INTRODUCCIÓN
Martin Heidegger
expone en su ensayo “¿Qué es metafísica?” un sentido inédito de esta disciplina
filosófica. Más aún: concluye que no es una disciplina filosófica sino una
condición inherente a la naturaleza humana. Para ello, Heidegger se plantea un
interrogante metafísico, lo elabora y finalmente llega a una respuesta. En este
proceso se muestra el significado de la metafísica.
El problema planteado en la citada obra
es la cuestión acerca de la nada. Y,
como problema metafísico, abarca en su totalidad el problematismo de la
metafísica, involucrando necesariamente al sujeto que se lo plantea. En su
desarrollo, además, salen a la luz una serie de
conceptos correlativos a la cuestión de la nada, a saber: negación, ente
en total, angustia, existir, trascendencia, entre otros.
El propósito de este ensayo es
desarrollar un problema metafísico en torno a la cuestión de la existencia, partiendo del material
(tanto conceptual como metodológico) que el propio Heidegger nos proporciona en
su libro.
¿Qué
es existir? Este es el interrogante de mi problema metafísico que, antes
que nada, tendré que justificar debidamente en la primera sección de este
trabajo, para luego proceder a su elaboración y respuesta. En el desarrollo de
este problema sostengo implícitamente la consideración de que hay una sola
definición de la esencia de la existencia, pese a que se manifiestan diversos
géneros de existencias y, que tal definición logra dar sentido y comprende a
todos ellos.
JUSTIFICACIÓN DE LA PREGUNTA POR LA EXISTENCIA
¿Cómo podemos
justificar el interrogante por la existencia? Ante tal interrogante estamos, de
inicio, como la ciencia ante el problema de la nada[1]. Aparentemente
no es una cuestión de la que debamos preocuparnos: el que las cosas y nosotros
mismos existamos es lo más trivial que puede haber. Además, ¿para qué preguntar
por la existencia en tanto que existencia?
Ciertamente, no se trata de cuestionar la
existencia de tal o cual cosa en especial, sino a la existencia en su
totalidad, incluyendo la propia existencia. Por esto es que tal cuestión
sobrepasa a la intención y el alcance de cualquier cuestión científica
particular. Las ciencias indagan el modo de ser de las cosas desligándolas del
resto y de uno mismo como investigador. Igualmente, todos nosotros nos movemos
en una cotidianidad donde conocemos la existencia de muchas cosas, pero,
ignorando la relación intrínseca que guardan con el resto y con nosotros
mismos.
Heidegger nos expone esta situación en ¿Qué es metafísica?:
[…] en todas las ciencias, siguiendo su
propósito más auténtico, nos las habemos con “el ente mismo”. […] La
referencia al mundo que impera en todas
las ciencias, en cuanto tales, las hace buscar el ente mismo, para hacer objeto
de escudriñamiento y de fundamentación, en cada caso, el “qué” de las cosas y
su modo de ser. En las ciencias se lleva a cabo –en idea- un acercamiento a
lo esencial de cada cosa.
Esta
especialísima referencia al ente mismo en el mundo es sustentada y conducida
por una actitud de la existencia
humana, libremente adoptada. También
en su hacer y omitir, pre y extracientíficos, el hombre tiene que habérselas
con el ente. Pero la ciencia se distingue porque concede a la cosa misma, de manera fundamental, explícita y
exclusiva, la primera y última palabra.[2]
En todo conocimiento, por más simple o
complejo que sea, hay una referencia a las cosas; a la existencia de las cosas
concretas, mas no al mundo en su totalidad o a la existencia en tanto que
existencia. Así pues, el conocimiento científico, igual que el común, es un
conocimiento cosificado, en el
sentido de que sólo da cuenta de cosas, mas no del mundo o realidad íntegra.
La pregunta por el conjunto organizado de
las cosas (mundo) es tan válida como la pregunta por una de esas cosas en
particular. El hecho de que no se plantee tan comúnmente es, quizás, por el
grado de complejidad que implica responderla. Sin embargo, además de ser una
pregunta extrema es también radical, puesto que si se explica el
todo se explica a las partes que lo constituyen orgánicamente.
LAS FORMAS DE LA EXISTENCIA
¿Cuál es la
esencia de la existencia? La cuestión ya está planteada y, para responderla, es
preciso elaborarla. Como dice Heidegger: “La
elaboración de la cuestión debe colocarnos en aquella situación que haga
posible la respuesta, o que patentice la imposibilidad de la misma”[3].
Empecemos por enumerar y describir las
distintas acepciones del término existencia.
¿Qué es lo que decimos que existe? Existen las cosas inanimadas, existen los
seres vivos, existimos nosotros (seres concientes) y existen cosas que son
producto de nuestra actividad. Y en cada uno de estos géneros de existencia, lo
que les da el carácter de tales a sus individuos es su unidad, que los distingue de otros. Al mismo tiempo, entre los
diversos géneros, hay una diferenciación, aunque más formal.
Vemos aquí, entonces, lo que parece un
rasgo característico de toda forma de existencia: su unidad diferenciadora.
Cada cosa tiene su identidad, pero ésta se sostiene en la diferenciación con
otras cosas. En palabras de Spinoza: “Cada
cosa, en tanto que es en sí, se esfuerza en perseverar en su ser”[4]. Así, pues, la
existencia de toda cosa se desenvuelve en una tensión (conatus) entre su forma actual de ser y cualquier otra posible (que
puede entenderse como su no-ser o nihilidad).
No obstante, las maneras en que cada una
de las formas de existencia antes citadas se esfuerzan en perseverar en su ser
son distintas. Por lo mismo son formas distintas de existencia. Pero estas diferencias
son algo que no podemos dejar pasar si queremos dar con una definición más
rigurosa de la existencia en general. Por ello, analicemos más detenidamente
estas diferencias.
Tenemos que la manera como la materia
inanimada persevera en su ser es a través de la preservación de sus propiedades
en medio de la contingencia de cambios y de las afecciones que recibe de otras
cosas. Una piedra, por ejemplo, “existe” como tal si conserva sus propiedades
físicas esenciales, como: su dureza, su estado sólido, su cohesión interna,
etc. Si por alguna causa dejara de ser dura y se hiciera frágil, o se fundiera
por alta temperatura, o se pulverizara, dejaría de existir como piedra y sería
otra cosa: lava o talco, por ejemplo. Pero la existencia de la piedra como tal,
en tanto que es un esfuerzo por perseverar en su ser, comprende la posibilidad
de no ser piedra.
En cuanto a la existencia de seres vivos,
con capacidad de percepción o sin
ella, podemos decir que no se caracteriza por propiedades, como en la materia
inerte, sino por facultades ó funciones. Dichas facultades son la
organización específica de un cierto conjunto de seres inanimados.
En los seres vivos podemos encontrar
facultades como la digestión, el crecimiento, la reproducción, la percepción,
entre otras. Su existencia se define, entonces, por el despliegue de estas
funciones. Dicho despliegue es su conatus.
Y, respecto a la existencia inanimada, significa estar más allá. Ser vivo es no ser materia inerte. Pero esta
existencia se sostiene sobre la posibilidad de no estar vivo, es decir, de la
muerte, de volver a la forma inanimada de existencia. Sólo se persevera en
vivir porque se puede morir.
Esta relación entre vida y muerte fue
también señalada por Engels, en su tiempo:
Ya hoy debe desecharse como no científica
toda fisiología que no considere la muerte como elemento esencial de la vida […], que no incluya la negación de la vida como elemento esencial de la
vida misma, de tal modo que la vida se piense siempre con referencia a su
resultado necesario, la muerte, contenida siempre en ella en estado germinal.
No otra cosa que esto es la concepción dialéctica de la vida. […] Vivir es morir.[5]
Con esto, pues, se confirma que la
interpretación de la esencia de la existencia como tensión entre ser y no-ser,
como conatus, es algo factible en la
existencia de la materia inerte y de los seres vivos. Pero, ¿a qué se debe el
tránsito de la existencia inanimada a la existencia organizada de los seres
vivos?
Es necesario responder a esta cuestión si
se quiere tener una concepción más comprensiva de la existencia. ¿Qué relación
existe entre las diversas formas de existencia? Manteniéndome al margen del
problema de explicar un proceso de
transición de una forma a otra de la existencia, consideraré a éstas en su
correlación en la realidad actual. No podemos negar, por ejemplo, que los seres
vivos utilizan a la materia inerte
para conservarse. Es decir, que una forma de la existencia se subordina a la
otra. La vida se vuelve un fin, mientras que las cosas un medio. Algo semejante
ocurre en el paso de la mera existencia viva a la existencia racional.
Podría conjeturarse que los seres vivos
se han constituido a partir de la existencia inanimada en un proceso azaroso
donde el conjunto de existencias involucradas alcanzan entre sí una situación
de equilibrio, generándose la unidad diferenciadora de una nueva forma de
existencia. En dicho proceso las formas anteriores de existencia desaparecen como tales, dando origen a
una nueva. En tal caso, la transformación se basaría en la misma tensión entre
ser y no-ser antes mencionada, pero donde ha predominado el no-ser. Por lo que
puede atribuirse al no-ser la esencia de la existencia como transmutación de
una forma de existencia a otra, es decir, como sobrepasar o trascender de una
forma a otra.
LA
TRASCENDENCIA
Pero es en el paso
de la existencia meramente animal a la existencia humana donde se pone de
manifiesto con sentido más comprensivo el significado de la trascendencia y,
por ello, la esencia de la existencia en general. El ser humano existe,
trascendiendo a la existencia inanimada y a la existencia animal, por medio de
la conciencia.
Dicha conciencia se caracteriza por ser
la negación del conocimiento meramente sensible que caracteriza a los animales.
Es el no-ser, la nada, de dicho conocimiento. De modo que el ser humano no se
halla orientado, en tanto que ser humano, hacia un encuentro inmediato con las
cosas, sino más bien hacia un reflejo
de las mismas. El hombre, por esencia, trasciende a las cosas con que tiene
contacto; no se halla prisionero en su percepción.
Esencialmente, la trascendencia humana
respecto de la existencia animal, se revela en una nueva forma de conducta y de
representación de la realidad. Así, pues, el hombre utiliza herramientas para controlar la realidad
y posee un lenguaje para reflejar
dicha realidad y tener control sobre su propia conducta.
Tanto el uso de herramientas como el del
lenguaje son formas de conducta que son la negación de la conducta animal. En
aquella tensión entre ser y no-ser ha predominado el no-ser, la nada. Y este
trascender o sobrepasar de una forma de existencia a otra por medio de la
negación se da junto a una correlativa integración de la anterior forma de
existencia con su entorno. Las relaciones de cada cosa existente con su entorno
posibilitan su negación y su trascender.
En el trascender del hombre sobre la
existencia animal se da el mundo.
Heidegger nos dice:
Llamamos a aquello hacia lo cual el Dasein
como tal trasciende el mundo y ahora
determinamos la trascendencia como ser-en-el-mundo (In-der-welt-sein). El mundo
constituye la esencia unitaria de la trascendencia […][6]
Este mundo no es el del conjunto de cosas
en sí, como algo objetivo en absoluto, ni tampoco la pura representación que de
él tiene el sujeto (Dasein). Es tan sólo aquello
hacia lo que se orienta el hombre como ser que niega su conducta animal y su
conocimiento meramente sensible. Es algo más allá de la inmediatez de las cosas
y de la percepción; es creación humana, y el hombre, a su vez, se halla
determinado por él.
Así, pues, la esencia de la existencia
humana consiste en el trascender y, éste, a su vez, tiene su base en la
negación.
Existir (Ex-sistir) significa: estar
sosteniéndose dentro de la nada. Sosteniéndose dentro de la nada, la
existencia está siempre allende el
ente en total.[7]
Esta caracterización de la trascendencia
que se funda en la nada o la negación y que se ha aplicado al trascender de una
forma de existencia a otra es considerada por Heidegger como parte integral de
la propia existencia cotidiana del hombre. El hombre, que ya ha emergido del
mundo natural, está en constante posibilidad de retornar a él. De ahí que la
propia existencia cotidiana del hombre se sostiene en la nada, tanto como en su
conatus.
CONCLUSIÓN
Se ha visto, pues,
cómo las distintas formas de existencia de las cosas singulares pueden ser
descritas como un esfuerzo por perseverar en su ser (conatus). Además, atendiendo a las relaciones que sostienen estas
distintas formas de existencia (materia inanimada, seres vivos y el hombre) se
observa que unas se subordinan a otras de manera que una contiene a las otras y
las determina. Y es en el hombre donde cohabitan todos los distintos géneros de
la existencia.
Pero, esta acepción de la esencia de la
existencia implica la posibilidad siempre real del no-ser, de la nada de las
cosas. Esta nada tiene un papel esencial en el desenvolvimiento de la
existencia de las cosas. Y, por lo que se observa en la diversidad de géneros de
la existencia, es esencial en la estructuración de formas más perfectas de
existencia. La nada posibilita, pues, la trascendencia en las cosas y, en el
hombre, en particular, su trascender como ser conciente: de sí mismo y de las demás existencias.
Además, el hombre sólo es hombre si
pertenece a un mundo. El mundo es la totalidad organizada que determina la
forma específicamente humana de existir. El hombre es parte de esta totalidad
y, a su vez, ella misma es expresión de la trascendencia del hombre. Este mundo
se caracteriza por la existencia de esas creaciones propiamente humanas: las
herramientas y los símbolos (especialmente el lenguaje).
BIBLIOGRAFÍA
1.
Engels, Federico. Dialéctica
de la naturaleza. Obras filosóficas. FCE. México. 1987.
2.
Heidegger, Martin. De
la esencia del fundamento.
3.
Heidegger, Martin. ¿Qué
es metafísica? Siglo XXI. Argentina. 1979.
4.
Spinoza, Baruch. Ética
demostrada según el orden geométrico. Porrúa. México. 1999.
NOTAS
[1] ¿Qué es metafísica? p. 42.
[2] ¿Qué es metafísica? p. 40.
[3] Idem. p. 42.
[4] Ética. III, 6.
[5] Dialéctica de la naturaleza. p. 507.
[6] De la esencia del fundamento. p. 74.
[7] ¿Qué es metafísica? p. 49.