Benito de Spinoza, cuya obra principal es conocida como “Ética, demostrada según el orden geométrico”, expone en la tercera parte de esta misma que el alma humana no puede determinar al cuerpo al movimiento o al reposo, así como tampoco el cuerpo puede determinar al alma a pensar. Con este juicio, que justifica igual que como se demuestran las proposiciones de la geometría, pretende desvalorizar la noción común de que la consciencia puede tener un dominio sobre el cuerpo.
Desde los filósofos griegos, como Platón y Aristóteles, hasta el mismo René Descartes, se había dado la creencia de que existía esta mutua interrelación entre el pensamiento y el cuerpo. Se hablaba de las pasiones humanas cuando la mente era dominada por los apetitos del cuerpo, y de las acciones cuando éste, a su vez, era controlado por la consciencia. Pero Spinoza niega que exista tal conexión causal entre la mente y el cuerpo:
¡Tan firmemente persuadidos están de que el cuerpo -escribe Spinoza- ora se mueve ora reposa ante una simple indicación del alma, y de que hace muchísimas cosas que tan sólo dependen de la voluntad del alma y del arte de excogitar! Nadie, en efecto, ha determinado por ahora qué puede el cuerpo, esto es, a nadie hasta ahora le ha enseñado la experiencia qué puede hacer el cuerpo por las solas leyes de la naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué no puede a menos que sea determinado por el alma. Pues nadie hasta ahora ha conocido la fábrica del cuerpo con tal precisión que haya podido explicar todas sus funciones, por no mencionar siquiera que en los brutos se observan muchas cosas que superan con mucho la sagacidad humana, y que los sonámbulos realizan en sueños muchísimas cosas que no osarían hacer despiertos; lo cual muestra bastante bien que el mismo cuerpo, por las solas leyes de su naturaleza, puede muchas cosas que su alma admira. Además, nadie sabe de qué forma o con qué medios mueve el alma al cuerpo, ni cuántos grados de movimiento puede imprimirle y con qué rapidez puede moverlo. De donde se sigue que, cuando los hombres dicen que esta o aquella acción del cuerpo procede del alma que tiene dominio sobre el cuerpo, no saben lo que dicen y no hacen sino confesar con especiosas palabras que ignoran la verdadera causa de aquella acción que no les sorprende nada.
Este pasaje de la “Ética”, parte 3, escolio de la proposición 2, revela que la afirmación de que el alma mueve al cuerpo no es un juicio bien fundado en la experiencia. Revela, además, que la propia experiencia nos muestra que los animales o los hombres al margen de la consciencia pueden hacer cosas sorprendentes. Lo cual constituye un voto a favor de la vida independiente del cuerpo, y a la vez, en contra de la libertad de la voluntad. Para Spinoza, tampoco existe esta libertad, salvo como una creencia. Creemos ser libres porque somos conscientes de nuestros deseos y hábitos, ignorando las causas que los determinan en nosotros. La libertad así entendida consiste meramente en saberse a uno mismo atraído por las cosas que le son necesarias, pero desconociendo la naturaleza de tal atracción.
Y así, –nos dice el filósofo holandés- el niño cree que apetece libremente la leche, y el chico irritado, en cambio, que quiere la venganza, y el tímido la fuga. El borracho, por su parte, cree que habla por libre decisión del alma cosas que después, sobrio, quisiera haber callado; e igualmente el delirante, la charlatana, el niño y muchísimos de esta calaña creen hablar por libre decisión del alma, siendo así que no pueden reprimir el impulso que sienten de hablar.
El pensamiento, como mera creencia, no es más que un reflejo concomitante al deseo humano que tiene parte de su origen en la experiencia, en las determinaciones que esta imprime en el cuerpo: “[…] tanto la decisión del alma como el apetito y la determinación del cuerpo son simultáneos por naturaleza o más bien una y la misma cosa […]” Ambos son dos modos en que se afirma la naturaleza humana, aunque desde dos atributos distintos, que son la materia y el pensamiento. Y esta afirmación es el deseo, que no es otra cosa más que la esencia humana.
Así, Spinoza rechaza la creencia en una libertad de la voluntad aún en las acciones productivas del ser humano, al decir: “Pero dirán que no puede suceder que de las solas leyes de la naturaleza, en tanto que se la considera como puramente corpórea, pueden deducirse las causas de los edificios, de las pinturas y de cosas similares, que sólo se hacen con el arte humano, y que tampoco un cuerpo sería capaz de edificar un templo, si no fuera determinado y guiado por el alma. Mas yo he mostrado ya que ellos no saben qué pueda el cuerpo […]”.
El principio metafísico en que Spinoza se apoya para afirmar la igualdad en dignidad entre la mente y el cuerpo es aquel en que afirma que el “orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas”. Las relaciones de causalidad pueden darse entre las cosas o entre las ideas, pero no entre cosas e ideas. Ni la mente determina al cuerpo, ni el cuerpo a la mente. Pero el cuerpo sí puede determinar a otros cuerpos, mediante el trabajo y el uso de herramientas a tomar una forma determinada. Y esta actividad productiva del cuerpo tiene su correspondencia con ciertas ideas que se dan en la mente, concomitantes a esa producción del cuerpo. Y, tanto en el orden de lo corpóreo como en el de lo mental, se da un perfeccionamiento de los instrumentos en que se apoya tal actividad productiva. Esto último Spinoza nos lo hace patente en la que se considera su primera obra filosófica, el “Tratado de la reforma del entendimiento”, en los términos que siguen:
[…] así como los hombres, usando al comienzo instrumentos innatos, consiguieron fabricar, aunque con gran esfuerzo y escaso éxito, algunos objetos sumamente fáciles y, una vez fabricados éstos, confeccionaron otros más difíciles con menos esfuerzo y más perfección, y así, avanzando gradualmente de las obras más simples a los instrumentos y de los instrumentos a otras obras e instrumentos, consiguieron efectuar con poco trabajo tantas cosas y tan difíciles; así también el entendimiento, con su fuerza natural (nativa), se forja instrumentos intelectuales, con los que adquiere nuevas fuerzas para realizar otras obras intelectuales y con éstas consigue nuevos instrumentos, es decir, el poder de llevar más lejos la investigación, y sigue así progresivamente, hasta conseguir la cumbre de la sabiduría.
Este perfeccionamiento en los instrumentos tanto físicos como intelectuales está directamente vinculado con lo que para Spinoza sería la verdadera libertad. En la definición 7 de la primera parte de la “Ética”, define a lo que es libre como “aquella cosa que existe por la sola necesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar”. El ser humano, por tanto, no es libre según esta definición, si queremos aplicarla estrictamente. El ser humano no existe por la sola necesidad de su naturaleza ni se determina por sí mismo a obrar. Las limitaciones de su naturaleza son expresión de la necesidad que tiene de otras cosas para existir, como podríamos mencionar el alimento, el aire, protección ante las inclemencias del tiempo y otros peligros… y las pasiones que se han agregado a su personalidad son determinantes en su comportamiento. Pero en la medida en que ha desarrollado la construcción de instrumentos ha perfeccionado su poder sobre la naturaleza, sustrayéndose a sus determinaciones, emancipándose de ella. Ha ganado, por decirlo de algún modo, cierta libertad, la única que puede alcanzar. Pero esta libertad relativa del hombre tampoco será completa si se limita a superar las afecciones a que nos somete la naturaleza, sin tener en cuenta también, y sobre todo, las que tienen su origen en las relaciones entre los mismos seres humanos. Lo primero implica el desarrollo económico o técnico de las sociedades, mientras que lo segundo implica la formación de instituciones sociales adecuadas para el desarrollo pleno de las potencialidades de los individuos.
En conclusión, se puede decir que los objetivos principales de la filosofía de Spinoza consisten en liberar al individuo humano de las falsas nociones de consciencia y de libertad, que están fincadas en una concepción idealista de la naturaleza humana. Se trata de reivindicar el papel del cuerpo, de la actividad práctica, en la construcción de la consciencia. Para Spinoza, la mente humana es más apta para pensar cuanto más apto es el cuerpo para actuar. Y la liberación de la consciencia no puede ser ajena a una liberación del cuerpo.
El problema tiene, de hecho, muchas ramificaciones que pueden ser desarrolladas con mucha mayor amplitud, incluso en la actualidad, ante el problema que viven nuestras sociedades en cuanto a la contradicción entre desarrollo técnico y la carencia de instituciones sociales adecuadas para el desarrollo armonioso del individuo. La libertad spinoziana, como esa capacidad de autodeterminación del individuo, está todavía lejos de ser realizada. Habrá que continuar preguntando a Spinoza qué camino podemos seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario