Juventud e Historia.
El
pensador argentino José Ingenieros dio una definición de la “juventud” con base
en la capacidad individual de una persona para forjarse un ideal, y no tanto como
algo que reside en los años vividos. De modo que se puede ser viejo, es decir,
lo contrario al concepto de juventud de Ingenieros, aunque se tengan pocos
años; o se puede ser joven, aún cuando se cuente ya con muchos de ellos. Todo
depende del ánimo con que la persona busque la realización de los ideales
inherentes a ella en lo individual, o correlativos a la vida colectiva; estos
últimos buscará realizarlos en colaboración con otras personas tan involucradas
en el ideal como él mismo lo está.
Y
por su conexión con el ideal humano, la juventud está directamente conectada
con la Historia, con los cambios socio-culturales al interior de una nación.
Particularmente puedo hacer mención en este momento del papel que está jugando
el movimiento estudiantil #Yosoy132 como factor de presión para la
democratización de los medios y otras tareas pendientes de la sociedad mexicana.
Los
cambios que exigen los estudiantes son de gran relevancia para la vida pública
de México, pues se centran en los aspectos más delicados del bienestar social
que han sido más golpeados por las políticas neoliberales. Su manifiesto
político, expresado en los seis puntos que resumen sus exigencias es
abiertamente contra el neoliberalismo mexicano: 1) democratización de medios,
2) cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico, 3) cambio del
modelo económico, 4) en el de seguridad, 5) transformación política y
vinculación con los movimientos sociales y 6) el derecho universal a la salud.
La
juventud del movimiento #Yosoy132 se revela en su inconformidad para seguir
viviendo en un país donde no parece asomarse la menor esperanza de un
mejoramiento en esos aspectos tan dañados de la vida social, en su creatividad
para organizarse, y para engendrar un futuro mejor. Podría afirmarse que la Historia
misma tiene su corazón, su motor principal en una tensión o lucha de sujetos
antagónicos, uno de los cuales representa el pasado, la vejez de las
instituciones, y otro representa el futuro, el nacimiento de nuevas
posibilidades de vida nacional. Así, este movimiento estudiantil representa el
futuro de México luchando contra un régimen caduco que se niega a morir.
Los futuros líderes.
Una
manera muy frecuente de hacer menguar un movimiento social ha sido la de
comprar a sus dirigentes (lo otro es eliminarlos, si no se dejan comprar); tomo
consciencia de esto cuando leo en ciertos medios que los futuros líderes
políticos han de surgir de este movimiento social. Creo que lo que debe
resaltarse es que los líderes no son nada sin el movimiento social, y que se
deben a él, y no al revés. Pensar en estos líderes en un futuro como políticos
adheridos a las instituciones gubernamentales, francamente, me parece un
panorama triste. Corresponde a un momento distinto de la acción política que es
muy ajeno al que ahora están viviendo.
Sin
movimiento social no hay liderazgo, salvo, quizás, una especie de “jefatura” o
cualquier otra cosa, menos liderazgo. El político desligado de las voluntades
de los “gobernados” carece de juventud, porque no tiene ideales, porque tan
sólo trabaja para el presente, enredado en “las reformas que el país necesita”
sin tener idea de a qué país se refiere. Otro panorama sería si los políticos
del futuro estuvieran siempre al pendiente de las necesidades sociales, como
parecen exigir los estudiantes en su punto #5: transformación política y
vinculación con los movimientos sociales. Entonces sí, y sólo entonces, sería
coherente con el actuar joven de los líderes del movimiento estudiantil el
actuar de los líderes políticos futuros.
No
es nueva esta táctica de convocar a los dirigentes sociales a integrarse a las
estructuras políticas “institucionales”. Recordemos que también al movimiento
zapatista se le invitó en su momento a convertirse en un partido político.
Afortunadamente, el movimiento zapatista continúa con vida como un movimiento
democrático, que se alimenta de las voluntades de los ciudadanos. También podríamos
mencionar algunos casos de líderes de los movimientos estudiantiles de 1968 que
posteriormente han adoptado una postura reaccionaria como miembros de la clase
política oficial.
Un movimiento social pacífico.
El
movimiento #Yosoy132 se ha declarado como un movimiento apartidista, aunque
político, y además, pacífico. Y con esta última palabra interpreto que quieren
decir que no recurrirán a acciones de violencia física para lograr sus
objetivos. Postura que me parece por demás prudente y adecuada. No obstante
también nos plantea ciertas cuestiones que es preciso tener en consideración.
No
podemos soslayar que, históricamente, las revoluciones sociales han sido
revoluciones violentas. ¿Será la violencia un rasgo necesario de las revoluciones?
Si así fuese, ¿no estarán en un grave error los estudiantes al pretender
cambios radicales en la sociedad mexicana a partir de meras manifestaciones? ¿A
qué sujetos apela #Yosoy132 en sus exigencias? ¿Al virtual ganador de las
elecciones presidenciales, el PRI? Es muy poco probable que este atienda sus
demandas en caso de ganar la presidencia de la república, dado su irresponsable
compromiso con el neoliberalismo, con esa absoluta insensibilidad que ha
mostrado hacia las necesidades de la población mexicana. La confrontación de
intereses nos aparece entonces como un conflicto irreconciliable por la vía del
diálogo. Se requiere de acciones que tengan consecuencias más palpables que las
del mero discurso o de las manifestaciones pacíficas.
Es
posible encontrar esas acciones sin caer en la violencia física, en la
violencia de las armas. A pesar de que al PRI y sus representados no les queda
ni un poquito de legitimidad para gobernar, agotada toda su imaginación para
pactar con sus adversarios, les queda de su lado, sin embargo, todo un sistema
de instituciones corruptas, la desinformación mediática y la fuerza bruta. #Yosoy132
y demás movimientos sociales cobijados bajo su nombre tienen la ardua tarea de
actuar desde dentro de las instituciones para transformarlas, no sólo pedir ni
esperar nada de las autoridades (que están en su derecho como lo estamos todos
los ciudadanos). Sólo este tipo de acciones directas puede tener un efecto
transformador.
Los
ciudadanos deben tomar con sus propias manos lo que les corresponde. Por
ejemplo, si yo soy profesor y veo la necesidad de un cambio en el modelo
educativo, no tengo por qué pedirlo, sino hacer los cambios necesarios en
colaboración con otros profesores y hacer que estos cambios tengan un valor
“oficial”; o si veo la necesidad de una reforma laboral que realmente mejore
las condiciones de trabajo y no lo contrario, yo como trabajador de base
miembro de un sindicato y a través de él propongo la reforma más conveniente y
exijo que se haga vigente. En la vida pública de México ha faltado esta
participación ciudadana y se ha dejado todo a la voluntad de los políticos,
pero esto debe terminar puesto vemos que no ha servido al bien común. Exigir a
los políticos que hagan bien su trabajo es sólo una parte del ejercicio
democrático, la otra parte, la parte activa, está en las decisiones del
ciudadano organizado en su ámbito particular de actividad.
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