por Mauricio Enríquez
Por Postmodernidad suele entenderse el modo de cultura que surge en
occidente desde principios del siglo XX y que conjunta diversos
cambios en la economía, política, arte, ética, etc. Como su nombre
lo indica, se pretende que la postmodernidad, además de seguir
cronológicamente a la era moderna, en cierto modo también significa
algo mejor o preferible. Se habla del fin de la modernidad como un
acontecimiento trascendente. Y lo sería, si fuera cierto que la
postmodernidad realmente es la superación de la modernidad.
A continuación hago un análisis comparativo de la modernidad y lo
que hoy día se denomina postmodernidad. De la consideración de las
características de ambos intentaré deducir si corresponden a modos
de cultura esencialmente distintos o si de alguna forma son lo mismo.
¿Qué es la Modernidad?
Para indagar acerca de las causas
posibles del supuesto derrumbamiento de una época con el
advenimiento de otra, es necesario tener en claro primeramente las
características esenciales de dicha época. En este caso es
pertinente preguntarse qué es la Modernidad, para después
contrastarla con las características de lo que viene a llamarse
Postmodernidad. Entonces, del cotejo de semejanzas y diferencias,
cuestionar si realmente corresponden con mundos o culturas
esencialmente diferentes.
De acuerdo con Anthony Giddens,
una primera aproximación al concepto de la modernidad:
Se
refiere a los modos de vida u organización social que surgieron en
Europa desde alrededor del siglo XVII en adelante y cuya influencia,
posteriormente, los han convertido en más o menos mundiales.1
Estos modos de vida se distinguen
radicalmente de las formas pre-modernas en tres aspectos. Primero, en
cuanto al ritmo de
cambio, tanto en la
producción, como en las relaciones sociales o instituciones.
Segundo, en cuanto al ámbito
de cambio,
que no se limita a lo local, sino que tiende a realizarse a una
escala global, merced a las interconexiones creadas en esta época.
Por último, se diferencian radicalmente de las instituciones
tradicionales, principalmente en las políticas y económicas, como
los estados-nación y el trabajo asalariado.2
Por
las características mencionadas y el momento histórico en que se
presentan, se puede ver la conexión que la Modernidad guarda con lo
que denominamos Capitalismo. Sería un error, sin embargo, querer
equiparar ambas nociones. Bolívar Echeverría hace la distinción
diciendo que mientras la modernidad corresponde a una “forma
histórica de totalización de la vida humana”, el capitalismo no
es más que “un modo de reproducción de la vida económica”3.
Esto significa que el capitalismo es una parte de la modernidad, y
que esta última engloba el conjunto total de las actividades
humanas. No obstante, el capitalismo como modo de producción
económica puede ser un centro de influencia decisivo sobre la
modernidad, e imponerle las formas que le sean propias.
Esto
último se debe al rol que han desempeñado siempre los modos de
producción económica en la historia de las culturas, como una base
que posibilita y delimita la generación de la superestructura
ideológica. La moral, las ideas religiosas y estéticas, las
costumbres, etc.; todos los proyectos de la existencia humana que
buscan crear sentido y valores, se hacen sobre la base del trabajo
productivo. Pero con el capitalismo, esta influencia económica en la
cultura se potencia radicalmente, produciéndose lo que ya se ha
mencionado respecto a la rapidez de los cambios y su extensión a
escala global. Esto ha hecho de la modernidad, sin temor a
equivocarse, un modo de cultura universal.
Siguiendo
a Bolívar Echeverría, podemos distinguir cinco rasgos
característicos de la vida moderna4:
1) el humanismo, 2) el racionalismo, 3) el progresismo, 4) el
individualismo y 5) el economicismo. El primero consiste en el afán
humano de supeditar la existencia misma de la Naturaleza a la esencia
del Hombre: humanizar la naturaleza. Aunque tal humanización
encierra en sí cierta violencia, no sólo por la técnica,
que constituye el instrumento intelectual que sirve para transformar
en nuestro favor a la naturaleza, sino también por la política,
con la cual se establece el dominio sobre lo Otro en el campo social.
La naturaleza es lo Otro del ser humano, lo que le es extraño, ajeno
a su propia esencia, y busca emanciparse de ella dominándola con la
ciencia y la técnica; pero ella también se expresa en la
individualidad humana en el cuerpo, en el instinto del hombre, que
también debe ser dominado, a través de la educación y la política.
Algo
que es clave para esta dominación de lo Otro natural y social es el
conocimiento racional. Bacon y Descartes en el siglo XVII expresan
este pensamiento de dominación de la naturaleza y el instinto a
través del conocimiento proporcionado por la ciencia moderna: la
razón instrumental. Es evidente la influencia que estos pensadores
(junto a otros que son posteriores, pero de la misma línea) han
tenido en la conformación de la cultura moderna, así como la
marginación de su contraparte, representada por aquellos pensadores
que han vindicado al cuerpo como agente creador de cultura. Entre
estos pensadores, defensores de una modernidad alternativa, aun no
realizada, podemos contar a Spinoza, Shopenhauer, Nietzsche y Freud,
entre otros.
Otro
de los rasgos distintivos de la modernidad es su economicismo,
entendido como la supeditación de la vida política a la vida civil;
más que nada al aspecto económico de esta última. El Estado funge
como un mero instrumento de la clase burguesa para facilitar su
crecimiento y dominio económico, ya no sólo dentro de los límites
nacionales, sino a escala internacional. Pero no sólo la esfera
cultural de la política se ve alterada, desvirtuada respecto a su
verdadera función, por la influencia económica, sino que también
otros ámbitos, como el arte, pierden la peculiaridad de valor que
representan y se ven tripulados por un mero interés económico. En
fin, todas las actividades dentro de la cultura moderna capitalista
tienden a pasar a la esfera del comercio, tienden a convertirse en
meras mercancías.
El
individualismo que caracteriza a la modernidad capitalista también
se fundamenta en el economicismo ya mencionado. Este individualismo
consiste en privilegiar la constitución de la identidad individual a
partir de la participación que tiene la persona en la actividad
económica, es decir, como propietario privado, ya sea en el mero
consumo de mercancías (sujeto consumidor) o en su producción
(capitalista). Tanto el sujeto consumidor como el capitalista carecen
de una consciencia del valor primordial de lo colectivo.
Por
último, Echeverría define el progresismo de la siguiente manera:
Dos procesos coincidentes pero
de sentido contrapuesto constituyen siempre a la transformación
histórica: el proceso de in-novación o de sustitución de lo viejo
por lo nuevo y el proceso de re-novación o restauración de lo viejo
como nuevo. El progresismo consiste en la afirmación de un modo
histórico en el cual, de estos dos procesos, el primero prevalece y
domina sobre el segundo.5
La
modernidad capitalista tiene una capacidad inusitada de
transformación, lo mismo de la naturaleza que de los valores
culturales o de las instituciones sociales. Marx y Engels enfatizan
esta capacidad del capitalismo en su Manifiesto
del Partido Comunista:
Una revolución continua en la
producción, una incesante conmoción de todas las condiciones
sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la
época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas
antes de llegar a osificarse.6
En
esta condición, el tiempo es experimentado primordialmente como
futuro, pues el presente se encuentra siempre en constante
disipación. Y en el futuro se encuentra siempre lo mejor; los
cambios efectuados significan siempre un perfeccionamiento de lo
anterior. Se supone siempre un ascenso progresivo hacia la
excelencia. Pero este proceso no está dirigido por las personas,
sino por la propia producción, que más que responder a las
necesidades, las crea, acentuando la enajenación humana.
De
acuerdo con esta enumeración descriptiva de los rasgos
característicos de la modernidad capitalista, se pueden hacer
objeciones válidas a la modernidad misma; señalamientos que apuntan
directamente a la esencia del capitalismo; síntomas de una
enfermedad progresiva que aun no se manifiestan en los orígenes del
capitalismo, pero que conforme este se va desarrollando desde la
manufactura, pasando por la revolución industrial, hasta nuestros
días, van saliendo a la superficie reclamando al hombre un remedio
adecuado y, tal vez, definitivo.
Vale la pena hacer explícitas dichas objeciones a la modernidad
capitalista y ver su vínculo con lo que hoy se caracteriza como la
postmodernidad. Entonces podremos plantearnos las preguntas: ¿es la
postmodernidad algo distinto de la modernidad? ¿A qué causas
obedece su aparición histórica?
La Postmodernidad.
Las críticas al capitalismo se fundamentan todas, en cierto modo, en
la que se refiere a su postura ontológica: la que expresa el
dualismo metafísico de mente y cuerpo. De aquí se deriva que el
modelo de orden (cosmos) para el ser humano reside en la mente, en la
racionalidad. Así mismo, se deriva también su rasgo humanista, al
considerar ese cosmos como un “imperio dentro de otro imperio”,
como escribe Spinoza:
Parecen concebir al hombre en
la naturaleza como un imperio en un imperio, puesto que creen que el
hombre, más que seguir el orden de la naturaleza, lo perturba, y que
tiene un poder absoluto sobre sus acciones, y sólo por sí mismo y
no por otra cosa es determinado.7
Lo cierto es que resulta dudoso que ese cosmos humano sea fruto de
un poder libre de la pura mente racional, al margen del cuerpo;
además, que la tiranía que esta razón instrumental ha ejercido
sobre la naturaleza tiene ya sus consecuencias, de las cuales no
podemos escapar nosotros mismos. Ahora estamos en condiciones de
objetar el conocimiento racional que ha fallado en el conocimiento de
nosotros mismos como parte de la naturaleza.
Como consecuencia de las actuales catástrofes ecológicas y del
fracaso de las teorías sociales en la pacificación y verdadero
progreso humano, hoy día se desplaza a la racionalidad y se asumen
en su lugar otras formas de entendimiento del mundo:
La condición de
postmodernidad (según Lyotard) se distingue por una especie de
desvanecimiento de “la gran narrativa” -la “línea de relato”
englobadora mediante la cual se nos coloca en la historia cual seres
que poseen un pasado determinado y un futuro predecible. La visión
postmoderna contempla una pluralidad de heterogéneas pretensiones al
conocimiento, entre las cuales la ciencia no posee el lugar
privilegiado.8
El fracaso de esos grandes
relatos revela la debilidad de las ciencias sociales y humanas en sus
propuestas teóricas de una mejor sociedad. Tal fracaso se pone de
manifiesto primordialmente a través de las guerras “mundiales” y
la falta de democracia o mucha explotación al interior de los
países. No es casual que se considere al evento de la primera gran
guerra, a principios del siglo pasado, como el momento que pone fin a
la modernidad y abre paso a la postmodernidad: significó el
desencanto respecto de la racionalidad moderna. Además, coincide con
la llamada “era postindustrial”, caracterizada por el predominio
de la actividad económica de los servicios, así como el papel clave
de los mass media
(y, posteriormente, el conocimiento, en lo que se ha denominado
“sociedades del conocimiento”) en la economía.
No obstante que el
conocimiento constituye en las sociedades postindustriales la clave
de la riqueza, ésta sigue aun las pautas que la producción material
le impone. Con obreros o automatizada, sin producción material no
hay riqueza. Igualmente, la explotación económica del trabajo
humano, simplemente, ha desplazado su centro de gravedad hacia el
sector de los servicios: ya no hay, quizás, una clase obrera, pero
sigue habiendo trabajo asalariado.
En el ámbito de lo estético,
este espíritu postmoderno no podía dejar de tener su influencia,
transmutando la concepción clásica del arte. Ya no se verá más a
la obra de arte como un medio para educar a los espectadores o
inculcarles ciertos fines; ahora, el arte no tiene más finalidad que
el arte mismo. Igualmente, hay una cierta relajación en cuanto a las
reglas que han de seguirse en la creación estética: “El artista y
el escritor trabajan sin reglas y para establecer las reglas de
aquello que habrá
sido hecho”9.
Los artistas postmodernos
buscan la expresión de su personalidad a través de la mixtura de
una multiplicidad de formas estéticas, nuevas o ya existentes, del
pasado o del presente, por lo que pueden ser catalogados como
eclécticos. Y si se trata de un buen arte posmoderno, buscará dar
cuenta de una verdad (aletheia,
en un sentido heideggeriano) que subyace a la realidad y que
constituye, sin embargo, lo
real.
La obra de arte es el espacio en que se opera la apertura de lo real,
quizás, como Heidegger explica en su libro El
origen de la obra de arte,
a través de la desgarradura de una lucha entre mundo y tierra10;
tal vez, en la lucha entre instinto y civilización en el propio
artista.
Pero,
al igual que otras esferas de la vida cultural, el arte no ha
escapado de la venalidad característica de nuestro tiempo. Lyotard
lo señala:
La
investigación artística y literaria está doblemente amenazada por
la “política cultural” y por el mercado del arte y del libro.11
Las
grandes inversiones que se hacen en el arte ha provocado que los
artistas piensen menos en la creación de valor estético, y ha
cambiado la forma en que los espectadores experimentan la obra:
El
museo ha adoptado las estrategias de los medios masivos, con énfasis
en el espectáculo, el culto de la famosa obra maestra, el arte
percibido a través de las lentes de las cámaras. Pero lo que ganó
al incrementar el público, lo perdió en términos de libertad de
acceso, y disponibilidad de la mente y la mirada.12
Junto
a esta popularización acrítica del arte en los museos, en las
subastas se pierde de vista el valor artístico de las obras para
atender el valor monetario. Entonces, lo que en realidad sólo es una
obra de mediano valor estético, puede llegar a ser catalogada como
obra maestra sólo por la influencia de los medios masivos o por el
precio a que la compran los coleccionistas multimillonarios.
En
el ámbito ético, la postmodernidad nos da cuenta de un abandono de
la ética kantiana, fundada en el deber establecido autónoma y
racionalmente. La ética postmoderna, pues, rechaza a la ética
ilustrada, remplazándola por una ética acomodaticia e
individualista, hedonista, pero no en el sentido epicúreo, sino más
bien protagoriano, donde “el hombre es la medida de todas las
cosas”. Este relativismo (por no decir “nihilismo”) ético,
donde lo bueno y lo malo depende de cada interpretación, queda
expresado dramáticamente en Los
hermanos Karamazov,
la novela de Dostoievski, cuando Gregorio Karamazov afirma:
Pero, ¿qué será de los
hombres entonces - le pregunté - sin un Dios y sin vida inmortal? Se
permitirá todo, ¿van a poder hacer lo que quieran?
Pero
este Dios al que se refiere Dostoievski no puede ser ya remplazado
por la Razón humana, como en la ilustración, sino que se lleva
consigo a dicha Razón. Lo único que le queda al hombre como modelo
a seguir es, quizás, un tipo de intuición basada en la naturaleza
del yo corporal, sin pretensiones de universalidad ni necesidad
absoluta. La esfera de la ética, al igual que otros campos de lo
humano, queda fragmentada por un relativismo epistemológico.
Conclusiones.
Desde
el punto de vista filosófico, la postmodernidad puede bien
representar un giro importante en la manera de concebir al ser humano
y la naturaleza. No obstante, algunos de quienes representan esta
nueva forma de pensar, retoman o replantean ideas de filósofos
modernos que han sido marginados (si no de la historia de la
filosofía, sí del proyecto concreto de la cultura occidental) o
malinterpretados13.
Otros, como Husserl o Heidegger, ofrecen una solución al dualismo
moderno entre el mundo y la conciencia, presuntamente, sin el apoyo
de nadie.
En
el campo económico y político, en cambio, lo que actualmente
vivimos no es esencialmente distinto de la modernidad capitalista,
sino una consecuencia obligada de ella. La era postindustrial sigue
siendo capitalista. La producción material sigue estando a la base
de la riqueza, aunque el trabajo humano predomine en los servicios, o
en el trabajo mental. Éste último, además, sigue siendo un trabajo
asalariado, no libre sino explotado. Por otra parte, como en los
orígenes del capitalismo, hoy día se quiere limitar las funciones
del estado en la regulación económica. ¿En qué trascienden,
entonces, la política y la economía actuales (el llamado
neoliberalismo) al capitalismo moderno? En realidad, son una fase más
de su evolución.
Por
lo que respecta a la esfera ética, se puede decir que su abandono
actual es producto de que los sistemas éticos tradicionales (el
aristotélico o el kantiano, por mencionar dos ejemplos) no logran
efectuarse adecuadamente, dejando pendientes sus fines de autonomía
y bien común. La ética racionalista moderna resulta inadecuada en
el sistema económico actual, que condiciona a las personas a ser
consumidores y empleados individualistas, únicamente preocupados por
la “vida buena” del confort.
Pero
en la base de este cambio en los valores éticos, como también en
los estéticos, sigue estando el modo de vida económico en que nos
desenvolvemos, valga la reiteración: el capitalismo moderno. El cual
vive ahora una nueva fase en su desarrollo, pero sigue siendo
moderno. Cambiarle de nombre por Postmodernidad no cambia su esencia,
ni significa que debamos confundirlo con otro modo de vida,
radicalmente distinto. En realidad, sigue planteándonos los mismos
problemas del capitalismo, incluso acentuados.
Bibliografía.
1. Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad.
UNAM. México. 1995.
2. Giddens, A. Consecuencias de la modernidad. Alianza
Editorial. Madrid. 1997.
3. Heidegger, M. Arte y Poesía. FCE. México. 2006.
4. Lyotard, J.F. La Postmodernidad (explicada a los niños).
Gedisa. Barcelona. 1987.
5. Marx, C.; Engels, F. Manifiesto
del Partido Comunista. Ed.
Progreso. Moscú. 1985.
6. Spinoza, B. Ética.
Trotta. Barcelona. 2005.
1 Giddens,
A. Consecuencias de la modernidad.
Alianza Editorial. Madrid. 1997. p. 15.
2 Cfr.
Giddens, A. Consecuencias de la modernidad.
p. 19.
3 Cfr.
Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad.
UNAM. México. 1995. p. 138.
4 Cfr.
Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad.
pp. 149-156.
5 Op.
Cit. p. 151.
6 Marx,
C.; Engels, F. Manifiesto del Partido Comunista.
Ed. Progreso. Moscú. 1985. p. 39.
7 Spinoza,
B. Ética. Trotta.
Barcelona. 2005. p. 125.
8 Giddens,
A. Consecuencias de la modernidad.
p. 16.
9 Lyotard,
J. F. La Postmodernidad (explicada a los niños).
Gedisa. Barcelona. 1987. p. 25.
10 Cfr.
Heidegger, M. Arte y Poesía.
FCE. México. 2006. pp. 62-63.
11 Lyotard,
J. F. La Postmodernidad (explicada a los niños).
p. 18.
12 Robert
Hughes, en el documental La maldición de la Mona Lisa.
Este enlace conduce al primero de seis videos:
http://www.youtube.com/watch?v=9KgOZaQK4Hg
13 Como
Spinoza y Marx, respectivamente.