¿Qué son los sentimientos? ¿Cómo funcionan? Estas y otras cuestiones me propongo analizar sucintamente en las siguientes líneas, apoyándome en dos grandes figuras de la filosofía: el clásico holandés Baruch de Spinoza y la filósofa húngara Ágnes Heller.
Sentir
es estar implicado en algo.
Esta
es la hipótesis de que parte Agnes Heller en su conceptualización
de los sentimientos. Según esta hipótesis, los sentimientos humanos
derivan de una cierta relación o conexión de las personas con otras
cosas (otras personas, animales, objetos, etc). Y esta implicación
puede ocurrir en diferentes modos: puede ser positiva o negativa,
directa o indirecta,
y
también
activa o reactiva, o
en combinaciones de estos modos.
Veamos lo que significan estos modos de implicación a través de
algunos ejemplos.
Un
joven que se prepara para su primera cita amorosa se halla implicado
positivamente, ya que la imaginación del encuentro que espera le
produce una alegría; pero también se halla directamente implicado,
ya que
ese encuentro significa un
fin último, es decir, no es un medio para otro fin; por
otro lado, también podrá estar activamente implicado al hacer todo
lo que esté a su alcance para enamorar a su pareja.
Otro
ejemplo. Un
estudiante de licenciatura que estudia para un examen en una
asignatura que detesta estará implicado negativamente y su conducta
será más bien reactiva, con el mero fin de pasar el examen para
luego olvidarse del tema, por lo que su implicación es indirecta (su
interés no se centra en aprender, sino en no reprobar).
Por
otro lado, Heller nos señala que la implicación no
es algo que sea
exterior
a los fenómenos de la conducta o del pensamiento, sino que es parte
esencial de ellos:
La
implicación no es un “fenómeno concomitante”. No es que haya
acción, pensamiento, habla, búsqueda de información, reacción, y
que todo eso esté “acompañado” por una implicación en ello;
más bien se trata de que la propia implicación es el factor
constructivo inherente del actuar, pensar, etc., que la implicación
está incluida en todo eso, por vía de acción o de reacción.1
Hasta
aquí, todas las características enumeradas por Heller de los
sentimientos, también pueden ser explicadas desde la terminología
spinoziana. A continuación hago este cotejo conceptual, empezando
por esta última propiedad de ser el sentimiento un factor esencial
en
toda
actividad humana.
Spinoza define la esencia
humana como el esfuerzo con que alma y cuerpo procuran perseverar en
su ser. Este esfuerzo llamado por Spinoza conatus,
se puede ver afectado tanto de manera afirmativa como opresiva por
las circunstancias en que el individuo se encuentra con otros
cuerpos, en medio del mundo. Un
afecto opresivo tiende a limitar la potencia de obrar del cuerpo o
del alma humanos, en cambio, uno afirmativo tenderá a aumentar esa
misma potencia. El estar implicado de Heller es, en términos de
Spinoza, estar afectado por cuerpos exteriores y, efectivamente,
puede ser positiva o negativa.
Pero
también puede ser activa o reactiva, según si la causa de la
afección reside primordialmente en el propio individuo o en un
cuerpo externo. Un afecto es activo en la medida en que es producto
del esfuerzo propio, o es una expresión de la propia
esencia, donde el individuo
lo determina
desde su interior. A esto
también Spinoza llama libertad y, por lo general, está acompañada
de un sentimiento de alegría.
Tal
libertad es en el hombre una propiedad relativa o
limitada, puesto que nadie
puede en sentido absoluto ser
causa de todos sus afectos.
El individuo humano es finito y está determinado de múltiples
maneras por otros entes del mundo social. Esto
lo convierte en
un ser pasional, ya que Spinoza llama pasión
a los afectos pasivos u opresivos.
[…] el hombre está siempre
necesariamente sometido a las pasiones y sigue el orden común de la
Naturaleza y lo obedece, y, en cuanto lo exige la naturaleza de la
cosas, él mismo se adapta a él.2
No obstante este carácter
limitado de la libertad humana, su desarrollo completo constituye un
problema ético fundamental. Para Spinoza, la virtud y la potencia
(psicofísica, igual del alma que del cuerpo) son la misma cosa. Y no
está de sobra decir que los afectos que más contribuyen al
desarrollo humano son los afirmativos.
Figura y trasfondo de la
implicación.
Dependiendo
de si el centro de la conciencia permanece en medio de la implicación
o se enfoca en el objeto, tendremos según Heller a la implicación o
sentimiento como “figura” o como “trasfondo”. La
implicación se hace figura en todos aquellos casos
en
que “la acción, el pensamiento, la relación con alguien o algo
encuentran cerrado el paso”3.
Por
ejemplo, una
relación de amistad puede decaer en una profunda tristeza si un día
descubrimos que
nuestro amigo es un hipócrita que en realidad nos ha estado
manipulando. De
pronto, el vínculo que antes teníamos con esa persona se rompe
irreversiblemente, pues no es la misma persona en realidad. Además
del dolor puede sobrevenir un sentimiento de odio, ira, indignación
o miedo, avivado por la presencia del falso amigo.
La
implicación como trasfondo significa
que ésta no se sufre, en apariencia, porque en realidad sigue
presente, pero la persona está tan
enfocada (activa o reactivamente) en su objeto que el sentimiento
subyace desapercibido. Un
ejemplo típico de este mecanismo se da cuando se seleccionan
medios para un fin:
Piénsese en el avaro, que
está profundamente implicado en conseguir dinero. Para conseguir el
objeto de su vida, la acumulación de moneda, tiene que reflexionar:
¿qué inversión será más adecuada? ¿La que le produzca
rápidamente unos beneficios menores? ¿O la que dé beneficios más
tardíos, pero más cuantiosos? ¿No es excesivo el riesgo que
acompaña a esa inversión? Etc. Como trasfondo, la codicia está
presente en todo momento, pues de otro modo nuestro avaro no andaría
meditando medios para este fin. Pero ha de suspenderla (ha de
relegarla al trasfondo de su conciencia) precisamente para mejor
conseguir su objetivo.4
Pero,
sobre todo, se relegan al trasfondo los sentimientos por la fuerza
con que otros se imponen en el presente. Así, por ejemplo, mi
gusto por la lectura literaria no puede mantenerse en el foco de mi
conciencia, como figura, si soy un profesor de matemáticas que en
este momento tiene que preparar una lección de cálculo diferencial.
Entonces, mi
gusto literario permanece en el trasfondo, confinado
por la fuerza de un objeto (el
cálculo) y
un
sentimiento
(el
deber) de
distinta naturaleza.
Para
verificar
que también en el pensamiento de Spinoza podemos encontrar las
nociones de figura y trasfondo, aunque en otros términos, recordemos
que antes hemos dicho que los sentimientos son afecciones, modos
específicos de relacionarnos con nuestro entorno. Pues
bien, dichas afecciones implican ciertos “vestigios” o huellas en
el cuerpo humano:
Cuando una parte fluida del
cuerpo humano es determinada por un cuerpo exterior a chocar
frecuentemente con otra parte blanda, modifica el plano de ésta y le
imprime ciertos como vestigios del cuerpo exterior que impulsa a
aquélla.5
Al ocurrir cualquier afección
del cuerpo se forma paralelamente en el alma una imagen, y si esta
afección se reproduce, es decir, el mismo choque de las partes
fluidas sobre las partes blandas, entonces también se reproducirá
la imagen correspondiente en la mente humana. Para Spinoza hay un
paralelismo psicofísico entre eventos mentales y corporales. Pero de
los tantos vestigios que un individuo humano puede acumular en su
cuerpo por sus experiencias con el mundo social sólo algunos se
muestran en la superficie de la conducta o la conciencia. El cuerpo
humano es incapaz de expresarlos a todos a la vez, por lo que la
mayoría permanecen ocultos, pero latentes.
En Spinoza, lo que causa la
manifestación de un afecto es su intensidad relativa a los demás
afectos: entre más intenso, más manifiesto o conciente es. Esto se
expresa en la siguiente proposición de la Ética:
Un afecto no puede ser
reprimido ni suprimido sino por un afecto contrario y más fuerte que
el afecto a reprimir.6
Y en cuanto a la intensidad
de una pasión, depende, por mencionar sólo algunos factores, de la
proximidad temporal de la causa de la pasión, o bien, de la
naturaleza de dicha causa: si es un hecho necesario, posible o
contingente.
En lo que se refiere a la
proximidad temporal, un afecto es más intenso si la causa que lo
produce se halla presente que, por otro lado, si contemplamos su
causa como algo ya pasado o que ocurrirá en el futuro. Y somos
afectados por una causa futura o pasada con mayor intensidad en
cuanto más próxima sea al presente. De modo que un afecto es muy
débil conforme más distante esté del presente su causa: algo de
nuestro pasado lejano, o bien, de un lejano futuro.
La naturaleza necesaria de
una causa significa que su existencia es forzosa, es decir, que
ocurre siguiendo las leyes absolutas de la naturaleza. En cambio, un
hecho contingente se entiende como aquel en que atendiendo a su pura
esencia no se sigue forzosamente su existencia. Un hecho posible, por
otro lado, será aquel en que atendiendo a las causas que lo producen
no se encuentre, sin embargo, que tales causas estén necesariamente
determinados para producirlo.
Spinoza considera que los
afectos producidos por causas necesarias son más intensos que los
producidos por causas posibles, debido a que la existencia del origen
del afecto está garantizada en los primeros, casi presente, mientras
que en los segundos hay cabida para imaginar su ausencia. En cambio,
los afectos producidos por causas que se imaginan contingentes son
los más débiles, pues no hay en ellas nada que fundamente su propia
existencia. Veamos algunos ejemplos de esto.
La grata sorpresa producida
por el hecho de haberse ganado la lotería (una causa contingente)
puede ser muy intensa en el momento en que se vive y relegar al
trasfondo de la conciencia muchos otros sentimientos; incluso después
de cierto tiempo, el recuerdo de este hecho puede conservar cierta
fuerza; sin embargo, este mismo hecho contemplado en el futuro
(volver a ganarse la lotería) tendrá muy poca influencia, no sólo
por no estar presente, sino sobre todo por la naturaleza contingente
del hecho: nada hay en el hecho de ganarse la lotería de lo cual se
siga necesaria o posiblemente el hecho de ganarse la lotería.
Al asistir a una entrevista
para aspirar a un empleo puedo abrigar la esperanza de ser aceptado
si considero que, además de haber vacantes, tengo las aptitudes y la
experiencia suficientes para ello; todo esto vuelve posible el hecho
de ser contratado. Pero puedo también sentir una seguridad de
conseguirlo si el jefe de personal es un viejo amigo mío. Esta
condición vuelve altamente posible mi contratación si no es que
casi necesaria y mi sentimiento de satisfacción será mayor que una
simple esperanza.
En Spinoza, pues, las
nociones de figura y trasfondo corresponden con los modos en que los
afectos son reprimidos por otros más intensos, que son los que se
manifiestan en la conciencia. Pero el ser reprimidos no equivale a
que dejen de existir, sino sólo a que se mantengan transitoriamente
inconscientes. Todos ellos en conjunto, al ser modos específicos en
que las personas nos relacionamos con el mundo social, constituyen
nuestro carácter, nuestro talante o ingenio específico.
Sentimiento, mundo y
voluntad.
La concepción del ser humano
sustentada por Heller postula dos condiciones generales de la
existencia. La primera de ellas, denominada “esencia muda de la
especie”, consiste en el equipamiento biológico con que nace todo
ser humano, a partir del cual podrá posteriormente desarrollar su
humanidad. La otra, llamada “carácter propio de la especie”, es
adquirida por las relaciones que establecemos con las cosas y
personas dentro del mundo social, se forma a partir de la experiencia
social del individuo. La carencia de alguna de estas dos condiciones
limita el desarrollo pleno del hombre.
Un caballo se desarrolla
completamente como tal, tanto si crece en el monte como si lo hace
entre los seres humanos; pero el hombre sólo puede completar su
humanidad en el mundo social. Para adquirir la humanidad los
individuos en desarrollo deben apropiarse del conjunto de relaciones
con el mundo social que caracterizan lo humano. Y en el proceso de
esta apropiación los sentimientos desempeñan un papel regulador, de
acuerdo con la preservación y afirmación del individuo.
En este proceso de
apropiación del mundo entra en juego también la “voluntad”
humana, particularmente en el desarrollo de la moralidad. La voluntad
involucra también a los sentimientos de una manera muy peculiar.
La voluntad no es sino la
concentración en orden a alcanzar un objetivo en el que estamos
positivamente implicados, incluyendo la selección de los medios
necesarios para conseguirlo.7
Para Heller hay una
diferencia importante entre el querer, como un acto de la voluntad, y
el mero desear. La voluntad no sólo se refiere a una implicación
con un determinado objetivo, sino además con la necesidad de
realizarlo, es decir, con un “deber” y con una “responsabilidad”.
El deseo, en cambio, sólo nos liga al objeto deseado, sin deber ni
responsabilidad.
Mediante la voluntad se
vuelven figura ciertos sentimientos, mientras que otros se relegan al
trasfondo de la conciencia. Heller pone el siguiente ejemplo: veo un
botón que se cae y puedo querer coserlo. Para ello, relego al
trasfondo que no me gusta hacer eso y preferiría hacer otra cosa;
asimismo, convierto en figura que me avergonzaría si mi hijo fuese a
la escuela faltándole un botón.
Spinoza no emplea nunca el
término “mundo” ni entra en detalles acerca de la relación
mundo-ser humano, aunque sí menciona la conveniencia para el hombre
de vivir bajo el cobijo de una sociedad, no sólo por la seguridad
que reporta sino también porque en medio de ella cada individuo
multiplica sus potencias mentales y físicas.
Respecto a la moralidad,
Spinoza tampoco emplea términos como el deber, y funda lo bueno como
lo que es útil al desarrollo humano. Para el filósofo holandés
podría tomarse la alegría y la libertad como los criterios para el
fomento de la moralidad en el individuo. La voluntad debe encaminarse
hacia estos fines a través de un conocimiento adecuado de las
pasiones humanas.
1 Heller,
A. Teoría de los sentimientos.
Ediciones Coyoacán. México. 1999. p, 17.
2 Ética,
IV, Prop. 4, Corolario.
3 Heller,
A. p, 22.
4 op.
cit. p, 24.
5 Ética,
II, Def. de cuerpos compuestos, postulado 5.
6 Ética,
IV, Prop. 7.
7 Heller,
A. p, 41.
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