por Mauricio Enríquez
Martin Heidegger plantea en su obra “La época de la imagen del
mundo” un panorama del sentido que tiene la civilización moderna,
comparada con otras épocas históricas como la antigüedad y la edad
media. Dicho planteamiento, a su vez, parece sostenerse sobre el
problema metafísico de la olvidada pregunta que interroga por el
Ser. Interpreta el modo moderno de ser y de pensar como una forma más
de evasión de la actitud y el preguntar más dignos de ser asumidos.
Y la forma específicamente moderna que manifiesta esta huida
comprende los siguientes elementos: 1) ciencia, 2) técnica, 3) arte,
4) cultura y 5) el olvido de los dioses. Heidegger analiza las
características de la primera, la ciencia, para de allí derivar una
interpretación del ser total de la época.
Me interesa en este ensayo complementar ese análisis de Heidegger
del ámbito científico con el del ámbito de la cultura, tomando de
ésta específicamente los siguientes aspectos o facetas: 1) economía
y 2) educación. ¿Hay coincidencias entre los rasgos característicos
de la ciencia moderna y los de la cultura? ¿En qué consisten dichas
coincidencias? Estas son las cuestiones que trataré de aclarar
enseguida.
La ciencia moderna.
Heidegger hace hincapié en
distinguir la ciencia moderna de las ciencias antigua y medieval,
mostrando que están inscritas en imaginarios del mundo radicalmente
diferentes al de nuestra época:
[…]
tampoco se puede decir que la teoría de Galileo sobre la libre caída
de los cuerpos sea verdadera y que la de Aristóteles, que dice que
los cuerpos ligeros aspiran a elevarse, sea falsa, porque la
concepción griega de la esencia de los cuerpos, del lugar, así como
de la relación entre ambos, se basa en una interpretación diferente
de lo ente y, en consecuencia, determina otro modo distinto de ver y
cuestionar los fenómenos naturales.
La
interpretación del mundo en la Grecia antigua no era la que ahora se
tiene, esto es, la de un conjunto total de representaciones. Los
filósofos griegos no establecían ninguna oposición sujeto-objeto
en sus reflexiones, así como tampoco hablaban de una res
extensa en
oposición a una res
cogitans.
La verdad era entendida por ellos de un modo realista u objetivista,
como en la teoría de las ideas platónicas existentes por sí
mismas, independientes tanto de las cosas (copias mundanas) como de
las almas que las piensan, o bien, como la consciencia de las formas
que subyacen a las cosas. En ambos casos, no resulta problemático el
qué haga la consciencia cognoscente para acceder a la esencia o
verdad de las cosas, puesto que es comprensible de suyo que lo
pensado corresponde exactamente con el ser de la cosa pensada. Es del
ser mismo, en donde el mismo hombre se haya inmerso, de quien depende
el conocer o no conocer la verdad de las cosas.
La
esencia de la ciencia moderna consiste, según Heidegger, en la
investigación,
actividad humana caracterizada por implicar un proyecto, el
experimento y una empresa. Cualidad ajena a la ciencia antigua y
medieval, el experimento, implica recrear ciertas condiciones que
muestren el comportamiento de los fenómenos al evaluarlos frente a
una teoría o hipótesis previa. La ciencia antigua y medieval
carecían de este modo de proceder; si acaso, se limitaban a la mera
observación de los fenómenos, sin plantearse hipótesis ni
organizar experimentos. Además, la ciencia moderna posee la cualidad
de empresa en cuanto está organizada en torno a una comunidad
científica que comparte formas estandarizadas de proceder en sus
actividades. Así, el conocimiento, el lenguaje científico y sus
métodos se hallan bien sistematizados.
La
pregunta central en esta indagación sobre la esencia de la ciencia
moderna es expresada de la siguiente manera: “¿Qué concepción de
lo ente y qué concepto de la verdad hacen posible que la ciencia se
torne investigación?”
Puede darse a esta pregunta una escueta solución diciendo
simplemente que el
ser de los entes es concebido como simple presencia y la verdad,
correspondientemente, como mera certeza representativa.
El proceder anticipador de todo proyecto científico implica una
concepción de la verdad como representación, así como el rigor
(sea de las ciencias naturales o humanas) implica la constatación de
la teoría a través de “hechos”, de eventos concretos,
positivos, como el experimento o las fuentes, es decir, de una
concepción del ser de lo ente como algo dado, presente; por otra
parte, el carácter empresarial de la ciencia no es más que la
consideración de la propia actividad de investigación científica
desde esta perspectiva ontológica y epistemológica, es decir,
cosificada en un sistema de procedimientos e instituciones prefijado.
Por último, el rasgo distintivo de la ciencia moderna que se expresa
en su especialización o división en distintos campos de fenómenos
de estudio, obedece a esa concepción del ser de los entes como
presencia, lo que imposibilita que exista una ciencia que trate sobre
el ser en general.
Heidegger
considera que esta manera de concebir el ser y la verdad son
exclusivos de la época moderna iniciada con Descartes, que es una
concepción casi natural de nuestro espíritu y que, por lo mismo, es
lo primero que debe cuestionarse.
La
cultura moderna.
Aunque
quizás no sea posible aplicar todos los rasgos antes enumerados de
la ciencia (proyecto, rigor, empresa y especialización) a la
cultura, algunos sí lo son; no obstante, lo más importante es ver
si responden a la misma concepción del ser y de la verdad encontrada
para la ciencia. Pero antes hay que precisar el significado de
“cultura”. Heidegger nos ofrece la siguiente definición:
[…]
la cultura es la realización efectiva de los supremos valores por
medio del cuidado de los bienes más elevados del hombre. La esencia
de la cultura implica que, en su calidad de cuidado, ésta cuide a su
vez de sí misma, convirtiéndose en una política cultural.
En
el concepto de cultura parecen subsumirse el resto de los fenómenos
que Heidegger considera esenciales en la Edad Moderna, es decir: la
ciencia, la técnica, el arte, la religión misma. La cultura
comprende todo el obrar humano que, como decía Aristóteles, se
halla siempre orientado hacia un Bien, hacia un Valor. Pero, dada la
multiplicidad de tipos de valor, se tiene que en el fenómeno de la
cultura aparece el rasgo de la especialización, como en la ciencia.
Aunque la ciencia misma es parte de la cultura, al igual que la
política, la moral, la economía, la educación, el lenguaje, el
sistema de medios de comunicación, etc. El problema de esa
distinción parcelaria dentro de la totalidad cultural consiste en
que ninguna de las partes es completamente independiente de las otras
o del todo, y por tanto, la excesiva relevancia que pueda atribuirse
a alguna de ellas para definir el ser del hombre o de la cultura
significa un craso error.
Cada
uno de estos ámbitos de la cultura implican bienes y valores al
cuidado de una “política cultural”. El carácter de empresa de
la ciencia, por ejemplo, desde mi punto de vista no es otra cosa que
la expresión de una política cultural en materia científica. Los
valores y bienes científicos que han demostrado su utilidad o
efectividad son perpetuados a través de esta política en las
instituciones y procedimientos de investigación. Pero algo similar
ocurre en otros ámbitos culturales. Menciono y analizo sólo dos de
ellos: el económico y el educativo.
Aunque
muchos podrán objetar que lo económico es algo ajeno a lo cultural,
por lo que hay que distinguir entre política económica y política
cultural, creo que eso es cuestión de perspectiva. En cierto modo
existen los bienes y los valores económicos. Por el sólo hecho de
ser productos de la actividad humana, los hechos económicos son
también culturales. Nuestra época se caracteriza en este ámbito
por el cuidado de bienes como la industria y por la promoción de
valores como la libre competencia, por dar sólo algunos ejemplos. La
producción masiva de mercancías es lo que caracteriza
económicamente a nuestra época, donde el mismo trabajo humano ha
pasado a ser una mercancía: el trabajo asalariado.
En
el ámbito educativo existe la institución escolar, encargada de la
educación de masas de personas para su inclusión en el modo de vida
capitalista. Los contenidos de aprendizaje están determinados por
los valores de dicho modo de vida. Si acaso existe un “proyecto”,
este lo es en el sentido de un proceder anticipador, es decir, como
un modo de ser y de hacer previamente dado que sólo reproduce lo ya
conocido en vez de transformarlo. En este sentido, la educación
“adapta” o “ajusta” al individuo a un modo convencional de
vida, sin enseñar a crearla. Lo mismo ocurre en los proyectos del
ámbito económico.
¿Qué
concepción de lo ente y qué concepto de la verdad hacen posible que
la cultura adopte estas formas? Creo que la respuesta es la misma
dada anteriormente para el asunto de la ciencia. Veamos primero cómo
puede aplicarse tal respuesta al ámbito económico. Lo esencial de
la economía moderna es la producción masiva sin control y el
desenfreno del comercio. Pero la producción es la transformación de
la naturaleza de acuerdo con la utilidad humana, por lo que, la
producción masiva consiste en una relación con la naturaleza del
tipo explotador-explotado. El hombre humaniza la naturaleza al
producir mercancías y crear la cultura. Someter a la naturaleza,
tenerla, utilizarla, es la actitud fundamental del hombre moderno. Y
esto guarda una relación directa con la concepción del ser del ente
como presencia, como objeto o cosa manipulable.
Por
otro lado, la educación que concibe el conocimiento o la verdad como
mera certeza representativa, como un producto y no como un proceso
crítico en las mentes de quienes participan en la relación
pedagógica (educador y educando) acaba por convertir a estos sujetos
en objetos, en autómatas que sólo guardan y transmiten información.
Sin duda que esta forma de educación puede hacer inteligentes a los
individuos, es decir, eficientes para la solución de ciertos tipos
de problemas, pero no los hará sensibles a una concepción de la
verdad como proceso de desocultamiento (aletheia), que es la
concepción heideggeriana.
Conclusiones.
Para
Heidegger, la concepción de lo ente como simple presencia y de la
verdad como certeza representativa que subyace a la mentalidad
moderna constituye una evasión de lo que es más digno de ser
indagado: la cuestión de qué es el Ser. Esta pregunta olvidada debe
recuperarse.
¿Qué
cambios culturales podrían producirse con la afirmación de esta
pregunta? Es difícil predecir, por ejemplo, si posibilitará un
nuevo tipo de ciencia o, simple y llanamente, abolirá a la ciencia
tal como hoy se conoce. En el terreno económico, quizás, la
afirmación de esta cuestión construya una nueva base en que se
sostenga la relación del ser humano con la naturaleza, donde nos
ubiquemos respetuosamente en ella, y no en una actitud de
explotadores. En lo educativo, posibilitaría la formación de seres
humanos a través del ejercicio de la libertad, del ser y pensar
auténticos.
Significaría,
en cierto modo, la consideración del ser no como una presencia fija
sino como un devenir
y de la verdad como un desocultar:
una búsqueda interminable.