miércoles, 19 de mayo de 2010

Filosofía e identidad cultural latinoamericana




Lo que quede de aldea de América
ha de despertar. Estos tiempos no son para
acostarse con el pañuelo a la cabeza,
sino con las armas de almohada,
como los varones de Juan de Castellanos:
las armas del juicio, que vencen a las otras.
Trincheras de ideas valen más que
trincheras de piedras.
José Martí, Nuestra América.




La identidad cultural, al igual que la identidad personal, podemos entenderla como la propiedad mental de auto-reconocimiento. Tener identidad es saberse reconocer como alguien específico en medio de una diversidad de otros. Esta “propiedad” de la mente puede darse aún en caso de que el individuo o grupo de individuos sea tan sólo una entidad pasiva frente a otro que lo somete. Pero esta conciencia de ser “víctima”, no es lo que aquí queremos entender por identidad, sino que es más bien una fase muy primitiva en el desarrollo de la verdadera identidad. La realización de ésta, por tanto, se hallará en el ejercicio activo de la reflexión sobre nosotros mismos y en la organización efectiva de la propia existencia, individual y social.


Dada esta definición de la identidad cultural tenemos que en Latinoamérica no siempre se ha gozado de tal identidad. Ello requiere el ejercicio de la libertad tanto en un sentido externo como interno, mental y físico. Por ello, aunque la liberación del yugo español significó un avance en la libertad de nuestra América en el terreno político (externo, físico), no lo fue en el terreno cultural o ideológico. Trescientos años de hegemonía occidental sobre el individuo de América le impidió adoptar esa actitud de reflexión sobre sus propias circunstancias. Acostumbrado a la verdad impuesta por Europa, no pudo romper con ella, antes bien la siguió buscando para dar sentido a su existencia todavía “colonial”.


Será hasta fines del siglo XIX, con José Martí, cuando se manifieste con mayor claridad la necesidad de no “trasplantar” a nuestras conciencias la cultura europea, sino “injertarla”, dejando que el tronco sea el propio; tomar de Europa los instrumentos filosóficos que han dado base a su cultura, las ideas de libertad, democracia, nación, etc., pero dándoles el sentido que les sea más apropiado para las circunstancias de los países latinoamericanos. Martí plantea ya la necesidad de revalorizar creativamente la filosofía europea.


Aún con este manifiesto de la filosofía martiana, ya en 1925, cuando el pensador peruano José Carlos Mariátegui se cuestiona acerca de la existencia del “pensamiento hispanoamericano”, éste se contesta que no hay tal, que está a penas en formación. Al igual que Martí, considera que para que pueda haber una filosofía propia (como cualquier otra forma de expresión cultural genuina), ésta debe tener en cuenta los elementos propios de la nación. Pero, dice:

Todos los pensadores de nuestra América se han educado en una escuela europea. No se siente en su obra el espíritu de la raza. La producción intelectual del continente carece de rasgos propios. No tiene contornos originales.[1]


En este mismo escrito aparece también una engañosa analogía entre la formación de la raza mestiza y la de un pensamiento nacional: «El espíritu hispano-americano está en elaboración. El continente, la raza, están en formación también». En países como Argentina, donde la mezcla de las razas se ha efectuado a cabalidad, el problema de la constitución de un estado nacional no ofrece las mismas dificultades que en los países donde dicho mestizaje no se ha completado. Pero si algo le proporciona mayor ventaja, ello es la uniformidad social inherente a la uniformidad racial, no esta última por sí. En cambio, pueden existir otros factores de desigualdad social diferentes a la raza que obstaculicen la realización de un verdadero pacto social, incluyente y democrático, como debe ser todo verdadero nacionalismo. Así, la identidad nacional depende más de la organización efectiva de un estado que de cuestiones biológicas como el mestizaje. Pero, por supuesto, tal organización debe de tener su origen en la voluntad de todos sus miembros, sin exclusiones.

Por otro lado, Leopoldo Zea, en su libro Filosofía americana como filosofía sin más [2], plantea la última experiencia de auto-reconocimiento en el individuo latinoamericano como un correlato de la crisis de la cultura europea al término de la segunda guerra mundial. No obstante, esta toma de conciencia de las propias posibilidades parece darse en un acto de mera expectación:

En la conciencia de su propia crisis el europeo encontraría las limitaciones de la misma y, con ellas, su ineludible semejanza con hombres a los que sólo había juzgado por las limitaciones que éstos expresaban. Pero, a su vez, estos hombres, entre ellos el latinoamericano, encontrarían en las limitaciones de que era consciente el europeo su semejanza con él y, por ende, una serie de posibilidades que no tenían por qué resultarle ajenas.


Hubiera sido preferible identificarse con el europeo en sus fortalezas y no en sus debilidades; a través de nuestras propias acciones y no por las crisis de otros. Ciertamente, el latinoamericano ha descubierto que los europeos no son seres de una naturaleza superior, sino tan limitados como cualquier otro ser humano, pero mientras no se identifique con sus fortalezas no habrá descubierto lo que vale la pena conocer de su humanidad. Por esto, el manifiesto filosófico martiano, nos aparece como la guía perfecta en la construcción de una cultura propiamente latinoamericana. En él, se nos insta a tomar de Europa sólo lo que nos sea adecuado, así como a tener muy en cuenta nuestra propia situación, los elementos de nuestros países. Sin romper abruptamente con la cultura occidental, ni quedarnos aislados, encerrados en nuestras propias circunstancias, pretende un equilibrio adecuado entre lo propio y lo extraño.


Citando al filósofo uruguayo Arturo Ardao, Zea manifiesta los beneficios de conocer la historia de nuestro pensamiento no tanto en su incipiente originalidad como en el vínculo que ha unido a tales ideas con las circunstancias concretas de nuestros países, mismas que han motivado su adopción. Por esto, la propuesta de Zea para el desarrollo de una filosofía latinoamericana pasa por la comprensión de la historia de las ideas en Latinoamérica; tomando de dicha comprensión los aciertos y errores en la adopción de conceptos europeos, con el fin de realizar en el presente una mejor asimilación de ellos, es decir, con mayor conciencia de lo que conviene a nuestras circunstancias.


Este planteamiento de una vía para la construcción de una filosofía latinoamericana, sin embargo, hace poco énfasis en la actividad práctica y la organización como condiciones para el desarrollo de una identidad cultural. Esta última postura se inscribiría sobre todo en el presente concreto, en un contexto político desde el cual se contemple la cultura; y, como en todo contexto político, están implícitas las relaciones dominador-dominado. La asunción de una cultura propia debe efectivamente transformar dichas relaciones de autoridad, desde el imaginario consciente de los dominados, y a favor de la humanidad entera.


Enrique Dussel plantea una alternativa semejante de construcción de una identidad latinoamericana, basada en la separación radical respecto a lo que denomina “centro” y la unión con los sectores marginados [3]. Esto implica una trascendencia respecto de los valores tradicionales (europeos, o europeos asimilados por América), insertándose en la racionalidad inherente a los pueblos, la cual es ajena al ideario contaminado de voluntad de poder de una cultura imperialista.


Esta propuesta corrige la carencia de la acción organizadora, transgresora del status quo, que pudiese estar implícita en un planteamiento historicista. Sin embargo, pudiera complementarse con tal planteamiento, puesto que la historia siempre es de utilidad para la transformación del presente. Pero, quizás, fiel al principio de separarse de verdades establecidas, dicha historia tendría que ser la historia de “lo que no ha tenido historia” o que no ha sido reconocido como parte de ella. Una historia a la que mejor le va partir del presente para explicar el pasado: partir de la realidad social y cultural de los grupos marginados con un espíritu militante.


En conclusión, se puede decir que la consolidación de una filosofía latinoamericana, es decir, mexicana, argentina, cubana, venezolana, etc., implica en principio la consolidación de un estado o, en su defecto, de un proyecto de estado nacional, del cual dicha filosofía sea una de sus expresiones. Para esto, es preciso conocer nuestra historia en forma crítica.


Todo esto implica en su base la actividad práctica y espiritual del individuo latinoamericano. Eficiente o ineficiente, buena o mala, pero perfectible, esfuerzo constante hacia la “creación” de una realidad cultural propia digna de ser tenida en cuenta por cualquiera.





Notas:



[1] Cf. Mariátegui, José Carlos. ¿Existe un pensamiento hispanoamericano? Publicado en Mundial: Lima, 1º de Mayo de 1925. Reproducido en El Argentino: La Plata, 14 de junio de 1925.
[2] Me referiré aquí sólo al capítulo IV: “Filosofía europea y toma de conciencia americana”.
[3] Cf. Schutte, Ofelia. Crisis de identidad occidental y reconstrucción latinoamericana. “Revista Nuestra América”, del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, UNAM. Mayo-Agosto/1984. No. 11. pp. 61-68.






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