universalidad de lo expresado; es decir: que lo expresado valga también para el género masculino. Y es que, sobre todo, subyace una idea muy general en las temáticas: una autoridad opresora cuyas víctimas son o pueden ser igualmente hombres o mujeres, aunque sus agentes son fundamentalmente hombres.

En entrevista con el periodista Miguel Ángel Quemain, Inés Arredondo dijo respecto al tema del feminismo en la literatura:

"- Inés, ¿hay escritoras y escritores?
- Hay escritores, las mujeres estamos haciendo muy mal en decir: 'la mejor escritora', 'es de las mejores escritoras'. Yo no soy escritora, yo no quiero ser una de las mejores escritoras. Quiero ser uno de los mejores narradores de México junto con los hombres, yo creo que las mujeres nos estamos discriminando solas".

En 1972 se casa con el médico cirujano Carlos Ruíz Sánchez, con quien (no obstante parecer alejado del ámbito literario) pudo compartir el interés por la literatura casi tanto como lo hizo con Tomás Segovia. Lo conoció en sus "visitas a los hospitales" que tuvo que hacer debido a un problema que desarrolló en la columna vertebral, por el cual recibió cinco operaciones. Éstas resultaron inútiles, e Inés tuvo que permanecer en silla de ruedas durante sus últimos años.

Uno de sus últimos reconocimientos importantes, a sus 60 años de vida, fue el "Doctorado honoris causa" por parte de la Universidad Autónoma de Sinaloa, en premio a su carrera literaria.

En lo que algunos han pensado que fue, como su vida, una muerte "elegida", simbólicamente, fallece el 2 de noviembre de 1989, en su domicilio de la ciudad de México, en compañía de su esposo.

Bibliografía:

1. Arredondo, Inés. "La verdad o el presentimiento de la verdad", en Obras completas. Siglo XXI. México.2006.
2. Avendaño-Chen, Esther. Diálogo de voces en la narrativa de Inés Arredondo. Difocur-Universidad de Occidente. 2000.

Páginas web:
La generación de Inés Arredondo
El trastocamiento feminista de Inés Arredondo
El talante filosófico (y transgresor) de Inés Arredondo
Entrevista a Inés Arredondo por Miguel A. Quemain


sábado, 13 de marzo de 2010

La filosofía latinoamericana



Comparto con ustedes los siguientes documentales de filosofía latinoamericana, los cuales fueron transmitidos a través del canal "Encuentro" (http://www.encuentro.gov.ar/), en el programa "Filosofía, aquí y ahora", conducido por el escritor y filósofo José Pablo Feinmann.


Es tan sólo una muestra del sentido de la filosofía latinoamericana, desde la perspectiva argentina. No obstante, espero que esto motive a la lectura de nuestros pensadores, en quienes aún no lo hayan hecho.












lunes, 8 de marzo de 2010

El último día

... ¿qué aprovechará al hombre, si ganare
todo el mundo, y perdiere su alma?
Mateo 16: 26.

Había despertado esa mañana como en otra cualquiera. La luz del naciente día se filtraba a través de las blancas cortinas alegremente, invitándolo a hacer algo nuevo, a recrearse la vida. Él sentía en su pecho esa halagüeña petición de la naturaleza, ahora liberada a sí misma. Su rostro esbozó por un instante una sonrisa, como contemplando la posibilidad de una gran empresa; pero, casi enseguida se borró, ensombrecida en una mueca provocada por una mala experiencia, que no alcanzaba a recordar. Entonces, se levantó maquinalmente de la cama e inició el rito cotidiano del baño y el acicalamiento, del desayuno, de la prisa por alcanzar el transporte que lo lleva al trabajo.

Por la ventanilla mira a la gente en las calles. Todos caminando a prisa en distintos sentidos, chocando unos con otros, repeliéndose y enderezando cada uno el destino que les toca en esa mañana. Entonces quiere invadirlo un sentimiento de dolor y de pánico por él y por todos, pero la escena dentro del autobús se lo impide: adelante, en los primeros asientos, una viejecita pobremente vestida conversa con la mujer que le acompaña; más allá, en la otra hilera de asientos, un hombre obeso cabecea, durmiéndose; y a su lado, un niño uniformado se prepara para tomar su mochila y bajar. «Todo está permitido», se escucha, como un susurro interior. Nada anormal había en lo que estaba pasando, nada qué denunciar ni qué juzgar negativamente.

Al llegar a las puertas de su empleo compró a una muchacha el periódico, echando un vistazo a las noticias de la primera plana. «Anuncian inminente crisis económica», leyó en el encabezado; luego, al margen derecho y al centro de la página alcanzó a ver la nota que decía: «Encuentran tres cuerpos decapitados en un vehículo abandonado». Entonces dobló rápidamente por la mitad el diario, súbitamente, girando la mirada a la puerta de la oficina donde trabajaba, y se encaminó casi inconscientemente a su interior. Saludó a los compañeros que ya estaban presentes y se sentó a su escritorio, desdoblando otra vez el periódico.

En el fondo de su mente se preguntaba en secreto qué tanto tenía que ver él con esas cosas que sucedían, es decir, cómo formaba parte de esa historia, si es que formaba parte de ella. Pero, ¿acaso no era él tan ajeno a todo tipo de violencia? ¿Acaso no se dedicaba diligentemente a su trabajo en el despacho? ¿Por qué entonces la violencia y las crisis? ¿Tenía él algo que ver en ello?

Estas cuestiones lo inquietaban secretamente, mientras se dedicaba a hacer balances y demás operaciones contables en su escritorio.

-¡Sr. López! –Lo llamó en un grito su jefe, el Sr. Martínez, en cuanto lo vio en su puesto-: es la última vez que le permito que llegue usted tan tarde. La entrada es a las 8:00 y son las 8:30. Ni siquiera yo que soy su jefe me doy el lujo de llegar 30 minutos tarde a trabajar. ¿Quién se cree usted?

Sabía que eso era algo inoportuno y desafortunado. La voz autoritaria de su jefe le molestaba profundamente, lo cual le producía comezón en las manos. Sus manos ardían, como si la sangre en ellas estuviera hirviendo. Pero, por fuera, temblaban, y él balbuceó:
-¡No, señor…! Ha sido por el tráfico… Pero… ya… no volverá a pasar.

-Más le vale, porque si no, será mejor que se busque otro trabajo.

- Así será…

El Sr. Martínez dio media vuelta dándole la espalda y atravesó el umbral de su oficina, cerrándola al entrar. López permaneció en su lugar, aún perturbado por la terrible amenaza de perder el trabajo. Aunque había algo más en el fondo, otro motivo de su desazón, que no alcanzaba a conocer ni él mismo. Y se puso a seguir con su trabajo contable.
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López había conocido a Lucy en el autobús, ya que sus respectivos trabajos estaban sobre la misma ruta. Ella trabajaba como enfermera en un hospital privado del centro de la ciudad y, una vez que iban en el mismo transporte, él amablemente le ofreció su lugar. Al verla, su rostro le había parecido tener un resplandor que le daba confianza: «Ésta sí sabe amar» –pensó, muy en el fondo. Esa vez, cuando ella bajó, se despidieron con una mirada y una sonrisa muy francas, como asegurando un futuro encuentro. Y así fue.

Los encuentros en el transporte se volvieron esperados por López; en realidad, la parte más agradable de su rutina. Era la única ocasión del día en que podía conversar humanamente con alguien. Lucy lo comprendía, y él podía confesarse con ella como si fuera consigo mismo, sin la más mínima reticencia. La alegría que le producía su trato con ella era de una liberación extraordinaria; el amor que le llegó a tener era puro, es decir, incondicional.

Empezaron a salir juntos, prolongando aquellas charlas en que él se recreaba alegremente. A veces iban al cine, otras veces al parque o a cenar juntos; en otras ocasiones, simplemente, Lucy iba a su casa, y la pasaban juntos día y noche. Y todo parecía perfecto. Pero nunca, ninguno había mencionado nada acerca de un compromiso formal. Y cuando López se atrevió a mencionarlo, Lucy mutó su semblante.

-¿Qué? Pero si eso no es necesario… Así estamos bien…

-¿No quieres casarte conmigo? – Inquirió López, con cierto aire de tristeza-. Creí que todo estaba bien entre nosotros.

-¡No todo!… - Contestó, insidiosa-. Es cierto que nos llevamos bien y, en verdad, yo te aprecio mucho, pero… Tú sabes… Esto es sólo una prueba y, la verdad, yo deseo asegurar mi bienestar económico… Te lo iba decir…

Estas palabras de Lucy, como si hubiesen envenenado el aire que él respiraba, le carcomían el corazón. Todo el idilio que había imaginado de su vida con ella, todas sus esperanzas, se derrumbaban de súbito.

A pesar de esta situación, él le propuso continuar, con la idea en mente de convencerla, y ella aceptó su propuesta. Sin embargo, ya nada era igual que antes. Aquella confesión, quizás la única sincera que le hiciera Lucy, había matado sus esperanzas y, con ello, su gozo y su buena actitud presentes; y López era incapaz de revivirlas.
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Eran ya las cinco de la tarde. Algunos de sus compañeros ya se habían adelantado en salir. López finiquitaba algunas operaciones en su escritorio, cuando sonó su celular.

-¡Bueno!

Era Salazar, un viejo compañero de la universidad con quien solía ir de parranda. La llamada tenía ese fin. Y era muy significativa para ambos, después de años de no verse. De alguna manera, le serviría para salir un poco de su frustración amorosa platicar con alguien que lo pudiera entender y aconsejar.

-Claro. Ahora estoy por salir del despacho. Si quieres nos vemos en “El periodista” en una hora… Está bien… Hasta luego.

Entonces se levantó y salió del lugar, hacia la calle.

-«¿Qué habrá sido de Salazar en estos últimos años?» –Se preguntaba, entre sí, mientras se encaminaba por la acera hacia la parada de los camiones que lo llevaran al lugar de la reunión.

Ciertamente, sabía que su amigo se había casado hacía dos años con Mónica, que era una compañera de la facultad. Pero ellos y otros camaradas habían compartido entonces muchos momentos a los cuales él era ajeno, en su habitual y congénito retiro de la chorcha vulgar. Por eso le inquietaba saber el rumbo que había tomado la vida de sus amigos en el matrimonio. También quería saber más acerca del éxito profesional de Salazar, de lo cual tenía sólo vagas noticias.

Al internarse en el bar, el ambiente en penumbra y el característico olor a alcohol revivieron en su memoria los pasados momentos de compañerismo. Pero de eso ya habían pasado diez años, en los cuales no había vuelto a ver a su excompañero; tan sólo sabía de lo que se enteraba a través de otros, como lo de su matrimonio con Mónica.

-¡Mi estimado Adrián López! ¿Cómo le ha ido al señor?- Oyó la voz entusiasta de Salazar, viniendo desde la barra. Allí estaba, algo cambiado: más gordo, bien vestido, y prodigando un lenguaje mesurado y seguro, calculado, que a López le dejó una mala impresión, como de hipocresía.

-¡Hola, Gilberto! ¿Cómo has estado?- Le dijo mientras se estrechaban en un saludo y abrazo fraternal.

Se sentaron a la barra y pidieron unas cervezas. La curiosidad de Adrián no menguó con el choque que recibió al ver el estado físico y psicológico en que hallaba a su viejo amigo. Miraba con profunda atención todos sus gestos y movimientos, a la par que hurgaba mentalmente, meticulosamente, el sentido de sus palabras. Ese no parecía Salazar; parecía otro que pretendía suplantarlo por algún oscuro motivo.

-Me enteré que ahora participas de las acciones de la empresa en que trabajas- inquirió Adrián.

-¡Ah, sí! Veo que ya te fueron con el chisme… Fue algo que me costó muchos años de esfuerzo. Esperaría que tú también cambiaras tu suerte, si trabajaras en una empresa diferente, no en un despacho…

-Bueno, la verdad es que estoy bien así. Lo que más deseo es tener tiempo libre, sin demasiadas preocupaciones.

-¿De veras? Pues ¡qué aburrido, hermano! Perdona que no comparta ese deseo tuyo. Además, tú ya sabrás que me casé, y tengo que ver por el bien de la familia.

-Sí, ya supe. Y, ¿cómo les ha ido?

-Pues bien, creo. Casi no nos vemos durante el día, porque ambos trabajamos. Pero en la noche… tú ya sabes… Aunque todavía no tenemos hijos. No creo que sea el momento de criarlos todavía.

Adrián volvió a sentir un impacto afectivo de tristeza al oír estas palabras a Gilberto. No era lo que esperaba oír. Hubiera querido escucharle decir que, a la par de un trabajo solvente, compartiera un buen tiempo con Mónica, construyendo un proyecto de vida en común, con hijos, etc. Pero, todo resultó en decepción.

-Bueno, espero que pronto los tengan, y que hagan una verdadera familia.

-Sí, ya vendrá ese día. Y tú, ya verás que también vas a caer

-¡Dios te oiga!

-Sí, pero no te atengas.

El resto de la charla no representó nada de especial interés para Adrián, que siguió mirando con sorpresa a su interlocutor, como a un extraño, más aún después de darse cuenta de su verdadera naturaleza. Empezaba a advertir que la imagen que tenía era la del Gilberto joven que conoció en la facultad. Este era un Gilberto ya envejecido, y no sólo por el tiempo, sino por una enfermedad cuyos síntomas no había visto aún en aquellos días de estudiante, porque no era el momento de su manifestación. Ahora, el mal parecía avanzado, incurable.
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Adrián llegó a su casa a medianoche. En medio de la oscuridad, entre sus paredes, inmerso en el vértigo que el alcohol le producía, se sentó a pensar. Estaba solo. Se sentía más solo que nunca antes. Pensaba en él, en su vida sin sentido, y con todas las fuerzas de su deseo trataba de recordar algo bueno en esa vida. Inexorablemente, fueron desfilando frente a sus ojos los recuerdos tristes: la cotidiana desdicha por no haber encontrado una vocación genuina a qué consagrarse, los fracasos amorosos, y la soledad, sobre todo, que no era más que esa tristeza de saberse ajeno a los demás, separado, desunido. Sí, la soledad era lo que más le dolía.

Pero en medio de ese mar tempestuoso de imágenes y sentimientos tristes brillaba una tenue luz de alegría. Era él mismo, o más bien dicho, su inquietud, su vida. De pronto se dio cuenta de que la causa de su tristeza no residía tan sólo en la mala suerte o en la adversidad de las circunstancias, sino en un secreto propósito que se albergaba dentro de él, en su mente. Había sufrido porque quería una vida distinta a la vida común. Reconoció su propio deseo y sonrió. Pero el cansancio de la jornada le hizo cerrar los ojos…

Quizás mañana, al despertar nuevamente, si lograra recordarlo, convertiría ese sueño en realidad.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Conciencia y bandera de la juventud

A continuación doy a conocer uno de los ensayos del escritor sinaloense Enrique Félix Castro. Incluyo, además, la presentación del libro en que se han recopilado algunos de sus escritos más importantes, entre ellos el que les presento aquí, editado por la Universidad Autónoma de Sinaloa.



Sirva esto como un modesto esfuerzo por dar a conocer la obra de uno de los pensadores sinaloenses menos difundidos, pero a la vez de los más importantes para conformar una identidad regional.





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PRESENTACIÓN


Enrique Félix Castro, el Guacho, es, sin duda, uno de los intelectuales más destacados de Sinaloa. Profesor normalista y universitario, orador, ensayista social, crítico literario, organizador de revistas, todas estas características reunidas en su persona lo convierten en personaje central de la historia sinaloense. Félix Castro estudió para profesional del magisterio en el Colegio Rosales (1929-1933); en esta época editó, al lado de Enrique Max Gómez, el periódico estudiantil Luchemos, cuyos contenidos dejan ver su inclinación por el socialismo. A partir de 1935 el Guacho impartió la cátedra Historia del socialismo en el mencionado colegio, al mismo tiempo que se integraba al equipo pionero de la radiodifusión en Culiacán.



Durante el cardenismo, en plena euforia revolucionaria, el Colegio Rosales se transforma en la Universidad Socialista del Noroeste (hoy UAS); el rector Solón Zabre designa secretario al Guacho Félix. En 1938 después del amplio apoyo que la universidad otorgase a la huelga magisterial, ambos funcionarios son expulsados de la institución y son obligados a abandonar el estado.



Después de vivir en la ciudad de México, en 1945 regresa a Sinaloa para ocupar el cargo de Secretario de Educación en el gobierno de Pablo Macías Valenzuela. Durante su gestión -de sólo dos años- se legalizó el funcionamiento de la Escuela Normal de Maestros. En estos dos años se reúne con Antonio Nakayama, Roberto Hernández Rodríguez y Manuel Ximénez, con quienes funda la revista Resumen, de la cual se publicaron 5 números. Algunos años más tarde, el Guacho resintió notablemente los efectos del alcoholismo; en 1965 murió solitario y en la miseria en un cuarto del Hotel Jardín de la ciudad de México, en donde se hospedara por larga temporada.



La lectura de los textos aquí reunidos permite reconocer el desenvolvimiento intelectual de quien expresa -posiblemente- más claramente a su generación, la que delínea en mucho las peculiaridades de quienes le han sucedido. De ahí la importancia que a los universitarios nos merece el presente libro, que consideramos es un rescate y, por tanto, una aportación para la memoria histórica de la comunidad sinaloense.





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CONCIENCIA Y BANDERA DE LA JUVENTUD


Enrique Félix Castro




¿Cuál juventud? ¿Cuál conciencia? ¿Cuál bandera?...


Viene a cuento estas preguntas torales, amable lector, a propósito de cierto murmullo político que ya se ventila en el corredor burocrático de Sinaloa.



Durante las vacaciones de la revista Resumen que disfrutamos todo el frío mes de enero, llegó a nuestra antena revestida de alto silencio, la onda de la murmuración palaciega, la voz en sordina de los maquiavélicos nylon del circo de enfrente a quien parece ya empieza a estorbarles el sentido polar de nuestra publicación.



Lo sentimos mucho, pero Resumen se mantiene firme en su propósito de fincar la felicidad de Sinaloa en la autenticidad del hombre, destruyendo todo lo que sea magia, fantasía, desviación y mentira.



Pensamos que ya es tiempo de que la inteligencia de Sinaloa, de que los hombres más cultos y aptos de nuestra región, se den cita en un estudio congruo de los problemas más importantes del hombre nuestro, ellos sí, libremente, enfáticamente, silenciosamente, vertiendo toda su generosidad en el esfuerzo progresista de este gran pueblo de Sinaloa cuya suerte debe cambiar, violentando su destino en la técnica, en el trabajo, en la industrialización y en una nueva visión de la libertad.



Ahora bien, para que pueda lograrse el nuevo destino del hombre en la filosofía del trabajo, de la ciencia aplicada y del ejercicio de la libertad integral, Sinaloa necesita políticos, dirigentes de nuevo cuño, plenos de esa filosofía y de la aptitud para realizarla. Es decir, en nuestro solar procede, por esencia de futuro y progreso, un viraje radical en el contenido y en el rumbo de la política. Se trata de una actitud histórica nueva, verticalmente nueva, para la cual se necesita una médula espiritual, sustancialmente distinta a la que centra nuestra vida social de hoy y de ayer. Y una filosofía y una actitud de tal naturaleza y alcance, sólo es posible en el alma nueva, creciente, abierta de la juventud de Sinaloa.



No de la juventud castrada por el carnicero político que le deja los testículos en el cuerpo para cortarle la virilidad del alma; no de esa pobre juventud sin juventud de sí misma; no de los traidores de su propia juventud que son Sancho-Panzas con cara de Quijotes; no de la juventud de homosexuales frustrada que se viste de hombre y piensa como mujer. Ni tampoco la juventud obesa, de mirada turbia, de manos sucias de oro y de pecado. No, esa juventud es vejez anticipada y torcida; es agonía de la vida; es tristeza, es negación y es vergüenza.



Para una revolución mental así concebida y exigida por el futuro de la provincia, se necesita la otra juventud: aquella que aún conserva el sentido de la dignidad; la que tiene espolones en el alma; la juventud que no engorda con las bellotas del chiquero de la simonía mexicana. Nos referimos a la juventud que lleva en su pecho al Quijote liberado del absurdo romántico, por el Quijote cuya lanza apunta la dolencia de nuestro tiempo, sabiendo que el ideal es color de tierra, sabor de sangre y eternidad de cielo. Ya lo decía Henri Barbusse: "juventud en tropel, las estrellas están en la tierra, enraizadas".



¿Existe acaso esta última clase de juventud en la bella provincia de Sinaloa?... Nosotros contestamos que sí existe, no en el grado de perfección que vamos diciendo, pero sí sustanciada de ese rumor silencioso, de ese misterio en curso, como juventud en trance de parirse a sí misma con la lumbre del pueblo en sus ojos abiertos y con la sangre movida por el ondear de la más alta bandera.



¿Pero dónde está, dónde pudo haber empollado esa mesiánica juventud cuyo destino es el destino del dolor del hombre de Sinaloa?... Esa juventud radica en donde radica el alma mejor del hombre del noroeste de México. Esa juventud vive y alienta en el crisol más puro de la historia humana de Sinaloa: donde crece y se agiganta la síntesis de la luz interior del pueblo; en la roca de la soledad del pensamiento que engendra águilas de largo vuelo como Rafael Buelna, como Juan Francisco López y Genaro Estrada.

En el Colegio Civil Rosales; en la Universidad de Sinaloa; en la custodia que guarda el sacramento imperdonable de la juventud sinaloense: allí está el principio y el fin de la cultura y de la libertad por cuanto es resumen de la voz del hombre. Para esa juventud rosalina y universitaria de mirada fiel a la pureza de la proa del barco que lleva los sueños y la voluntad de una vida mejor para Sinaloa; para ellos, los jóvenes de siempre, va este mensaje rotundo de honor y solidaridad. 

La revista Resumen -prolongación y presencia de la Universidad- fraguada con la materia prima de su emoción y de su idea en regreso a la idea y a la emoción del pueblo, levanta hoy la oriflama de la auténtica juventud sinaloense, a la altura de la angustia del hombre contemporáneo de Sinaloa. Alza el estanadrte, cita y convoca a todos los hijos de la Universidad a una asamblea de amor permanente, de conquista y defensa, de conciencia y avance, por cosas y hombres mejores para esta tierra que exige un retorno de la luz por la luz que inunda nuestro espíritu y por la luz con que baña nuestros ojos.



Rafael Buelna está en el extremo del cielo, como almirante del alma de Sinaloa, cruzando banderas y señales. Almirante será de nuestros vientos; almirante será de nuestros sueños. Faro, enseñanza, mástil, norte y nivel de la juventud. Horizonte y símbolo. Divisa desplegada. Allá iremos, por la escollera de la vida simbólica de Rafael Buelna porque cruzó su inmensidad de hombre con la inmensidad del pueblo; porque nos dice cómo se cruzan los pantanos de la política cuando se tiene intención de arcángel, porque la muerte física de su juventud es el nacimiento de la guía, hombres con pies de aurora y frentes de tierra y cielo.

FUENTE:
Félix Castro, Enrique. Evolución tardía de la provincia. Editorial UAS. Culiacán. 1985.