Eduardo Nicol (1907-1990) |
Por Flor de María Campos.
Para
Kant, una de las necesidades más próximas a todo ser humano debería
consistir en "atreverse a pensar". Esta sentencia engloba
una búsqueda guiada por la razón hacia las aguas turbulentas de la
verdad; un buscar libre de las ataduras que suponen las pautas
determinadas por los demás y aventurarse a ejercitar la capacidad
cognoscitiva que se encuentra presente en todo ser racional.
Sin embargo, aun cuando exista la disposición, no todos piensan de
manera correcta. Sucede que esta es una idea que se ha cosechado a lo
largo de la historia del pensamiento humano y que se fortalece
durante los años escolares de todo individuo. Se dice y se repite
que nuestra condición humana es suficiente para posibilitar en
nosotros el pensamiento, sin embargo, se trata tan solo de la
posibilidad pero no del hecho. Mantenernos en la creencia de que
todos piensan ha sido una de las razones por las cuales se ha
relegado esta actividad como algo secundario que, mas que fungir como
motor para el desarrollo de las sociedades actuales, ha servido como
accesorio complementario para las ciencias que se han colocado en la
cúspide de las explicaciones a los misterios del mundo.
Oscar de la Borbolla menciona en su libro La rebeldía del pensar
(2008) que decir que "no todos piensan" o "no todos
saben pensar" es equivalente a decir que "no todos pintan"
o "no todos saben pintar". “Embadurnar un lienzo no es
pintar; amontonar enunciados, tampoco es pensar.” 1
Ya también Descartes hacía mención de ello en su controversial
Discurso del método (2009), cuando en sus primeras líneas
enfatizaba que aun cuando todos presumían de tener el ingenio
bueno, lo principal consistía en aplicarlo bien.
Pero entonces, ¿existe acaso una manera correcta de pensar?, ¿se
trata de alguna fórmula mágica o una serie de reglas que enderecen
el camino de la mal lograda humanidad? Puede que las preguntas se
presenten de una manera vaga e imprecisa y con cierta dificultad para
ser respondidas, pero en realidad al punto al que quiero llegar es a
la necesidad que tiene la filosofía, encargada principalmente del
desarrollo y la construcción del pensamiento correcto, del
método.
Pero, ¿por qué el método? ¿Por qué necesita la filosofía -y por
ende nuestra cabeza para pensar correctamente- un método?
El
desarrollo de la filosofía a través del tiempo se ha visto acechada
por una gran variedad de métodos. Como menciona Eduardo Nicol, todos
los pensadores desde Platón han declarado la necesidad de que la
filosofía tenga un método y de que sea dado para todos y para
siempre. Curiosamente, es evidente que cada pensador se ha aventurado
a afirmar que su método es el único válido2.
Desde que Sócrates pretende instaurar con su mayéutica la vía para
acceder a la verdad de las cosas, las propuestas no han parado de
llegar e incluso algunos métodos se muestran como contrarios y
algunos otros simplemente cambian algunos aspectos para diferenciarse
de su predecesor. Pero, más allá de la vanidad que supone la
búsqueda del método para cada pensador, deben existir otras razones
que expliquen por qué el proceder de la filosofía debe ser
metódico.
Antes que nada, etimológicamente hablando, tenemos que "método"
tiene su origen en dos vocablos griegos: por un lado meta y
por el otro odós. Me interesa rescatar el segundo término
que significa "camino" pero sobre todo la idea parmenídea
de "camino" que retoma Eduardo Nicol en su ensayo
Fenomenología y Dialéctica (1973). Aquí, el filósofo
catalán nos menciona una de las primeras apariciones del término
odós en la filosofía griega, la cual se remonta al Poema
de Parménides. El filósofo griego distingue dos caminos para la
conducción del hombre, uno del acierto y el otro del error. Y justo
aquí radica la importancia de retomar el término "camino"
pues Parménides, puntualiza Nicol, contrario a lo que muchos
podríamos pensar, hace un uso bastante literal de éste: un sendero
que hay que recorrer para llegar a un punto.
Un primer vistazo, arrojaría que estos dos caminos, a los que se
hace mención, hacen referencia a la doxa y a la episteme
que más adelante trataría Platón en sus Diálogos. Sin embargo
resulta aún mejor que, como se dijo anteriormente, “[…] en el
lenguaje de Parménides, el camino de la verdad y el camino del error
no son metáforas para ilustrar la diferencia entre el acierto y el
desacierto en el conocimiento. Lo que expresan es la pluralidad en
los caminos de la existencia humana.”3
Hasta aquí no hay nada de llamativo o novedoso en el uso que
Parménides le da a la palabra odós; lo que le da un carácter
filosófico es el adjetivo que cualifica uno de los caminos y que
propiamente los distingue: un camino "verdadero". Esta es
una de mis partes favoritas de la idea que rescata Nicol puesto que
la diferenciación que hace sobre el camino del error y del acierto
no es necesariamente con respecto a que uno sea el "bueno"
y el otro el "malo", por decirlo de alguna manera. Los
caminos se distinguen porque uno de ellos, una de las vías posibles
se recorre verdaderamente, el otro no. ¿Qué se entiende aquí por
"verdaderamente"?
Se trata de algo bastante interesante, que tiene relación con la
raíz etimológica de la palabra "filosofía" y que además
permitirá diferenciar al método filosófico de cualquier otro como
el científico. Filosofía es amor por la sabiduría, ¿qué tiene
esto que ver con la importancia del método o del camino verdadero?
“Pero el camino de la verdad y el camino de la opinión representan
más bien disposiciones básicas, de las cuales van surgiendo
aquellas particulares posiciones. Las disposiciones las llamamos hoy
vocaciones y son formas de vida. Parménides las llamó caminos.”4
Una de esas disposiciones ―o caminos― es verdadero, pero no
porque sea el correcto o el "bueno" sino porque su
característica principal es que se mueve desinteresadamente ante las
cosas, para ofrecerlas en su razón, para ofrecerlas en-sí mismas,
es decir, en su verdad.
El discurrir metódico surge a partir de la necesidad ―¿vital?―
de querer llegar a la verdad pero de una manera auténtica, haciendo
uso del pensamiento en su máximo esplendor, de la reflexión y de la
crítica. Por mero amor a la sabiduría.
Precisamente esto es lo que cabría señalar como una de las razones
fundamentales del método: que es una exigencia de la vida misma de
quien busca la sabiduría. Ya decía Sócrates que la exigencia de
una vida metódica, autoconducida, es necesaria y primordial para
poder vivir bien, con sapiencia. “Pues el hombre, además de vivir,
quiere saber por saber, quiere conocer la verdad sin interés
práctico” 5Eso
es principalmente lo que lo distinguirá de otros métodos. Pero, ¿es
que acaso no es la misma importancia la que envuelve al método
utilizado en las ciencias y el utilizado en la filosofía?
El problema con el método que se utiliza en las demás ciencias está
en que éste se ha convertido en un mero instrumento de trabajo, un
elemento técnico que lejos de relacionarse directamente con su
búsqueda, sirve como un simple medio. “Si hay una falla en el
método vocacional, el método técnico no basta para constituir una
ciencia auténtica. No basta siquiera la razón de verdad, si no
funciona por amor de verdad.” 6
Por otro lado, una de sus principales herramientas es la deducción.
La deducción, claro está, sí implica algunos elementos del pensar
como son la relación y la comparación pero, como es bien sabido, no
es suficiente establecer relaciones para afirmar que se está
llevando a cabo el acto de pensar.
CONCLUSIONES
Sucede
que la gran mayoría de los pensadores se han enfocado en imponer su
método, siendo su finalidad establecer la mejor de las vías para
conducirse hacia la verdad. Es decir, dan por sentado que la
filosofía necesita de un método pero, ¿se habrán preguntado por
qué?
Curiosamente
la gran mayoría apela a la importancia que supone esa búsqueda pero
pocos se cuestionan sobre la importancia del camino como tal. Y es
que, como bien dice Nicol, la meta no es la verdad sino la sapiencia.
Esa quimera que hemos nombrado como verdad, ha vuelto loco al más
racional de los filósofos por el estéril deseo de aprehenderla,
olvidando el verdadero motivo que los mantiene dentro de este camino
de soledades: el amor por la sabiduría. Quizá es una de las razones
más románticas ―en el sentido negativo del término― pero la
única que nos guiará desinteresadamente.
Efectivamente, no todos piensan, pero no porque no se conduzcan de
manera racional o sistemática, sino porque sus pretensiones se
encasillan en el pragmatismo del conocimiento olvidándose casi por
completo de la vocación.
ACERVO CONSULTADO
De la
Borbolla, Oscar, La rebeldía del pensar, Ed. Patria, México,
2008
Nicol,
Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista de
Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973 pp. 40-63, URL
http://dianoia.filosoficas.unam.mx/files/3013/6996/8716/DIA73_Nicol.pdf,
20 de diciembre de 2013
______________,
“El discurso sobre el método”, en Revistes Catalanes amb
Accés Obert, pp. 125-132, URL
http://www.raco.cat/index.php/enrahonar/article/viewFile/42515/191527,
26 de diciembre de 2013
García
Morente, Manuel, La filosofía de Bergson, Porrúa, México,
2009
1
De la Borbolla, Oscar, La rebeldía del pensar, Grupo Patria
Cultural, México, 2008, p.12.
2
Cfr. Nicol, Eduardo, “El discurso sobre el método”, en
Revistes Catalanes amb Accés Obert, Barcelona, 2006, p. 126.
3
Nicol, Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista
de Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973, p. 46.
4
Ibíd., p.47.
5
García Morente, Manuel, La filosofía de Bergson, Editorial
Porrúa, México, 2009, p.21.
6
Nicol, Eduardo, “Fenomenología y Dialéctica”, en Revista
de Filosofía Dianoia, Vol. XIX, No.19, 1973, p.48
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