Un breve comentario a algunas de las "Máximas Capitales" acerca del Placer, del filósofo griego Epicuro de Samos. [Duración 9:21]
domingo, 15 de junio de 2014
domingo, 1 de junio de 2014
Dos aspectos de la religiosidad
por Mauricio Enríquez
La
filosofía de la religión tiene por objeto de sus indagaciones la
naturaleza específica de los hechos o fenómenos religiosos, los
cuales orbitan en torno al concepto fundamental de lo
sagrado.
Este concepto, también puede entenderse como lo absoluto, o lo
indeterminado, o lo infinito, o simplemente, Dios, entre otras
posibles denominaciones. Y estas indagaciones filosóficas
mencionadas se deslindan de aquellas que son impulsadas por ciencias
particulares como la psicología, la sociología o la antropología
social, en que aspiran a una determinación esencial de lo religioso
sin reducir o simplificar en la abstracción al fenómeno
religioso, sino respetando la compleja totalidad que lo conforma.
El
fenómeno religioso no se agota en la experiencia subjetiva del
individuo, como una suerte de ilusión de la conciencia, sino que
puede ser (y de hecho es) algo compartido por una comunidad;
asimismo, la dinámica de las instituciones religiosas es tan solo un
aspecto parcial de la religiosidad; en fin, aunque se diga que lo
religioso es algo exclusivo del ser humano y, por tanto, corresponde
a la antropología su análisis, no debe soslayarse que los
contenidos de las religiones no se refieren sólo al hombre, su
quehacer en el mundo y los productos de este quehacer, sino también
a lo que le es extraño dentro de la naturaleza, y tan lejano como
las innumerables estrellas del firmamento. Así, lo religioso en su
realidad es un fenómeno que difícilmente puede ser explicado
adecuadamente por las ciencias particulares.
En
lo que sigue expondré mi particular forma de ver la religiosidad,
término por el que entiendo en general la actitud
humana frente a lo sagrado.
Para esto es que primero he de hacer una somera conceptualización de
lo sagrado, siguiendo una vía que no sea monopolizada por ninguna
perspectiva científica particular, aunque pueda tomar elementos de
alguna de ellas. Me atendré sobre todo al uso del buen juicio.
Igualmente, una vez sentado el concepto o categoría principal,
continuaré con el mismo método en la delimitación de dos aspectos
que, personalmente, me parecen destacados de la actitud religiosa: el
temor y la devoción. Con relación a ellos, se analizarán sus
dimensiones de racionalidad e irracionalidad.
1.
Lo sagrado.
Pensando en una definición lo más próxima a su realidad podría
decirse que lo sagrado es aquello que en la existencia humana
escapa constantemente a ser atrapado, ya sea en un sentido físico o
en un sentido intelectual. Es un ser, o el Ser, no una entidad
particular. Es, además, absolutamente determinante y no puede ser
determinado por nada. La naturaleza, y dentro de ella el mundo del
hombre, están determinados por la fuerza o poder de lo sagrado. Los
seres humanos existimos moviéndonos siempre dentro de ese poder,
somos parte de él, pero nos distinguimos de él. Tal distinción es
la misma que podría establecerse entre lo finito y lo infinito, o
entre lo que puede medirse y lo que es inconmensurable. La forma de
determinación propia de lo sagrado no es la de la causalidad, la de
la conexión exterior de una causa (lo sagrado) y un efecto
(naturaleza y mundo), sino la de la expresión del poder particular
de las cosas: cada cosa expresa el poder de lo sagrado en su propio
poder.
La actitud del ser humano ante lo sagrado constituye su
religiosidad, la cual puede asumir diversas formas de acuerdo con la
personalidad de cada quien, aunque existen algunas formas típicas.
Cada una de estas formas puede ser más o menos racional, más o
menos irracional. El caso es que la religiosidad parece ser una
característica esencial del ser humano, aún cuando no se asuma como
religioso o creyente.
¿Cómo explicar esta religiosidad intrínseca del hombre? El
psicoanalista alemán Erich Fromm escribió en El arte de amar,
uno de sus libros más populares, acerca de una condición necesaria
de la existencia humana que él denominó “separatidad”. Según
Fromm, la separatidad es producto de la experiencia traumática del
nacimiento, en que el neonato se siente arrancado de la seguridad del
mundo materno (la matriz); producto de esta afección, el hombre se
siente solo y angustiado, y busca de alguna manera la unidad
existencial perdida con el nacimiento. ¿Cómo lo hace? Hay varias
maneras. Una de ellas es la que lleva a cabo el artista cuando, al
crear su obra, se une símbolicamente con el mundo. Otra de ellas es
la unión a través del amor, del cual hay varios tipos: amor
fraterno, sexual, materno, a Dios, etc. La religiosidad como amor a
Dios sería para Fromm una de las respuestas al problema de la
separatidad humana, la cual es una condición intrínseca a nuestra
naturaleza.
Y quizás sea este amor a Dios el
que comprenda en sí al resto de tipos de amor de que nos habla Fromm
en su libro, además de ser el único que resuelve de manera absoluta
el problema de la soledad humana.
2. El temor.
El
miedo o temor es una de las actitudes que puede adoptar el ser humano
frente a lo divino. Esto, debido al carácter avasallador de su
poder, así como por su naturaleza oscura, incognoscible. En las
religiones primitivas, el temor ante el poder de los fenómenos
naturales y la ignorancia de sus causas, determina la actitud
religiosa a través del tabú, del sacrificio u otros ritos, mediante
los cuales se espera escapar a las consecuencias negativas de la “ira
de los dioses”.
Pero
no es el temor una actitud exclusiva de las religiones primitivas,
sino que aún en las más desarrolladas, como el judaísmo o el
cristianismo, se mantiene este temor bajo la forma de la “conciencia
culpable”. En estas religiones, el creyente se ve impulsado a
actuar con fidelidad a un cierto sistema de normas morales, por miedo
a mantenerse en la condición innata de “pecador”. Y es que “la
paga del pecado es la muerte”, entendida como esa separación en
que nos hallamos de la unidad originaria. Nacemos en la muerte, pero
queremos pasar de la muerte a la vida, salvarnos, recuperar la
relación con lo sagrado.
El
problema del temor como parte de la religiosidad es que sólo nos
remite a la obediencia absoluta, sin ningún cuestionamiento.
Desobedecer es pecado. Pero esta desobediencia es por lo general con
respecto a la autoridad religiosa y, no tanto contra las “leyes
divinas”, las cuales son interpretadas por el ser humano de una
manera siempre provisional, nunca definitiva o exacta. Así es como
el legítimo temor que puede ser un estímulo para el conocimiento
degenera en un acicate para la obediencia más dogmática. Y vemos
que el temor, ya sea legítimo o no, es primordialmente de una índole
irracional; aunque el legítimo puede tener cierto grado de
racionalidad, en tanto que no encadene al creyente a determinado tipo
de conducta, sino que abra a ésta gracias al estímulo de la
reflexión y del ejercicio del pensamiento.
3. La devoción.
Mientras
que el temor es una especie de tristeza ante la posibilidad de que
nos ocurra un mal, y esto nos motiva a recuperar nuestra perdida
relación con lo sagrado para estar tranquilos o felices, la devoción
no es otra cosa que la alegría que surge en nosotros, producto de
esa misma relación recuperada. Es la alegría que conlleva la
práctica religiosa y que se refuerza a sí misma en ella.
Al
igual que el sentimiento de temor, la devoción puede adoptar dos
formas generales: aquellas que se fundamenten en la pura imaginación
y la pasividad humana, y por otro lado, aquellas formas en que la
devoción va acompañada de cierto grado de actividad racional.
Entiendo aquí por imaginación y razón en el sentido que a estos
términos les da el filósofo Baruch de Spinoza.
La
imaginación es un tipo de pensamiento del cual no somos entera o
principalmente su causa, sino que es causado en nosotros por algo
exterior que nos afecta. En este sentido, la imaginación ha de
entenderse siempre como una forma pasiva de la facultad humana de
conocer. Por otro lado, la razón significa la forma activa de
representarnos el mundo donde, como dice Spinoza, afirmamos las
propiedades de las cosas mediante el establecimiento de sus
oposiciones y similitudes, desde un esfuerzo del alma. La razón
forma ideas “adecuadas” porque éstas son productos de una
actividad conciente del alma y no del azar de nuestras afecciones,
como en la imaginación.
Prácticamente
todas las formas religiosas se fundan en la imaginación. Todas ellas
implican elementos de tipo simbólico: ritos, objetos rituales,
fetiches, hábitos, tabús, etc. Por ejemplo, en nuestro contexto, la
religión católica posee muchos de esos elementos: el rezo a los
santos, las imágenes de tales santos, el crucifijo o el escapulario,
etc. En estos elementos, lo sagrado como algo absoluto e infinito se
pierde, pervirtiendo la devoción genuina en una simple superstición
o idolatría. La alegría originada en cualquier práctica religiosa
que implique estos elementos no deriva de una verdadera relación con
lo sagrado, y por tanto es una devoción ilegítima.
Una
verdadera devoción no puede apelar a la mera imaginación del
creyente, sino que debe sobre todo despertar sus funciones
psicológicas superiores, su racionalidad. Y aunque no pueda penetrar
cabalmente el misterio de lo divino, se aproximará más a ello.
4. Conclusiones.
El
ser humano no puede evadirse de la necesidad intrínseca a su
naturaleza de buscar la reunión con lo absoluto o sagrado. Esta
necesidad puede manifestarse en diversos modos que constituyen las
distintas religiones. Y en tales religiones hay en un mayor o menor
grado elementos de tipo racional. Esta diferencia de grado racional
no puede soslayarse cuando se pretende discernir entre una religión
arcaica y otra más desarrollada.
Las
actitudes o sentimientos del temor y de la devoción, presentes en
todas la formas de religiosidad, son también susceptibles de
calificarse de adecuadas o inadecuadas. Lo adecuado de estos aspectos
de la religiosidad consiste en permitir la apertura de las
posibilidades de desarrollo del hombre. Por esto, las religiones que
van más allá de meras representaciones afectivas de lo sagrado y
que exigen el uso del entendimiento para acceder a ello, son más
adecuadas que las que no lo hacen. La religiosidad, como
característica inseparable del ser humano, se expresa más
cabalmente en ellas.
5. Referencias bibliográficas.
Fromm,
E. El arte de amar. Paidós. Barcelona. 2007.
Otto,
R. Lo santo. Alianza editorial. Madrid. 2005.
Spinoza,
B. Ética. Trotta. Barcelona. 2005.
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