viernes, 18 de enero de 2013

Tlamatini: el sabio náhuatl




Miguel León Portilla, en su obra titulada La filosofía náhuatl, estudiada en sus fuentes, nos ofrece una descripción de lo que para los nahuas era lo más próximo a nuestra imagen común del filósofo o sabio: el tlamatini (en plural, tlamatinime). Esta palabra 


«se deriva del verbo mati (él sabe), el sufijo –ni, que le da el carácter sustantivado o participial de “el que sabe”. Finalmente el prefijo tla es un correlato que antepuesto al sustantivo o verbo significa cosas o algo. De todo lo cual se concluye que la palabra tla-mati-ni etimológicamente significa “el que sabe cosas” o “el que sabe algo”» 



El tlamatini de la cultura náhuatl, sin embargo, cumplía una serie de funciones dentro de la sociedad que desbordan la del arquetípico filósofo griego. No sólo era una especie de censor moral de los ciudadanos (o súbditos, mejor dicho, en el contexto del tipo de sociedad precolombina), al modo del Sócrates griego, sino además un transmisor de la cultura náhuatl acumulada en los códices o en la tradición oral. 



León Portilla nos da en su libro la traducción de un texto en que se resume claramente ese conjunto de roles que el tlamatini tenía en el mundo náhuatl, el cual dice así:



El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahuma.

Un espejo horadado, un espejo agujereado por ambos lados.
Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices, de él son los códices.
Él mismo es escritura y sabiduría.
Es camino, guía veraz para otros.
Conduce a las personas y a las cosas, es guía en los negocios humanos.
El sabio verdadero es cuidadoso (como un médico) y guarda la tradición.
Suya es la sabiduría transmitida, él es quien la enseña, sigue la verdad.
Maestro de la verdad, no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace deasarrollarla.
Les abre los oídos, los ilumina.
Es maestro de guías, les da su camino, de él uno depende.
Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos aparezca una cara (una personalidad).
Se fija en las cosas, regula su camino, dispone y ordena.
Aplica su luz sobre el mundo.
Conoce (lo que está) sobre nosotros (y), la región de los muertos.
(Es hombre serio.)
Cualquiera es confortado por él, es corregido, es enseñado.
Gracias a él la gente humaniza su querer y recibe una estricta enseñanza.
Conforta el corazón, conforta a la gente, ayuda, remedia, a todos cura.


Las cuatro primeras líneas de este texto dan cuenta del carácter iluminador de los tlamatinime, gracias a su posesión de una verdad acerca del mundo y del ser humano, transmitida desde los antiguos. Se le compara a una gruesa tea o antorcha que es pura luz, que no ahuma; igualmente es poseedor de la tinta negra y roja, es decir, quien está autorizado para interpretar y transmitir el legado histórico-cultural de los antepasados inscrito en los códices; se le compara también con el “tlachialoni: una especie de cetro con un espejo horadado en la punta, que formaba parte del atavío de algunos dioses y les servía para mirar a través de él la tierra y las cosas humanas” . Con esta última comparación se sugiere la idea de que el tlamatini es un instrumento divino para la contemplación de la realidad, lo que lo hace una especie de profeta.



Por otro lado, también nos encontramos en este texto náhuatl con que los tlamatinime cumplían una función magisterial en la sociedad, al decir: “Es camino, guía veraz para otros”, “Maestro de la verdad, no deja de amonestar”, y otros juicios similares. Condición ésta que los libera de ser meros “fuegos fatuos”, que no tienen a quien iluminar, la de relacionarse con otros, con las nuevas generaciones, y llevarlos por el camino diseñado históricamente por su cultura. 



León Portilla encuentra todavía otros roles de los tlamatinime. La de ser moralistas, por ejemplo, expresado en la frase: “Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos”. Es decir, les hace ver a quienes acompaña la naturaleza de sus actos dentro del marco social establecido acerca de lo que es bueno o malo. Pero junto a esta función moralista y, en cierta conexión íntima con ella, el tlamatini es también una especie de psicólogo porque “hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace desarrollarla”. A veces el desarrollo de la moralidad se contrapone al desarrollo personal: nos podemos ver obligados a asumir ciertas máscaras sociales a costa de nuestro rostro verdadero. Aliviar este tipo de conflictos parecía estar en manos de estos sabios nahuas.



Pero, el tlamatini es también depositario de un saber metafísico, pues “conoce (lo que está) sobre nosotros (y), la región de los muertos”. Su conocimiento va más allá de lo que hay sobre la tierra, del tlaltícpac, extendiéndose hacia el in topan in mictlan, lo cual se entiende como el mundo de lo que rebasa toda experiencia. El mundo del tlaltícpac es el mundo de la experiencia fenoménica, ordinaria, de las cosas que están en constante transición, sin ser “verdaderas”. Por esto, una de las preocupaciones de los pensadores nahuas fue la de indagar qué es lo único verdadero en la tierra, si lo hay.



Esta diversidad de roles que cumplían los tlamatinime, lejos de advertirnos sobre la inexactitud de considerarlos propiamente “filósofos”, nos afirma en la convicción de que su objeto de interés no es otro que el ser humano y su existencia en el mundo, al igual que el de los filósofos reconocidos. El vínculo que este pensamiento tenía aún con ciertas raíces poéticas o teológicas no anula su carácter filosófico, al igual que los rasgos míticos de las filosofías reconocidas más antiguas, como en los presocráticos o en Platón.



Bibliografía:

León-Portilla, M. La filosofía náhuatl. UNAM. México. 1983.


martes, 1 de enero de 2013

Contrainsurgencia y resistencia zapatista

Neil Harvey
La Jornada

Las marchas silenciosas de miles de zapatistas en cinco cabeceras de Chiapas, el 21 de diciembre, lograron recordar a la sociedad dos cosas: la capacidad organizativa del EZLN y su vigencia política. Contra aquellos que decían que el zapatismo era cosa del pasado, los aproximadamente 40 mil indígenas que participaron en las movilizaciones demostraron el fracaso de la estrategia contrainsurgente que han aplicado los diferentes gobiernos durante los pasados 18 años. La marcha también demostró la renovación de las bases del movimiento, con la participación de nuevos cuadros de jóvenes hombres y mujeres que han crecido en el mismo periodo y, a pesar de todas las agresiones en contra de sus comunidades autónomas, mantienen vivas las demandas. Como en otras ocasiones, los zapatistas escogieron un día fuera del calendario de los partidos políticos para llevar a cabo estas marchas. Al contrario, celebraron el inicio de una nueva era maya y al mismo tiempo afirmaron la actualidad y vigencia de las luchas de los pueblos indígenas por sus derechos colectivos y la autonomía. 

Aunque la movilización demuestra una vez más su capacidad organizativa, es preciso no olvidar las consecuencias de las agresiones en su contra a lo largo de estos 18 años. El zapatismo ha tenido que defenderse del Ejército Mexicano y de los diversos grupos paramilitares, los cuales, dentro de una política contrainsurgente implementada desde enero de 1995, han intentado desgastar a las bases de apoyo y crear las condiciones propicias para dividir comunidades y sembrar el miedo. El alto grado de organización que los zapatistas demostraron el 21 de diciembre también se ha manifestado en casi dos décadas de resistencia para no caer en las provocaciones de sus opositores y así seguir construyendo alternativas autónomas.

Por lo tanto, es preocupante que los grupos paramilitares sigan operando en el estado. A lo largo del 2012 las cinco Juntas de Buen Gobierno (JBG) zapatistas difundieron varias denuncias de agresiones de grupos armados que buscan quitarles tierras o robarles los productos del trabajo de las comunidades. Un ejemplo reciente es la agresión de miembros del grupo Desarrollo, Paz y Justicia a la comunidad Nuevo Poblado Comandante Abel, ubicada en el municipio autónomo La Dignidad (oficialmente, Sabanilla) en la zona norte de Chiapas.

Según el Informe de la Caravana de Solidaridad y Documentación al Nuevo Poblado Comandante Abel (www.sipaz.org/images/stories/boletines/Informe_Caravana_.pdf), el 6 de septiembre unos 55 agresores armados llegaron a la comunidad y tiraron balas para agredir a los zapatistas. El grupo invasor construyó su propio campamento y trincheras a la orilla de un río donde se posicionaron para amenazarlos con armas. En pocos días, el número de este grupo creció a 150 y sus integrantes tomaron la mitad de las 147 hectáreas de la comunidad. Los observadores de la caravana constataron que las balas habían alcanzado las paredes de la escuela autónoma y las tiendas cooperativas. En vez de enfrentar a los agresores, la mayoría de las bases de apoyo zapatistas salieron y, después de caminar en el monte por dos a tres días, encontraron refugio en otra comunidad, San Marcos. Durante este lapso, las mujeres y niños sufrieron enfermedades y hambre, mientras los zapatistas que se quedaron en la comunidad no pudieron salir a sus milpas. Una situación similar vivieron cuatro familias que tuvieron que salir de la comunidad Unión Hidalgo debido a amenazas de un grupo de priístas. Historias como estas eran muy comunes en los años 90, sobre todo durante las semanas después de la ofensiva militar del 9 de febrero de 1995, ordenada por el entonces presidente Ernesto Zedillo. El hecho de que estas agresiones aún ocurran con frecuencia debe llamar la atención para que se tomen acciones con la finalidad de detenerlas y, en su lugar, poner en práctica los Acuerdos de San Andrés.

Cabe señalar que uno de los logros de las JBG ha sido la creación de mecanismos autónomos para resolver conflictos. Varios estudios sobre la autonomía zapatista han documentado la importancia de estos espacios para que los grupos no zapatistas puedan resolver disputas sin costo y con personas de la misma comunidad y posición socioeconómica. Los zapatistas también reconocen la necesidad del acceso a la tierra de otras familias que no participan en la organización. Ejemplo fue la fundación del mismo Nuevo Poblado Comandante Abel en mayo del 2012, cuando la comunidad de San Patricio decidió reubicarse en un predio distinto y así evitar mayores conflictos. Como explica un comunicado de la JBG de Roberto Barrios (11 de septiembre), la decisión de reubicarse fue para que ellos tengan su parte porque también tienen derecho a la vida. (enlacezapatista.org.mx).

Sin embargo, como hemos mencionado, las agresiones continúan debido a los intereses políticos que buscan desgastar a las bases de apoyo zapatistas. No obstante, la resistencia sigue, como dicen los integrantes de la JBG en la zona norte: lo que nos hace el mal gobierno intentando invadir, es su manera de guerra y desgaste para rendirnos. No dejamos nuestra lucha y no nos vamos a rendir; ellos piensan que sí, pero no nos vamos a rendir. Nuestra lucha es por la tierra y la nación. (Informe de la Caravana de Solidaridad y Documentación).

Los zapatistas, al no aceptar el asistencialismo del gobierno, han demostrado que sí es posible poner en práctica diversos proyectos autónomos que respondan a las necesidades sociales, económicas y políticas de las comunidades. Por eso los gobiernos han tratado de reprimir, achicar, dividir, cooptar o, ante la imposibilidad de todo esto, simplemente ignorar su presencia. Ante esta realidad, las recientes marchas dan cuenta de la vitalidad de la autonomía indígena que, a pesar de las agresiones, sigue siendo una alternativa con amplio respaldo popular en Chiapas, en México, y un ejemplo para el mundo.

Neil Harvey. Profesor-investigador de la Universidad Estatal de Nuevo México, autor del libro La rebelión de Chiapas.
Fuente: La Jornada: Contrainsurgencia y resistencia zapatista.