En
estos días está muy de moda hablar acerca de los “valores”, pero, ¿nos hemos
detenido un momento a reflexionar acerca de qué son y qué función cumplen en
nuestra vida individual y social? En torno a este tema es que voy a discurrir a
continuación, asumiendo una perspectiva personal.
En el uso común que hacemos del
término “valor” entendemos por ello un fin
que es considerado por consenso social como algo “bueno”, o bien algo
“preferible”. Así, por ejemplo, sabemos que es preferible las más de las veces
ser “veraz” a ser “mentiroso”, por lo que la “veracidad” es un valor; o bien,
juzgamos que es mejor ser “justo”, dando a cada quien lo que le corresponde. Y
estas valoraciones consideran, ya sea implícita o explícitamente, las
consecuencias negativas que conllevaría el infringir la norma que está
expresada en el valor. Es decir, si siempre miento, ¿qué consecuencias traería
esto a la vida social en que se halla inscrita mi vida personal? No es difícil
ver que ello haría que no existiera la confianza mutua y, por tanto, los
conflictos interpersonales serían siempre inminentes. Los valores, pues, como
fines normativos de la conducta humana tienen la función de conservar un cierto
orden social y cultural, evitando que con su cumplimiento dicho orden se
disuelva.
Los ejemplos mencionados son valores
de tipo ético, pero también existen valores religiosos, estéticos, políticos, económicos,
etc. Sin embargo, en todos ellos también hallamos la característica de ser
fines normativos que el ser humano se plantea a sí mismo. Y por tener este
origen humano, podemos afirmar que son también mutables en la misma forma en
que lo es el Hombre. Los valores tienen un carácter histórico, al igual que la
naturaleza humana. Por esto mismo es que también llegan a constituir un
problema para el Hombre, puesto que hay momentos en que su historicidad nos
orilla a preguntarnos por los valores que hemos de asumir.
El ser humano es un ser eminentemente
práctico y, por ello, los valores se inscriben dentro de la praxis del Hombre. Y por lo mismo
podemos diferenciar dos tipos de valores: 1) aquellos que se asumen en una
práctica reiterativa de la actividad humana, o bien, 2) los que deben construirse
para transformar la propia vida sociocultural y, con ello, también la del
individuo. En el primer caso nos encontramos con valores que tienden a mantener
un sistema de cosas establecido (con pequeñas variantes a nivel individual),
mientras que en el segundo caso los valores planteados sirven para cambiar
dicho sistema, siguiendo una praxis creativa.
El carácter histórico de los valores
nos habla de su relatividad, de que
dependen en su existencia de condiciones geográficas y temporales en que se
manifiestan otro tipo de condiciones como: económicas, sociales, culturales,
tecnológicas, entre otras. Pero, por el hecho de tener un mismo origen, es
decir, en el Hombre, también han de compartir todos algunos rasgos en común que
puedan considerarse de índole universal.
Además, dentro de cada contexto sociocultural-histórico, los valores pueden
verse con ese carácter de universalidad, como válidos para todas las personas que
conformen dicho contexto.
En nuestra situación actual, ¿qué
valores hemos de asumir? ¿Los reiterativos o los creativos? ¿Existen ya entre
nosotros o es todavía una tarea pendiente construirlos? ¿Qué forma tienen o
deben tener esos valores como fundamento y qué función social han de cumplir?
Fundamento
del valor
Como
ya se ha dicho, los valores tienen un origen humano, por lo que para darnos una
idea general de lo que son ellos, hemos de poseer también una idea precisa de
lo que es el Hombre. Se ha mencionado ya su carácter práctico, aunque aún sin
precisar lo que con estos términos queremos decir. Esto es algo que haré en
seguida, pero añadiendo a este rasgo fundamental del Hombre su condición de
criatura consciente, pasional y activa.
El carácter práctico del Hombre
implica que como toda criatura se esfuerza por perseverar en su ser: su
existencia se halla en una tensión constante contra la permanente posibilidad
de morir. Pero el ser humano realiza esto con el auxilio de sus semejantes,
siendo su vida individual una expresión de condiciones sociales. El lenguaje,
las herramientas y las formas de interrelación que los hombres han inventado en
sociedad constituyen su hogar, su mundo, el espacio en que se hallan seguros. Y
estas invenciones humanas implican ya un proceso de valoración, del orden
cognitivo-lingüístico, económico y ético, respectivamente, e interconectados
entre sí. Así que el Hombre valora desde siempre, desde su mismo origen como
ser práctico que es. Hasta podemos ser tentados a plantearnos la cuestión de si
los valores son creación humana o el Hombre es producto de los valores. Sin
embargo, caeríamos en un error, puesto que entre ambos términos no hay una
relación genética, donde uno cree al otro, sino dialéctica: son dos aspectos
diferenciados de lo mismo, que se influyen recíprocamente, bidireccionalmente.
También hay que decir que, a
diferencia de otras criaturas que también desarrollan actividades “prácticas”
(como las abejas que construyen su panal o como las aves sus nidos), el Hombre
las desarrolla de manera consciente, las planea. Es un rasgo intrínseco del ser
humano planear, modelar en su mente las cosas que ha de hacer antes de hacerlas:
es un ser que siempre está proyectando sus actividades. Esta actividad humana
consciente y transformadora es lo que anteriormente he denominado “praxis”. Por
lo mismo he apuntado antes que los valores se inscriben dentro de la praxis
humana.
Pero, ¿cómo se forman los valores en
el individuo social, es decir, en la persona? Los valores
cognitivo-lingüísticos, económicos y éticos, que son inseparables de la
existencia social del Hombre se interiorizan en las nuevas generaciones en un
proceso de aprendizaje, en un proceso educativo. Mediante la educación se
inculcan los fines normativos que permiten a la persona adaptarse al mundo
social en que vive, sosteniendo a la vez la existencia de dicho mundo social con
su propia participación en él. Este aspecto educativo de la interiorización del
valor en la persona puede verse hasta cierto punto como un hecho pasivo, en el
sentido de que sólo reproduce o conserva los valores establecidos: no hay en
ello, aparentemente, una actividad creativa. Sin embargo, a nivel individual,
podemos afirmar que sí hay actividad por parte del sujeto; se requiere cierto
esfuerzo pasar de ser un individuo impulsivo e insocial a uno reflexivo y
sociable, lo cual se logra en este proceso educativo.
Sin embargo, el reto mayor lo
representa la necesidad de transformar los valores existentes cuando éstos ya
no responden a la realidad sociocultural presente. Entonces, valorar ya no es
la “conformación educativa”, sino la “crítica y creación”. Pero esta última
tarea no es posible realizarla individualmente, sino que se precisa de la
confluencia de muchas personas en el Hombre colectivo. La actividad y
creatividad por excelencia de la persona reside en su participación consciente
en este proceso, en el cual afirma su carácter de ser histórico.
Los
valores cognitivo-lingüísticos, económicos y sociales
En
lo que se refiere a esos tres ámbitos fundamentales de la praxis humana ya
mencionados: el cognitivo-lingüístico, el económico y el social, ¿qué nos hace
falta lograr? Para responder la cuestión echemos un vistazo a las instituciones
sociales en que se fincan esos valores.
En el caso de los valores cognitivo-lingüísticos,
tendremos que observar el estado en que se encuentran las actividades intelectuales
en la sociedad, particularmente las de la literatura, la filosofía y la
historia, que son las que prioritariamente emplean como instrumento el lenguaje
para la expresión de imágenes y conceptos de diversa complejidad. Habrá que
preguntarnos qué tan instruida está esa sociedad en esas áreas de la cultura
universal. Y con esto no sólo se involucra a su vez el aparato educativo, sino
también con especial influencia, los medios masivos de comunicación. ¿En qué
medida la televisión, la radio, la prensa o la internet procuran la difusión de
esas disciplinas, contribuyendo a la formación de personas sensibles,
reflexivas y críticas?
Los propios medios de comunicación
en México han hecho patente las deficiencias en la educación de los mexicanos,
particularmente en sus “hábitos de lectura”. De manera más discreta ha sido la
difusión del intento de eliminar la filosofía de la enseñanza del bachillerato
nacional. Por ello es evidente el atraso deliberado por el propio estado
mexicano en la promoción de los valores cognitivo-lingüísticos en su sistema
educativo.
Y por lo que se refiere a los medios de
comunicación, lamentablemente vemos que la contribución es prácticamente nula;
que lo que se nos ofrece son contenidos vacíos de conceptos o de imágenes
profundas. En su lugar encontramos la información superficial, emociones
estereotipadas, la falta de preguntas que promuevan por emulación la actitud
reflexiva. Y todo esto debe tragárselo el individuo común, ya que no tiene un
control sobre estos contenidos; quizás, la información de la Red se salve un
poco de este juicio, puesto que alberga una mucho más amplia variedad de
contenidos de los cuales se puede echar mano; sin embargo, porcentualmente, es
la de menor utilización por las personas en México.
Además de imposibilitar a los
individuos en sus potencialidades creativas, en su capacidad para planear
imaginativamente y formular en el lenguaje sus proyectos, de cualquier índole
que sea, la debilidad en los valores cognitivo-lingüísticos, sirve al propósito
de mantener un estado de cosas “conveniente” para algunos. Pero, la verdad,
resulta algo sumamente grotesco tal despilfarro de las energías creativas de un
pueblo, sólo para que sus mediocres dirigentes no se vean en peligro de caer de
su trono.
Pasando ahora al ámbito de lo
económico nos encontramos con un pobre desarrollo, además de acciones
sistemáticas para conservar dicho atraso. Sólo en el discurso demagógico de los
políticos se habla del progreso económico de México, generalmente refiriéndose
a la creación de empleos temporales, el fomento de la inversión extranjera o
del turismo. Pero lo económico no es sólo lo que implica dinero, sino más bien
la manera específica en que una sociedad se relaciona con la naturaleza y se organiza
para sobrevivir conquistando de la naturaleza lo que necesite. Así, la
tecnología, y la técnica correspondiente, que una sociedad crea para
transformar la naturaleza a su favor son expresión de los valores económicos de
dicha sociedad.
En el caso mexicano, tanto la
tecnología como la técnica no son propias, sino adoptadas de otras naciones.
Esto no les quita en nada su efectividad; no es eso, precisamente, lo
criticable, sino que no exista un proyecto de desarrollo de tecnología y
técnica propio: que se promueva sistemáticamente la dependencia tecnológica. No
existe, pues, una industria nacional. El valor que se grita a los cuatro
vientos es que México sea un mercado seguro que las industrias trasnacionales
exploten, ya sea vendiéndonos sus productos y tecnología, o “dándonos empleo”. Son
valores de la mediocridad impuestos por una clase social mediocre, aunque
poseedora de poder “financiero” y político (la posesión de dichos poderes no
guarda una relación necesaria con la excelencia humana). El pueblo de México se
ha visto obligado a seguir sus fines mezquinos marginando los verdaderos
intereses nacionales.
Los valores sociales, por otro lado,
están implícitos en las relaciones sociales predominantes en el seno de cierta
comunidad. Dichas relaciones sociales, a su vez, se inscriben dentro de ciertas
instituciones, ejemplos: la familia, el sindicato, la escuela, el partido
político, la empresa, la iglesia, etc. Cada una de estas instituciones se
regula por ciertos códigos o reglas de conducta que deben acatar sus miembros;
en tales reglas, cuyo fin es la buena conformación de la institución (su
estabilidad) se comprenden ciertos valores sociales.
El “gobierno” es una más entre las
instituciones sociales, encargada de la función de administrar el buen
funcionamiento del resto de las instituciones (y de ella misma); es decir,
siendo el Estado la totalidad de las instituciones sociales, debemos decir que
el gobierno se encarga de garantizar el buen funcionamiento del Estado. Y, como
decía Juan Jacobo Rousseau, el gobierno tiende al vicio de imponer sus
intereses de cuerpo parcial dentro del Estado a los intereses del conjunto:
esto es particularmente cierto en el caso mexicano. En el último siglo ha
predominado la figura del Presidente por encima de los otros “poderes” del
gobierno, es decir, del Congreso (poder legislativo) y del Poder Judicial. La figura
principal ha sido el Presidente quien, como un monarca, hace y deshace a su voluntad
en los asuntos del Estado. En los últimos dos sexenios la oposición a su poder,
aunque existe, sigue siendo mínima.
La forma fundamental de los valores sociales
es la del “bien común”, la del fin que cada una de las instituciones sociales
tiene. Por ello, estos valores son también de naturaleza ética, además de
política en el caso de los valores implícitos en la institución del gobierno,
puesto que se refieren al bien de toda la sociedad. La tendencia a desviarse de
este bien común y propender al bien particular es la “corrupción” de las
instituciones. Pero, siendo esta tendencia algo natural en el individuo,
dependerá de la forma en que se organicen las instituciones si estas pueden ser
“sanas” o “corruptas”, y no tanto de la buena voluntad de sus miembros.
No hace falta mencionar el lugar que
la corrupción ocupa dentro de nuestras instituciones, pues es de sobra aceptado
que ello constituye uno de los problemas capitales de nuestra sociedad. Sin
embargo, es de hacer notar que el gobierno se limite a la mera sanción judicial
y convoque a los valores morales como remedio a semejante mal, mientras que el
verdadero problema, que se halla en la mala organización de las instituciones
que favorecen o al menos no impiden su propia corrupción, se deja intacto. Muerto
el perro no se acaba todavía la rabia. Pero de esto tampoco es ignorante el gobierno.
Valores
cognitivo-lingüísticos y transformación de valores
En
el desarrollo de los valores ocupan un lugar clave los valores cognitivo-lingüísticos,
como mediadores entre los valores económicos y los valores sociales. En realidad,
las tres esferas del valor están estrechamente vinculadas. Si en un país como
el nuestro, por ejemplo, predomina la actividad comercial sobre la industrial, esta
esfera del valor económico determina o corresponde con otra cierta esfera de
los valores sociales, pues se tendrán cierto tipo de relaciones sociales para
esa actividad económica. Y los valores cognitivo-lingüísticos servirán tanto
para el buen desempeño de la actividad económica como para el de las relaciones
sociales inherentes.
Otras formas de actividad económica
comunes son la actividad industrial y la de servicios profesionales. Ambas están
organizadas en instituciones que requieren del conocimiento y de un sistema de
términos, de un lenguaje específico. Tales instituciones pueden ser los
sindicatos, los colegios de profesionistas o la empresa. Lenguaje y
conocimiento siguen siendo elementos de especial importancia para la cohesión
de las instituciones.
Pero, igualmente, son clave para
cuando se requiere de la transformación de esas mismas instituciones, junto con
la acción práctica colectiva. Y es que los valores sólo adquieren validez si
emanan del consenso social. El hombre común puede saber lo que es mejor, aunque
haga lo peor. El problema reside en qué normas seguir para que lo mejor pueda
ser aprendido, y luego desarrollado, por él. Entonces, los valores se tornan en
“virtudes”, en hábitos conscientes (interiorizados) del bien común.
Por lo dicho anteriormente acerca de
los valores en México, se evidencia la necesidad de transformar los valores a
través de la transformación de las mismas instituciones corruptas. Ello no es
algo que se haga meramente en el discurso, en lo ideal, sino en hechos
concretos. Se debe abandonar la práctica reiterativa de valores inoperantes y
promover nuevos valores que sean útiles a la transformación de las
instituciones sociales existentes. ¿Cuáles han de ser dichos valores? Esta es
una cuestión que sólo podrá resolverse en colectivo, en una situación concreta,
por los miembros de las instituciones que se pretenden transformar.
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- Podcast Filosofía: versión en audio de este texto.
- El librepensador (9/04/2012)
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