En su Discurso del método, editado en 1637, Descartes inicia con la afirmación de que la razón es la cosa mejor repartida en el mundo, y que la diversidad de opiniones depende de los “diversos caminos que sigue la inteligencia”. Esto es, la diversidad de resultados que cada quien obtiene del ejercicio de su razón depende del “método” que emplee para guiarla. En esta primera parte del Discurso también expone otros dos presupuestos que animan su indagación sobre el método: una es la consideración de que en las ciencias es posible un método universal, la otra, que para encontrar este método universal no es necesario abarcar el campo de experiencia de todas las ciencias, sino simplemente buscar el fundamento de ellas en la razón, en el interior del hombre.
Para Descartes, no obstante que reconociese el valor de la experiencia en el desarrollo del conocimiento, es en el sujeto donde primordialmente se origina el verdadero conocimiento. No se le puede llamar propiamente conocimiento a aquel sobre el cual se pueda guardar alguna duda, pero es sabido que el conocimiento sensible muchas veces nos engaña, por lo que no se debe uno fiar de él. Así, el filósofo francés empieza por rechazar todo conocimiento que tenga por base la actividad de los sentidos. Se quedará, pues, tan sólo con el pensamiento que no tenga su origen en una relación con el exterior, y que dé pruebas de su validez.
Descartes observó que la matemática es la única ciencia que funciona según estos criterios, en donde es la sola razón quien establece los principios y el desarrollo de sus conocimientos. Por ello pretendió llevar ese mismo espíritu epistemológico a todas las ciencias y a la filosofía, para establecer una especie de matemática universal. En la segunda parte del Discurso expone cuatro de las reglas fundamentales que según él servirían para construir dicha ciencia.
La primera de estas reglas dice: “no recibir como verdadero lo que con toda evidencia no reconociese como tal, evitando cuidadosamente la precipitación y los prejuicios”. Con esta regla, que en la matemática se sigue al establecer los axiomas de que se parte en la construcción de un sistema matemático, se pretenden establecer los conceptos fundamentales o principios, caracterizados por su naturaleza autoevidente, y que corresponden a un modo intuitivo de conocimiento.
En la segunda regla se propone “dividir cada una de las dificultades con que tropieza la inteligencia al investigar la verdad, en tantas partes como fuera necesario para resolverlas”. Esta es la regla del análisis, la cual es coherente con la noción cartesiana expresada en la tercera regla (regla de la síntesis), que afirma que el conocimiento debe construirse “empezando siempre por los más sencillos, elevándose por grados hasta llegar a los más compuestos”. Es decir, se debe explicar siempre lo confuso por lo claro y lo complejo por lo sencillo; por lo cual es necesario analizar bien los problemas complejos o confusos. En virtud de esto deben explicarse la totalidad de los fenómenos en estudio sin mayor esfuerzo que el puesto en la aplicación rigurosa de estas sencillas reglas.
Por último, es preciso “hacer enumeraciones tan completas y generales, que den la seguridad de no haber incurrido en ninguna omisión”. Ésta regla consiste en habituarse a hacer revisiones de la aplicación del propio método, para evitar la precipitación y reforzar los buenos hábitos del análisis y la síntesis.
En estas cuatro reglas están implícitas la intuición y la deducción, operaciones fundamentales de la mente que Descartes menciona en su obra póstuma Reglas para la dirección del espíritu. En ella, define a la intuición del siguiente modo:
Entiendo por intuición, no la creencia en el variable testimonio de los sentidos o en los juicios engañosos de la imaginación –mala reguladora- sino la concepción de un espíritu sano y atento, tan distinta y tan fácil que ninguna duda quede sobre lo conocido; o lo que es lo mismo, la concepción firme que nace en un espíritu sano y atento, por las luces naturales de la razón. […] Así todos vemos por intuición, que existimos, que pensamos, que un triángulo está formado por tres líneas, que un globo no tiene más que una superficie, y otras verdades semejantes, más numerosas de lo que comúnmente se cree por el desdén que sentimos a aplicar el espíritu a cosas sencillas.
Por otro lado, la deducción es entendida por Descartes como “una operación por la cual comprendemos todas las cosas que son consecuencia necesaria de otras conocidas por nosotros con toda certeza”.
Y bastan estas dos operaciones para acceder a todo conocimiento. La intuición nos proporciona los conocimientos sencillos que son empleados para explicar cualquier conocimiento complejo, por medio del razonamiento deductivo. Pero, además, en las reglas mencionadas también está implícita la duda como una actitud fundamental del investigador de una verdad científica o filosófica. Esta duda metódica es la que aplicará Descartes para establecer los primeros principios del conocimiento.
Como a veces los sentidos nos engañan –escribe en el Discurso del método-, supuse que ninguna cosa existía del mismo modo que nuestros sentidos nos la hacen imaginar. Como los hombres se suelen equivocar hasta en las sencillas cuestiones de geometría, consideré que yo también estaba sujeto a error y rechacé por falsas todas las verdades cuyas demostraciones me ensañaron mis profesores. Y, finalmente, como los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos, podemos también tenerlos cuando soñamos, resolví creer que las verdades aprendidas en los libros y por la experiencia no eran más seguras que las ilusiones de mis sueños.
Pero enseguida noté que si yo pensaba que todo era falso, yo, que pensaba, debía ser alguna cosa, debía tener alguna realidad; y viendo que esta verdad: pienso, luego existo era tan firme y tan segura que nadie podría quebrantar su evidencia, la recibí sin escrúpulo alguno como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Luego de rechazar todo conocimiento que tuviese como fundamento a la experiencia, sólo quedó en pie una verdad: pienso, luego existo. Esta verdad es caracterizada por Descartes para seguir su modelo y establecer un criterio de verdad. Este criterio consiste en que “las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas”. Y por lo general no se requiere de algo externo a esas ideas para validarlas.
A partir del conocimiento de sí mismo, Descartes puede también deducir algunas ideas relativas a las cosas exteriores, como que están constituidas por substancias, que tienen duración, número, etc. Pero, ¿cómo explicar que posea la idea de un ser más perfecto que él? ¿Cómo podría esta idea originarse en él mismo, un ser imperfecto? Podría decirse que quizás tal idea sea producto de la imaginación, una mera fantasía; sin embargo, Descartes considera esta idea como una idea vista a través de la intuición.
Esta idea de un Ser soberanamente perfecto infinito –escribe en sus Meditaciones metafísicas- es verdadera porque, aun en el caso de que pudiéramos imaginar que tal ser no existe, no podemos hacer que su idea no nos represente nada real. Es tan clara y distinta, que todo lo que mi espíritu concibe distinta y claramente de real y verdadero y encierra alguna perfección, está contenido en la idea de Dios.
De la verdad de su propia existencia, así como de otras verdades relativas a las cosas externas y que son deducidas del primer principio, concibe Descartes que Dios debe existir necesariamente, aunque no pueda conocerlo en su infinita perfección. La idea de la existencia de Dios es para él, de hecho, “la más verdadera, la más clara y la más distinta”. Toda idea clara y distinta es puesta por Dios en el alma humana, incluyendo la de sí mismo. Siendo Dios de esta manera el fundamento no sólo ontológico, sino también epistemológico, del mundo.
La facultad de juzgar o discernir lo verdadero de lo falso, pues, es puesta por Dios en el alma humana. Y no puede ser que Dios engañe al hombre, puesto que eso estaría en contradicción con la naturaleza perfecta de Dios. Pero, entonces, ¿cuál es el origen del error en el ser humano? El filósofo francés nos dirá que este se debe a la inadecuación entre la voluntad y el entendimiento.
Descartes considera que la voluntad es infinita en el hombre, mientras que su entendimiento es limitado. El error surge cuando la voluntad lleva al entendimiento a querer comprender lo que sobrepasa sus límites: “[…] se extravía fácilmente y elige lo falso por lo verdadero y el mal por el bien”. Pero también el error es producto de la impotencia humana, en la medida que participa de la nada, del no-ser. Pues el hombre es para Descartes algo situado entre Dios y la nada. En la medida en que participa de Dios conoce verdaderamente, y yerra en la medida que no es Dios.
Interesante idea la de grabar tus entradas. Me gusto
ResponderEliminarQué bueno que te haya gustado. El propósito es presentar los ensayos, reseñas o comentarios por los medios más diversos, y así aumentar las posibilidades de una mejor recepción del mensaje. Te agradezco el comentario.
EliminarSaludos desde México.
deberías poner las cosas mas resumidas a algunos lectores les puede dar pereza leer todo eso, pero esta bueno.
ResponderEliminarCreeme que lo he resumido lo más que pude. Pero las citas textuales me parecen imprescindibles, y eso extiende un poco más el texto. Gracias por tu comentario, y espero que sigas encontrando cosas de interés en el blog.
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