martes, 25 de mayo de 2010

La técnica y su relación con la Historia

Por Orlando Espinoza

Es posible decir de los grandes pensadores de lo político, de aquellos que han buscado establecer sistemáticamente el fundamento y justificación del poder partiendo de la regulación del hombre social, ese que está en estado de cultura en oposición al llamado de naturaleza, inclusive de aquellos otros pensadores que plasmaron sus ideas aunque no pretendieron escribir ningún tratado pero que, aún así, son precursores de la teoría política en general: éstos como aquellos fueron y son legitimadores del Estado, de los que lo dirigen, y en consecuencia, de la práctica, de los modos de control de éste. Todos partieron justificando el control del hombre por el mismo hombre desde la razón, para que éste pudiera vivir en sociedad y en una forma productiva, de acuerdo con el rol social que ésta le establece, o mejor dicho le impone.

La ilustración legitimó monstruos, pero de igual forma produjo críticos: “…la razón es la instancia del pensamiento calculador que organiza el mundo para los fines de la autoconservación y no conoce otra función que no sea la de convertir el objeto,…, en material de dominio”[1], el conocimiento como medio de control. Poder y conocimiento son sinónimos, diría Bacon.

Para hacer un estudio, una interpretación, una crítica de la sociedad lo mejor sería no pertenecer a ella, más allá de la periferia observarla, estudiarla y, así, realizar un análisis ajeno a la influencia de los factores de poder en ella contenidos; evitar las relaciones establecidas entre sus miembros, una mirada aséptica de ella alejada de resentimientos de clases sociales o ideologías dogmáticas; tratar de hacer esto no es posible, pero aún así se debe intentar, acercarse lo más posible a la imparcialidad, a juicios sin carga ideológica. Algunos en etnografía lo creen posible con las llamadas descripciones etic. En antropología, son las proposiciones que consideran que el actor de un determinado grupo social es un mal observador de los fenómenos internos de ese grupo al cual pertenece, al ser parte de él no le es posible penetrar detrás de las fachadas, los símbolos y las otras defensas de los pensamientos y de los sentimientos inconscientes del mismo[2], pero éstas no dejan de ser un consenso a partir de lo que la técnica, que define el valor de la ciencia, considera. Los positivistas defienden y, aún sin una intencionalidad consciente, sostienen el status quo del cual parten para hacer sus investigaciones y al cual retornan.

Marx fue consciente que toda crítica se hace desde el lugar que se ocupa en la estructura de la sociedad, pero pretendió establecer un sujeto de la historia, uno que conscientemente la hace, incluso un fin de la misma determinó, pero ésta supera a tal sujeto, toda voluntad del sujeto que pretende hacer la historia es superada, es trascendida por esta última.

Habermas, tomó nota de lo que Marx postuló en el estudio y crítica de la sociedad, de su sociedad. La racionalidad ya no está al servicio de la misma razón, ésta se somete a lo que los científicos sostienen: la teoría y la praxis, dentro del orden establecido por la ciencias empírico-analíticas, se ven sometidas por la técnica que ellas mismas han creado, dichas ciencias son dirigidas a partir y hacia la utilidad que la misma sociedad considera que deberían tener para seguir sosteniendo las relaciones que garantizan una continuación de las directrices que los dueños de los medios de producción han establecido para los destinos de los hombres de dicha sociedad: cualquier ciencia que pretenda contradecir el valor técnico, que se ha ocultado detrás del poder científico, léase positivismo acrítico, y que éste a la vez se presenta como un valor práctico, es rechazada por el consenso del control tecnológico-social, es ignorada o señalada como carente de valor si no va por la misma senda de lo que la utilidad de la ciencia en la historia ha señalado: se toman los resultados como productos necesarios de la historia.

Habermas detecta: “En la sociedad industrialmente avanzada, la investigación, la técnica, la producción y la administración se han entreverado en un sistema inabarcable con la mirada, pero funcionalmente trabado”[3], y dicho sistema trabaja para sostener tal entramado entre ellas, incluso se ha convencido a sus miembros que su propia felicidad depende de que dichas relaciones funcionen.

Para garantizar que el sistema detrás de la sociedad pueda sostenerse, se hecha mano de la historia, la cual le es traducida a sus miembros no en cuestiones teóricas o ideológicas, eso sería tachado de dogma, aún sin que sea (en la modernidad de la sociedad ya no es posible hablar de dogmas, las cuestiones prácticas ya no son susceptibles de verdad, todo se enfoca, valora e interpreta a partir de la utilidad): en la sociedad industrialmente avanzada el poder se sostiene por cuestiones prácticas de utilidad inmediatas o mediatas al mismo poder y así, garantiza que todo se le presente a sus miembros como verdad aún si darle tal calidad, son necesarias para su propia vida.

Todo ha caído bajo la determinación de la técnica, inclusive la historia, en consecuencia los hombres ya no pueden determinar sus destinos: “En su lugar aparece el intento de lograr técnicamente el control de la historia, de forma no sólo ajena a la práctica, sino también ahistórica, mediante una administración perfeccionada de la sociedad”[4]. Cualquier implicación que de la historia se quiera hacer no será más que un hecho, e interpretación que la fe en la ciencia ha realizado, los positivistas ilustrados sostienen que no interpretan sino que describen hechos.

Se ha hecho de la praxis algo distinto, y frente a la historia se ha llegado a un tecnicismo que se establece como dogmatismo que viene a explicarla; el discurso enajenante de la sociedad es certificado con una nueva clase de dogmatismo distinto al que se presentaba y se oculta detrás de la misma sociedad, los prejuicios característicos de una confusión dogmática han quedado atrás, “… dogmática es ya aquella consciencia que se concibe a sí misma como producto de las cosas que nos rodean, como producto de la naturaleza”. Pero los dogmáticos de ahora y de siempre, no aceptando estar bajo una fe declarada como tal, aún negándolo, comparten una fe en la tradición racionalista que pretende explicar la realidad: la diferenciación entre fe y saber ya no es una elección sino únicamente una elección entre dos tipos de fe, diría Karl Popper; los positivistas hacen del saber una tradición y un cuerpo epistemológico casi idéntico al de la fe, le dan la misma función que ésta última. Pero siguen alegando que parten de la practicidad, que no es otra cosa sino la técnica que el positivismo ha declarado un valor, el máximo valor con el que se valora cualquier otra teoría o praxis, ese dogmatismo se hace presente ahora como ideologías. “El dogmatismo, que comenzó siendo un prejuicio institucionalizado, adopta ahora, tras revestir el ropaje de una dispersión trascendental, la forma de ideologías”[5], ahora es un prejuicio diluido socialmente en todos sus miembros, la crítica a los dogmas es ahora una crítica a las ideologías.

La determinación que se pretende hacer de la historia, a partir de una ideología, puede funcionar en la medida que se considere al hombre, al mundo, a los fenómenos, de acuerdo a lo que se piensa que son, pura interpretación enajenada y dictada, pero lo que realmente son, nouménicamente, eso es lo que la historia será y es. La razón debe diferenciar, decidirse en un enfrentamiento dialéctico entre crítica y dogma (ideología), darse cuenta que cualquier teoría socialmente eficaz es la que hace el hombre manipulador, una conducta según recomendaciones técnicas es justificable sólo por el hecho que tal carácter justifica a las mismas técnicas.

Aquello que el estado de bienestar prometía se cumplió, sentencia la sociedad industrializada, aquel que no cuente con determinados beneficios es porque no se deja llevar por él, no participa en las ideas y propósitos comunes de dicho estado, ciegamente lo niega y se opone a los “hechos”; el sistema predominante ha declarado que todo ha triunfado y los que sostengan lo contrario solamente lo hacen por puro y simple “dogmatismo”, que por medio de la razón ha cubierto las necesidades del hombre y que si aún puede considerarse que queda una necesidad sin satisfacer es por un problema de decisión, ya que el sistema cuenta con los medios, prácticos y teóricos para hacer frente a cualquier circunstancia o problema. Pero al decir esto solamente se mantiene una fe, no se dice la verdad, la voluntad consciente de la historia, el sujeto creador de la historia no ha devenido, es la historia la que hace al sujeto.

En cualquier sistema, en el actual, el del progreso de las ciencias empírico-analíticas, lo que es deseable y razonable es únicamente lo que el mismo sistema considera aceptable, justificable y a la vez justificante de él, se crea una fe laica para darle certidumbre a sus miembros.

A todo sistema ideológico que en la historia ha predicho el medio de su propia realización y culminación de lo que promete o prometía, que determina que lo que él establece tarde o temprano se cumplirá, la propia historia dará muestras de su efectividad y verdad. Es posible ver aquí como la consciencia de los sujetos que pretenden ver una determinación ya dada en la historia, que suponen un continuum en ella, ha quedado fijada al sistema ideológico, mientras que la historia y sus productos, aún los futuros, han quedado fijados a dicha ideología, la cual hace hablar a la propia historia pero sólo para decir lo que la misma teoría ha establecido de antemano. Toda fijación que se hace de la historia es producto de una pretendida racionalización de la misma, o sea, desde una positivación que desde discurso del saber establecido determina lo práctico para el sujeto, determinando, a través de una clase de dogma en la técnica, que los hombres dirigen racionalmente sus destinos. Pero “La irracionalidad de la historia se basa en que la «hacemos» sin que hasta ahora podamos hacerla conscientemente”[6].

En los hechos, no determinados sino interpretados, del devenir se da la historia en y por sí misma; no es posible determinarla sino que se da en el contexto real de la vida: “… la historia no puede ser promovida mediante la ampliación del poder de control detentado por los hombres abocados a la manipulación, sino sólo mediante un estadio superior de reflexión, mediante la consciencia progresivamente emancipada de hombres destinados a la acción”[7]

Las ideologías que han preestablecido un determinado desarrollo de la historia se han disuelto en ella, en tanto sistemas históricos. La historia ha refutado a los nostálgicos defensores de dogmas que ella misma ha superado. El sujeto de la historia por fin ha devenido, el hombre ha tomado consciencia de ella, y aún más importante y esencial, ha tomado consciencia de sí mismo.

Las formas congeladas de ver al mundo y a la historia se han quebrado por martillazos que la experiencia, que la praxis ha dado o, se han diluido, escurriendo entre hechos impermeables a determinaciones dogmáticas.

Llama la atención que toda crítica que sobre la estructura de lo que hace y es factor o inclusive, diríamos, aquello que es síntoma de lo social, parte de un mismo sistema dialéctico por medio del cual el mismo sistema se originó, negando aquello que es parte de él mismo, para establecer una lucha; parte no afirmando lo que es, sino definiéndose a partir de la negación que hace de la otra parte, frente a la cual supuestamente sale vencedora, e impone un sistema de control distinto del que prevalecía. Tal vez así sea, pero no deja de ser un sistema de control (manipulador) aunque cambie de mando, ya sea éste visible o no: “El poder es tolerable sólo con la condición de enmascarar una parte importante de sí mismo”[8]. Frente a esto compartimos lo que Habermas señala como: una clarificación hermenéutica, frente a la estructura del sistema y su discurso alienante.

Notas:

[1] Horkeheimer, Max y Adorno, Theodor W. Dialéctica de la Ilustración. Pág. 131. Ed. Trotta.
[2] Harris, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. Pág. 497. Siglo veintiuno editores
[3] Habermas, Jünger, Teoría y Praxis. Pág. 290. Ed. Tecnos.
[4] Ídem., Pág. 290.
[5] Ídem., Pág. 295.
[6] Ídem. Pág.308.
[7] Ídem. Pág.308.
[8] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Tomo I, pág. 105, Ed. Siglo veintiuno editores.

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