En la historia reciente hemos sido espectadores o partícipes del surgimiento de diversos movimientos sociales. Por dar sólo unos cuantos ejemplos, tenemos de frente los que han brotado en el norte de África, en España y en México. Todos estos, están inspirados en su fondo por la necesidad, y la exigencia, de un cambio en la planeación de la economía por parte de los gobiernos de estos pueblos. En la superficie, parecen responder a ciertas demandas muy concretas: el fin de las dictaduras, en el caso de los países árabes del norte de África; la modificación del modelo económico a uno que signifique un verdadero bienestar social, en el caso de España; o bien, en el caso mexicano, la exigencia de poner término a una política de seguridad pública que ha provocado en realidad un aumento de la criminalidad.
Muchos de los medios de comunicación que nos han transmitido estas noticias hacen mención de la palabra “democracia” al referirse a estos movimientos sociales. Se presupone que estos movimientos son expresión de la democracia. Pero, ¿es realmente así? ¿Cuál es el sentido que tiene o que debe tener esta palabra tan citada? Y planteo esta disyuntiva entre “tener” o “deber tener” porque el sentido que se le da a este término es muchas veces equívoco. Por ejemplo, si atendemos al uso que los medios de comunicación han hecho de él, hemos de entender que la “democracia” no es otra cosa que la manifestación viva de la voluntad popular, aunque ello implique que se enfrente directamente a las instituciones oficiales del Estado. Pero, por otro lado, también se entiende a la democracia como la vida institucional de una nación en donde se expresa esa misma voluntad popular, donde se gobierna para el bien común. Otra acepción más, muy reduccionista, por cierto, es la que afirma que la democracia consiste en la mera expresión de la voluntad popular a través del voto.
En estas tres distintas versiones del concepto de democracia subyace, sin embargo, el mismo fin, que es la voluntad popular. Las diferencias entre ellas dependen del modo en que se pretende en cada una la realización de la democracia, es decir, la realización de la voluntad del pueblo. Pueden verse también como la definición de diversos momentos del ejercicio democrático de una nación, es decir, partes de un todo más complejo, correspondiente al verdadero concepto de la democracia.
Así, pues, los movimientos sociales, según esta conceptualización de la democracia como ejercicio de la voluntad popular, son expresión de la democracia en cuanto al fin, al igual que las otras dos acepciones, pero en cuanto a la consideración de los medios no nos es posible afirmar nada por lo pronto, puesto que no hemos agregado a nuestro concepto de democracia ninguna nota referente a los medios por los cuales ha de realizarse el fin. En general, ¿qué características han de tener los medios para la realización del fin democrático? Para dar una respuesta concreta a esta cuestión habría que analizar exhaustivamente todos los medios posibles y, de ahí, sintetizar el carácter general de los medios útiles para realizar la voluntad popular. Esto resultaría demasiado complejo; sin embargo, también podemos dar una respuesta formal a la misma cuestión, que es la siguiente: los medios no pueden valer más que los fines, no pueden estar por encima del fin. Esto, al menos nos puede proporcionar un criterio de valoración de los medios, pues los que obstaculicen más la realización del fin serán los menos pertinentes y los últimos en ser elegidos. Serán los menos democráticos.
En el caso de México existe otro movimiento al ya mencionado que implica estos tres momentos, y donde se puede observar cómo se transita de uno al otro. (Me refiero al movimiento que encabeza López Obrador.) Antes de las elecciones de 2006, el pueblo de México estaba ya muy inconforme con la situación económica del país y, en general, con sus instituciones, incapaces de dar bienestar a la gente. Y esta inconformidad fue expresada en las urnas. Lo cual fue un ejercicio de verdadera democracia por parte del pueblo, puesto que si las instituciones (el gobierno) no responden a las necesidades de la gente, entonces deben cambiarse por la vía electoral. Y si esta expresión de la voluntad popular no se respeta, como así parece haber sucedido, pues no queda más salida que la vía de la protesta organizada, con objetivos concretos de transformación de las instituciones; y esta es la forma más genuina de democracia: donde las acciones del gobierno tienen directamente su origen en las necesidades o exigencias de la gente.
Si el pueblo mexicano, ante el panorama de instituciones que no le sirven, y que más bien sirven de negocio para unos cuantos, si ante esta situación se conforma con ella, no puede llamarse democrático. El respeto a estas instituciones, el respeto a cierta sanción electoral aunque se presuma fraudulenta, no pueden estar por encima del autorrespeto que se debe a sí mismo el pueblo, puesto que sólo en él reside la soberanía. Las instituciones son sólo los medios, el fin es el bien común. Sólo afirmándose a sí mismo es democrático un pueblo.
Y si en un país hipotético, el pueblo en su generalidad estuviese de acuerdo en que su presidente los gobernara en forma vitalicia (como lo hace un papa), ¿hemos de afirmar que por ello es antidemocrático, aplicando nuestros modelos de cultura a quienes no tienen por qué seguirlos? La democracia no tiene necesariamente que ver con la duración del gobierno, sino necesariamente con gobernar para todos. Si un rey gobierna bien para todos, entonces es un rey democrático. En este caso hipotético, si hubiese un grupo minoritario que por ambiciones sectarias quisiese derrocar al presidente vitalicio, tal grupo sería en realidad el único antidemocrático.
Las apariencias engañan muy comúnmente. No todos los movimientos sociales son expresión de una voluntad popular, así como a veces la simple adhesión a la vida institucional establecida es una acción más democrática que manifestarse contra ella. Todo depende de la situación, que debe ser analizada en su concreción, pero bajo los criterios ya descritos, que son el cumplimiento del bien común y la elección de los medios más pertinentes para la consecución de este fin.
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