viernes, 25 de mayo de 2012

Medios, comunicación y conocimiento



Estructura de la comunicación

Sin duda que la comunicación es un proceso intrínsecamente humano, que está en la base de la conformación de las sociedades y, por ende, de los individuos o personas. Respecto de porqué es el hombre un ser más gregario que todo otro animal, el filósofo griego Aristóteles afirmó que “la palabra está para hacer patente lo provechoso y lo nocivo, lo justo y lo injusto…y la participación común en estas percepciones es lo que constituye la familia y la sociedad”. Por tanto, la palabra cumple la función de transportar un valor de índole social, que trasciende el ámbito limitado de la existencia individual. En contraste, según Aristóteles, los animales tienen “voz”, mas no “palabra”, y con dicha voz sólo pueden comunicar entre sí las experiencias individuales del dolor y del placer.

En nuestros tiempos, algunos teóricos de la comunicación describen su estructura a través de elementos como: el emisor, el receptor, el mensaje, el medio, el código y el referente. Emisor y receptor son, claro, los sujetos que se comunican, que comunican un cierto mensaje, un hecho ya sea de la realidad objetiva o de la pura consciencia, un hecho mental. Y el medio común que utilizamos para esto es el lenguaje hablado, la lengua o idioma. Pero también se pueden mencionar otros medios, surgidos gracias al desarrollo técnico: el libro y los periódicos, el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, y en nuestros días, la internet. En términos generales, podemos definir al medio como el soporte material o vehículo en que se transmite el mensaje, y dicho medio está condicionado técnicamente.

La conexión entre la naturaleza de los medios, el tipo de comunicación, la cultura y la estructura social ha sido un tema de gran interés en nuestro tiempo. Hoy día se plantea, incluso, la idea de que estamos arribando a una nueva etapa dentro de la comunicación humana, y que esto ha de traer cambios sustanciales en las culturas y sociedades contemporáneas. Por ello, veamos un poco acerca de esta conexión entre la tecnología comunicativa y la cultura.

Medios y revolución socio-cultural.

En la historia de la humanidad se pueden reconocer dos momentos decisivos en la conformación de medios de comunicación masiva a distancia. El primero coincide con la invención de la imprenta en el siglo XVI, el segundo a partir del telégrafo durante el siglo XIX. Luego de este último se han venido en cascada estrepitosa el teléfono, la radio, la televisión y, la que para muchos constituye la tercera revolución: la de internet. Pero, ¿semejantes desarrollos técnicos de la comunicación han hecho de esta algo diferente? ¿Han cambiado con ello a las sociedades?

En la primera revolución, la de la imprenta, es claro que significó el inicio de un proceso de educación y autoeducación de las masas. Proceso lento, pero efectivo, que llevó a la secularización de la cultura, antes bajo dominio absoluto de la iglesia. Dicho proceso se expresó en el ideal de la libertad de expresión. Y, sin embargo, así, como mero ideal ha permanecido desde entonces, puesto que la prensa no ha sido nunca un espacio de expresión democrática real, es decir, en poder de la ciudadanía, sino en poder del estado y de las clases sociales dominantes.

La segunda revolución mediática parece seguir a otra de tipo económico: la revolución industrial. Desde el telégrafo hasta la televisión la clase capitalista ha utilizado estos medios en diversos modos para afirmar su poder económico y político: desde servir a la organización de sus actividades, pasando por la propaganda que ha forjado al sujeto “consumidor”, hasta la promoción de una cierta ideología que le asegura su poder. Y en todo esto, los beneficios que quedan para los pueblos es algo meramente circunstancial, cuando hay tales beneficios.

En cuanto a internet, en México representa un medio poco empleado (por razones socioeconómicas, principalmente), en comparación con la radio o la televisión, por ejemplo. Sin embargo, parece ser un medio que se mantiene al margen de los intereses económicos y políticos de las clases gobernantes. Hay, pues, en este medio si no una democratización, sí una mayor libertad para la expresión individual y a una escala global. Pero, ¿está en posibilidad de generar una nueva cultura? ¿Es cualitativamente distinto a los medios electrónicos tradicionales?

Información y conocimiento.

La raíz del problema en las tecnologías tradicionales de comunicación reside tanto en su uso monopólico y no democrático, como en la falla de un aspecto elemental del proceso comunicativo: la retroalimentación. El mensaje va siempre del emisor al receptor, pero no siempre emisor y receptor son los mismos. El que es receptor en un momento dado puede convertirse a su vez en emisor, porque la comunicación es, esencialmente, “diálogo”. Pero, los medios tradicionales de comunicación, en la medida en que sirven como mero instrumento de poder ideológico, evitan sistemáticamente el diálogo, o lo remplazan por un falso diálogo. Evitan la participación comunitaria en la expresión de opiniones.

De esta suerte, la llamada “opinión pública” no es más que la opinión de quienes dominan. Dominio que, más que fundarse en la capacidad de ellos, se funda en la incapacidad de los otros, de las masas que viven sumidas en la ignorancia.

Hoy que se halla tan de moda hablar de la “sociedad de la información” o de la “sociedad del conocimiento” deberíamos antes aprender a distinguir entre información y conocimiento. No son lo mismo. Filosóficamente, entre información y conocimiento puede haber un mundo de diferencia. La primera concierne a lo inmediato, a lo dado a través de los sentidos, que no es pasado por el tamiz de la reflexión, del diálogo crítico. Por otro lado, el conocimiento da cuenta de la realidad de las cosas, nos devela el ser de las cosas. Es lo que intentan constantemente las ciencias y la filosofía.

Pero lo que impera en los medios de comunicación, incluyendo en cierta medida a las nuevas tecnologías, es el tránsito de mera información, porque el conocimiento, además de estar plasmado en conceptos, requiere siempre de la discusión, del diálogo, y es lo que hace falta. Y la información, por sí misma, sin este elemento crítico que menciono, no sirve para crear o transformar, salvo para ser usada en el mantenimiento de un cierto orden socio-cultural establecido.

Para concluir: ¿significan las nuevas tecnologías una nueva revolución cultural? Como ya he mencionado, las revoluciones culturales anteriores e inherentes a los cambios en las tecnologías de la comunicación sólo han transformado instrumentalmente el proceso comunicativo, pero dejando intacto su perfeccionamiento en un encuentro más profundo entre los seres humanos, que debería ser el objetivo principal. Una verdadera revolución en los medios cumpliría con este fin. Por esto es que considero que un cambio cultural válido puede ser realizado tanto a través de las nuevas tecnologías como de las tradicionales y depende más que nada de su democratización. De momento, parece que internet es el espacio más propicio para ello, pero, ¿qué nos hace creer que no pueda convertirse también en un medio de control? Sólo cabe apelar a la organización de los medios por los propios ciudadanos para hablar entonces de un verdadero cambio socio-cultural.

sábado, 12 de mayo de 2012

Sobre el carácter ético del Placer



Podemos decir que el placer es inherente al alivio de una tensión penosa, o bien, el tránsito en la potencia de obrar de una parte del cuerpo a otra potencia mayor. Lo contrario del placer es el dolor, o la disminución de poder de alguna parte del cuerpo. Según esta definición, tanto el placer como el dolor denotan una “valoración” vital, indicando una necesidad que debe satisfacerse.

Pero aquí cabe hacerse la cuestión de si el placer tiene también (o puede tener) un valor de tipo ético. ¿Coinciden las valoraciones vitales del placer y el dolor con valoraciones éticas, de modo que todo placer sea “bueno” y todo dolor sea “malo”? Ciertamente, el ser humano en cuanto cuerpo, en cuanto ser biológico que es, busca el placer y rechaza el dolor, pero, ¿modifica en algo este determinismo natural el hecho de que el ser humano también sea “alma”, un ser consciente, creativo, que trasciende en cierto modo a la naturaleza?

Las respuestas a estas preguntas pueden permitirnos, además de saber el criterio de eticidad del placer, conocer los medios pertinentes para vivirlos en dicho marco ético. Intentemos entonces responderlas sobre la base de una somera tipología del placer.


Tipos de Placer.

En primer término debemos mencionar a los placeres más inmediatos, es decir, que son satisfechos por el contacto directo de una parte del cuerpo y el objeto exterior que le es necesario. En este rubro podemos clasificar a: el hambre, la sed, el deseo sexual y todas aquellas necesidades fisiológicas que surgen por alguna carencia o desequilibrio orgánico. Llamamos “satisfacción” a dichos placeres en cuanto la tensión inherente a ellos es aliviada.

En segundo lugar tenemos a los placeres que son el alivio de una necesidad que es cubierta a través de un medio inventado por el hombre. A estos los ubicaremos bajo la categoría de “comodidad” o del “gusto”. Ejemplos de placeres de la comodidad son: el cobijo de intemperie a través del vestido y de la vivienda, la comunicación a distancia, el transporte a través de vehículos automotores, la cura de enfermedades por medio de medicinas, etc. Estos placeres no sólo implican el alivio de una tensión fisiológica sino también de tipo psicológica.

Por otro lado tenemos también los placeres implícitos en conductas irracionales; llamémosles a ellos “placeres pasionales”. Éstos se caracterizan por la afectividad, es decir, que constituyen la satisfacción de necesidades más que nada de tipo psicológica (aunque muchas veces éstas se enmascaren a través de una necesidad física). El avaro, que se complace en la acumulación de dinero, o el ambicioso, que sacrifica todo de sí para complacerse por la aceptación de la gente o la “humanidad”, son ejemplos de quienes buscan placeres pasionales. En este tipo de placer, el objeto de necesidad no es un bien físico (alimento, bebida, calor, protección, etc.) o un instrumento para alcanzarlo, sino un cierto tipo de relación humana. Tiene su origen en un defecto del carácter más que en un desequilibrio físico.

Otro tipo de placer es el “estético”. Este tiene su origen en la contemplación de una obra artística. No sirve tampoco para satisfacer una necesidad fisiológica, sino de tipo psicológica o espiritual, como en los placeres pasionales. Pero, a diferencia de estos últimos, el sujeto contemplativo no encuentra en la obra su anhelado deseo egoísta, sino que es afectado por ella hacia una forma distinta de necesidad, insertada en una verdad acerca del hombre y del mundo. De este modo, el placer estético puede ser un medio para “corregir” la naturaleza irracional de los placeres pasionales.

Pero, en general, ¿en qué consiste el carácter ético de un fenómeno? ¿Puede ser ético el placer? Si es así, ¿cómo? La ética debe abogar por el desarrollo integral del individuo humano, sin que por ello deje de tenerse en cuenta que dicho individuo tiene una naturaleza social, que el hombre sólo es hombre si se desarrolla en sociedad (en caso contrario, sería una bestia o un dios, según Aristóteles). Por esto, lo ético es aquel acto o hecho que se orienta hacia un bien tanto personal como social, sin permitir una disyuntiva entre estos últimos términos. Si nos quedamos sólo con el bien individual, deja de ser ético ese acto o hecho, y se vuelve un mero capricho. Y si sólo se atiende a su valor social también deja de ser ético y se vuelve de tipo político o meramente social.

De este modo, ¿son éticos todos los tipos de placer descritos? Diríamos que, a excepción de los placeres pasionales, ninguno de los ya mencionados es directamente ético. Dado que la ética tiene que ver con el desarrollo integral del individuo humano, y cada uno de dichos placeres contribuye a tal desarrollo, lo ético no puede estar completamente ajeno a ellos. Son indirectamente éticos. Cada uno de ellos es una condición para la eticidad del individuo humano. Pero en el caso de los placeres pasionales, influyen directamente sobre el bien común, trascendiendo del mero límite del placer o el dolor individual hacia el placer o el dolor de otros, por lo cual poseen una naturaleza más propiamente ética, influyendo en lo individual y en lo social.

La “insatisfacción” y la “incomodidad” pueden ser obstáculos en el desarrollo ético de la persona o pueden no serlo, lo mismo que la complacencia estética puede o no conducirnos al bien ético. El campo específico del bien ético se desenvuelve en la acción o conducta interpersonal, en el ser antes que en el tener o relacionarse con cosas. Y sólo en la relación que los placeres de la satisfacción, de la comodidad o estéticos puedan tener con la conducta interpersonal, adquieren su naturaleza ética, mas en sí mismos carecen de ella.

La felicidad.

Todos los placeres pasionales, al igual que los otros ya mencionados, se caracterizan por su parcialidad, es decir, porque se relacionan con el aumento de poder de una parte del cuerpo. Por esta característica es que pueden tener exceso y afectar negativamente a la vitalidad del cuerpo, pues la salud de éste es una adecuada proporción en el funcionamiento de todas sus partes.  Pero en cuanto a los pasionales, afectan sobre todo a la debida proporción de la mente. Así, pues, la eticidad de estos placeres requiere de una adecuada acotación, de un ponerle ciertos límites.

Dichos límites pueden ser dictados por la sociedad a través de sus valores convencionales o por una conciencia que supere tal convencionalidad y vislumbre nuevos valores. En cualquier caso, la acción de delimitar los afectos constituye el carácter ético de estos placeres. Y a este proceso es inherente un nuevo tipo de placer: el placer de la actividad virtuosa. Pues la virtud es el esfuerzo personal de satisfacer los placeres particulares en vista de la armonía de la totalidad personal, o en otras palabras, en vista de su dignidad.

Los placeres de las diferentes virtudes en su conjunto conducen a lo que se llama la felicidad. Ésta ya no es una forma de placer o un placer más intenso, sino que es cualitativamente distinta del placer. La felicidad es concomitante a la actividad virtuosa, a la verdadera actividad personal, en la cual se va forjando libremente el carácter. Por lo que más que el propio placer virtuoso, el verdadero fin ético, o el fin ético por excelencia es la felicidad.

Conclusión.

La gama de lo que llamamos placeres puede ser muy amplia, aunque nos refiramos más comúnmente a los de la satisfacción y de la comodidad. En éstos es indiferente el valor ético, mucho más que en los placeres estéticos. Sólo indirectamente son éticos.

Sólo en los placeres pasionales se da la ocasión para el surgimiento de la eticidad del placer, cuando se vuelve para la conciencia una necesidad la delimitación de las pasiones. Se trata de una actividad tanto intelectual como práctica, pues dicha delimitación implica saber en qué consiste la dignidad de la persona concreta, es decir, su carácter, cómo actuar para orientar sus afectos en determinada dirección; pero también implica la energía necesaria para realizar concretamente dicha acción transformadora. Es la praxis ética.

A esta praxis corresponden los placeres de la actividad virtuosa, que se sintetizan todos ellos en un estado anímico integral llamado felicidad, cualitativamente distinto del placer virtuoso. De aquí que el valor ético del placer es relativo, aun en el placer de la virtud. Sólo el estado anímico de la felicidad es ético en sí mismo.

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